sábado, 7 de enero de 2023

Juan, el borracho con los sesos quemados por el vino rancio

 El año 1965, Paquito era un niño pequeño muy observador. Vivía en una calleja de unos cuatro metros y medio de ancha que se alargaba de una punta a otra en un barrio histórico.


Juan era su vecino, un tipo grande y enorme de 185 centímetros de altura que tenía cuatro hijos, tres chicas y un chico, y cuando llegaba muy borracho le pegaba a la mujer, bajita y pequeña de apenas 158 centímetros de altura.

En aquellos tiempos se consideraba trifulcas de matrimonio. El marido era un jornalero del campo donde echaba su jornada de sol a sol cuando no estaba en la taberna dándole al