domingo, 22 de enero de 2023

Otilio, el don Nadie que se enamoró de una mujer prostituida

Otilio era uno de esos tipos duros nacidos en la posguerra, un don Nadie que solía robar gallinas y otros animales para revenderlos a algún avispado adinerado.

Era un verdadero delincuente que abusaba de las putas en los callejones oscuros y robaba carteras asaltando a sus víctimas en la oscuridad de la ciudad.

Un día hizo un trabajillo robando en un chalet y le salió tan bien que rebosó su cuenta particular con mucho dinero. Se creyó rico y comenzó a vivir como tal comprando una casa solariega con un pequeño jardín a la entrada del recinto y se paseaba por los cafés presumiendo ante mujeres de alcurnia. Pronto conoció a un hombre muy amable que se hizo muy amigo de él.

Poco a poco su nuevo amigo lo fue introduciendo en un círculo de personas con altos ingresos y conoció a un verdadero capo de la ciudad que pasaba por ser un gran empresario y casi sin darse cuenta el grupo lo absorbió como matón contra su voluntad.

Un día lo enviaron a sacarle los cuartos al dueño de un hotel y comprobó atemorizado cuan violentos eran los sicarios viendo cómo dejaron muy desfigurado al hotelero y hizo que echara la papilla de todo lo que había comido quedando su barriga revuelta asqueado de aquella violencia.

Agarró a su amigo por el cuello y este se revolvió poniéndole una gran navaja a punto de ser clavada en su estómago. Entonces comprendió que su amigo lo había captado y que aquello era un grupo organizado.

Eran los dueños de algunos de los mejores puticlubs de la ciudad. Llevaban una vida de lujo, secuestros y asesinatos. Comprendió que él no era ni la mitad de malo que aquellos matones, que solo era un delincuente común.

Ante su negativa a dar palizas lo colocaron de proxeneta a vigilar putas. Allí conoció a Magda, una puta de la que se hizo muy amigo hasta el punto de enamorarse de ella. Ella le contó que habían mujeres que se revelaban y desaparecían.

Llevaban una vida de deuda continua que nunca desaparecía. Aquellas que habían conseguido salir de aquel infierno tuvieron que abonar una considerable fortuna casi imposible de conseguir.

Un día se acercó al puticlub fuera de su horario y contrató a Magda. Pasaron una noche entera juntos y le pagó una gran cantidad considerable de dinero para pagar su libertad. Magda lo rechazaba pero Otilio la convenció para que se lo guardara y pagase su deuda.

Al otro día fue a su trabajo de vigilar putas y no encontró a Magda. Preguntó a algunas chicas dónde estaba pero no consiguió información, excepto de una chica morena que le dijo que le habían encontrado un montón de dinero y se la habían llevado.

Un Otilio enfurecido asomó por su rostro crispado. Fue a buscar a su amigo y sin contemplaciones le estrelló la cara contra un banco de piedra una y otra vez hasta que desfigurado le dijo dónde estaba.

Corrió hacia el muelle donde vio un yate precioso a punto de zarpar con el nombre que le había dicho su captador. Con una fuerza brutal asaltó el yate provocando un reguero de heridos ensangrentados.

Encontró al capo en el interior y sin mediar palabra lo arrojó contra los cristales de las ventanas una y otra vez hasta dejarlo casi muerto.

Se oyeron tiros y eso atrajo la atención de la Guardia Civil del puerto y sonó la alarma de zafarrancho. En unos minutos la guardia costera y guardia civiles a pie rodearon el lujoso yate, pronto se sumaron brigadas de la Policía Armada y todos apuntaban al interior esperando la orden de abordaje.


Empezaron a sorprenderse de ver salir a cubierta mujeres desnudas que habían sido violentadas, golpeadas, ultrajadas, muy delgadas con llagas profundas en sus cuerpos por las palizas.

Las ambulancias las abrigaban con toallas y sábanas mientras lloraban de miedo diciendo a los guardias que las iban a matar.

Empezaron a detener sicarios muy malheridos y los introducían en las furgonetas esposados a la espalda unos con otros.

Subieron a bordo observando la cubierta repleta de charcos de sangre y vieron salir del interior del yate a Magda siendo ayudada por Otilio.

Los guardias se abalanzaron sobre Otilio y le dieron un golpe con la culata derribándole al suelo, pero Magda lo protegió llorando pidiendo a los guardias que lo respetaran.

Un mando que estaba cerca lo oyó dio el alto y detuvo el acoso a Otilio. Los guardias se cuadraron ante su jefe y la mujer le dijo que él las había salvado, que las iban a matar. Magda no paraba de llorar y el mando aprobó las palabras de la dama.

- ¿Han oído a la señora?. Dejen a este hombre en paz y sigan buscando.

- ¡Sí, mi Comandante! - los guardias afirmaron bien fuerte y se cuadraron.

- Pues respeten. ¡Es una orden! - se cuadraron de nuevo y ayudaron a Otilio a levantarse con cuidado.

Lo esposaron y lo bajaron a puerto. No lo metieron en el furgón sino en una ambulancia para que fuese atendido por sus heridas no tan graves. Le esperaba unos cuantos años de presidio pero no le importaba. Sonrió por primera vez en su vida.


Otilio, el don Nadie que se enamoró de una mujer prostituida


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