Otilio era uno de esos tipos duros nacidos en la posguerra, un don Nadie que solía robar gallinas y otros animales para revenderlos a algún avispado adinerado.
Era
un verdadero delincuente que abusaba de las putas en los callejones
oscuros y robaba carteras asaltando a sus víctimas en la oscuridad
de la ciudad.
Un día hizo un trabajillo robando en un
chalet y le salió tan bien que rebosó su cuenta particular con
mucho dinero. Se creyó rico y comenzó a vivir como tal comprando
una casa solariega con un pequeño jardín a la entrada del recinto y
se paseaba por los cafés presumiendo ante mujeres de alcurnia.
Pronto conoció a un hombre muy amable que se hizo muy amigo de él.
Poco a poco su nuevo amigo lo fue introduciendo en un círculo de personas con altos ingresos y conoció a un verdadero capo de la ciudad que pasaba por ser un gran empresario y casi sin darse cuenta el grupo lo absorbió como matón contra su voluntad.
Un
día lo enviaron a sacarle los cuartos al dueño de un hotel y
comprobó atemorizado cuan violentos eran los sicarios viendo cómo
dejaron muy desfigurado al hotelero y hizo que echara la papilla de
todo lo que había comido quedando su barriga revuelta asqueado de
aquella violencia.
Agarró a su amigo por el cuello y este
se revolvió poniéndole una gran navaja a punto de ser clavada en su
estómago. Entonces comprendió que su amigo lo había captado y que
aquello era un grupo organizado.
Eran los dueños de
algunos de los mejores puticlubs de la ciudad. Llevaban una vida de
lujo, secuestros y asesinatos. Comprendió que él no era ni la mitad
de malo que aquellos matones, que solo era un delincuente común.
Ante su negativa a dar palizas lo colocaron de proxeneta
a vigilar putas. Allí conoció a Magda, una puta de la que se hizo
muy amigo hasta el punto de enamorarse de ella. Ella le contó que
habían mujeres que se revelaban y desaparecían.
Llevaban
una vida de deuda continua que nunca desaparecía. Aquellas que
habían conseguido salir de aquel infierno tuvieron que abonar una
considerable fortuna casi imposible de conseguir.
Un día
se acercó al puticlub fuera de su horario y contrató a Magda.
Pasaron una noche entera juntos y le pagó una gran cantidad
considerable de dinero para pagar su libertad. Magda lo rechazaba
pero Otilio la convenció para que se lo guardara y pagase su
deuda.
Al otro día fue a su trabajo de vigilar putas y no
encontró a Magda. Preguntó a algunas chicas dónde estaba pero no
consiguió información, excepto de una chica morena que le dijo que
le habían encontrado un montón de dinero y se la habían llevado.
Un Otilio enfurecido asomó por su rostro crispado. Fue a
buscar a su amigo y sin contemplaciones le estrelló la cara contra
un banco de piedra una y otra vez hasta que desfigurado le dijo dónde
estaba.
Corrió hacia el muelle donde vio un yate
precioso a punto de zarpar con el nombre que le había dicho su
captador. Con una fuerza brutal asaltó el yate provocando un reguero
de heridos ensangrentados.
Encontró
al capo en el interior y sin mediar palabra lo arrojó contra los
cristales de las ventanas una y otra vez hasta dejarlo casi muerto.
Se oyeron tiros y eso atrajo la atención de la Guardia
Civil del puerto y sonó la alarma de zafarrancho. En unos minutos la
guardia costera y guardia civiles a pie rodearon el lujoso yate,
pronto se sumaron brigadas de la Policía Armada y todos apuntaban al
interior esperando la orden de abordaje.
Empezaron
a sorprenderse de ver salir a cubierta mujeres desnudas que habían
sido violentadas, golpeadas, ultrajadas, muy delgadas con llagas
profundas en sus cuerpos por las palizas.
Las
ambulancias las abrigaban con toallas y sábanas mientras lloraban de
miedo diciendo a los guardias que las iban a matar.
Empezaron
a detener sicarios muy malheridos y los introducían en las
furgonetas esposados a la espalda unos con otros.
Subieron
a bordo observando la cubierta repleta de charcos de sangre y vieron
salir del interior del yate a Magda siendo ayudada por Otilio.
Los
guardias se abalanzaron sobre Otilio y le dieron un golpe con la
culata derribándole al suelo, pero Magda lo protegió llorando
pidiendo a los guardias que lo respetaran.
Un mando que estaba cerca lo oyó dio el alto y detuvo el acoso a Otilio. Los guardias se cuadraron ante su jefe y la mujer le dijo que él las había salvado, que las iban a matar. Magda no paraba de llorar y el mando aprobó las palabras de la dama.
- ¿Han oído a la señora?. Dejen a este hombre en paz y sigan buscando.
- ¡Sí, mi Comandante! - los guardias afirmaron bien fuerte y se cuadraron.
- Pues respeten. ¡Es una orden! - se cuadraron de nuevo y ayudaron a Otilio a levantarse con cuidado.
Lo esposaron y lo bajaron a puerto. No lo metieron en el furgón sino en una ambulancia para que fuese atendido por sus heridas no tan graves. Le esperaba unos cuantos años de presidio pero no le importaba. Sonrió por primera vez en su vida.
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