María Meta era una mujer que muy joven fue obligada a casarse con un hombre que no quería.
Durante
sus años de matrimonio el odio por su marido, un mujeriego además
de putero, creció exponencialmente.
Aguantó sus palizas,
sus borracheras y los embarazos de varios hijos que ella no
deseaba.
Un día decidió eliminar de la vida de su marido
todo aquello que ella odiaba. Empezó a vigilar por dónde iba, con
quién se juntaba y sus amantes.
Un
día, en cierto canal de regadío, apareció una mujer sin vida
asesinada por asfixia.
La policía pidió no desatar la alarma,
pero la gente empezó a sospechar que era obra de un psicópata por
la descomposición que mostraba el cadáver.
Desconfiaban de la policía y confiaban más en la Guardia Civil que examinaba el lugar donde apareció.
María Meta escuchaba aquella noticia por la radio y su rostro dibujó una sonrisa maliciosa por primera vez en muchos años.
Meses
después las noticias radiofónicas daban la noticia del cuarto
asesinato con el mismo factor: todas aparecieron muertas en un canal
de agua de regadío o en una alberca, y habían sido estranguladas o
asfixiadas previamente antes de ser llevadas allí.
La
preocupación creció en la comarca tras hallarse el cuerpo de la
última víctima por la tarde, en un paraje natural entre
huertos.
En un primer momento no se apreciaban nunca
signos de violencia y los investigadores pensaban en una posible
muerte natural. Pero después las autopsias de los forenses
encontraban signos de estrangulamiento y/o asfixia y confirmaban lo
peor.
Tras varias semanas el pánico se había apoderado
de la comarca ante la idea de un asesino en serie pero ni la policía
ni la Guardia Civil hallaron ningún indicio para relacionar las
muertes de las mujeres. Solo coincidía la zona geográfica y la
ejecución de los asesinatos relacionados con una serie de
desapariciones sospechosas.
La Guardia Civil desplazada
buscaba indicios por el camino donde apareció el cadáver para
encontrar pistas que ayudasen a resolver el caso.
Agentes de la
Policía Judicial se habían hecho cargo de los otros casos y
trataban de esclarecer lo ocurrido desconociendo el móvil del
asesinato.
En un principio se desconocía la identidad de
las mujeres y empezaron a coincidir con casos de desapariciones. La
policía centraba su investigación en el entorno más cercano de las
víctimas para descubrir conflictos o quiénes quisieran hacerles
daño.
El objetivo era encontrar el móvil de los crímenes
y estrechar el cerco sobre el asesino o los asesinos dejando abiertas
todas las hipótesis.
La policía ante el temor existente
en la comarca, insistía en que de momento no podían establecer
conexión entre los casos, y según la Guardia Civil no se podía
hablar de un asesino en serie más allá de la asfixia y
estrangulamiento.
Las cuatro muertes en pocos meses
pasaron a ser seis al encontrarse dos nuevos cuerpos en una alberca y
en otro canal, y la autopsia confirmó que habían sido estranguladas
o asfixiadas.
El caso siguió sin resolverse algunos meses
y ya se sospechaba que las víctimas no tenían ninguna relación con
el asesino y pudiese ser que fueran escogidas al azar.
Algunas
mujeres eran muy jóvenes, de apenas veinte años y ejercían la
prostitución por las carreteras cercanas a donde aparecieron
asfixiadas o estranguladas para posteriormente ser arrastradas y
arrojadas en los canales o albercas.
La única pista era
el dibujo de un cliente habitual y la imagen borrosa de un automóvil
al que subió una de las asesinadas aún sin identificar.
Pocos meses después desapareció una mujer cuyo cadáver apareció dos días después con síntomas de haber sido asfixiada y después arrojada al canal.
No
tenía nada que ver con la prostitución y era una trabajadora
reponedora de una empresa de envases cercana que después del trabajo
volvía a su casa.
La policía y la Guardia Civil
analizaron todo y decidieron enfocar la investigación en un mismo
autor o autores, según algunos indicios hacían pensarlo, pero
faltan pruebas.
El asesino escogía a sus víctimas al
azar y después de matarlas las arrojaba a canales y albercas porque
los efectos del agua destruyen rápidamente las evidencias biológicas
que pudiese dejar en los cuerpos. Por eso los cadáveres estaban en
muy mal estado tras estar un tiempo sumergidos.
Estaba confirmado que las víctimas no murieron en el lugar y que el asesino arrastró los cuerpos para arrojarlos y hundirlos en el agua. Tampoco se han hallado evidencias de agresión sexual y quedaba descartada la acción de un violador.
María Meta vio a su marido vestirse y ponerse elegante y ella lo siguió con la mirada sin decirle nada hasta que desapareció por la puerta y se fue.
Cuando oyó que su coche se alejaba, ella cogió su Seat Panda y lo siguió desde la distancia hasta que lo vio salirse de la carretera en una población a veinte kilómetros de su casa.
Vio
entrar en su coche a una mujer que lo esperaba y los siguió por el
paseo marítimo de la localidad hasta que aparcó. Ella entonces optó
por irse y volvió al lugar donde su marido había recogido a la
mujer. Aparcó en la parte más oscura y se quedó allí
esperando.
Pasadas algunas horas el marido llegó con el
coche, abrió la puerta del copiloto y bajó la muchacha. Se besaron.
El entró en el coche y se fue mientras la muchacha iniciaba la
subida de una calle empinada para llegar a su casa.
María Meta encendió su Seat Panda y subió esa cuesta tranquilamente hasta arriba para dar la vuelta en la pequeña rotonda y volver hacia abajo.
A varias decenas de metros hizo como que al aparcar se le calase el coche y esperó ahí que al pasar la chica le pidió un pequeño empujón para arrancarlo.
En
el momento que se acercó a la trasera le dio un fuerte golpe en la
cabeza. Sacó rápidamente un saco grande de esparto y con una fuerza
y habilidad impresionantes, metió a la joven dentro y lo amarró con
nudos bien trenzados tan rápido que pasó un coche iluminando la
calle y ella metió el saco con tanta facilidad como si transportara
mercancía.
Quitó el freno de mano y la marcha trasera
del coche y dejándolo rodar encendió las luces y viajó con su
presa durante media hora hasta llegar a un central eléctrica.
Se
detuvo en un solar de un edificio en ruinas. Sacó del coche el saco
con su víctima dentro y se lo echó a la espalda con suma facilidad,
como si cargara cebollas o patatas lo llevó hasta las compuertas del
antecanal de captación de agua para el canal de regadío de la
comarca.
Allí en el borde abrió el saco con una fuerza
tremenda. Cogió a su debilitada víctima por el cuello y intentó
colocarle una bolsa para asfixiarla. Pero no pudo porque la víctima
no se quedaba quieta. Soltó la bolsa y con su gran fuerza apretó
terriblemente el cuello de su víctima.
Justo,
varios guardias y policías la cogieron con violencia y le arrancaron
las manos del cuello de la joven con golpes de la culata del fusil en
toda la cara. Fue necesario una decena de agentes para tenerla en el
suelo y esposarla.
El marido recién llegado en un coche
de policía no podía creer el último acto de lo que había visto.
Permaneció junto al inspector y el mando de la Guardia Civil al
mando de la operación sin dar crédito a lo que estaba pasando.
El
sospechoso era él y el cebo era aquella muchacha pero viendo el
curso que seguían los acontecimientos, vieron los movimientos de la
mujer. Dejaron seguir la operación sin ser vistos hasta averiguar
dónde traía a sus víctimas y las arrojaba.
Al pasar su
mujer cerca de él quiso matarlo y provocó que la decena de agentes
se emplearan a fondo para terminar de meterla en el furgón.
Al marido, que fumaba, se le cayó el cigarro porque se había cagado en los pantalones aterrorizado ante el arranque de la mujer que creía controlar.
Oliendo la cagada el mando Guardia Civil le dijo que fuese a su casa, se bañara y se pusiese ropa limpia porque empezaba a oler fatal. También le preguntó: "Cuántos años dice que ha vivido con su mujer y ha salido vivo?.”
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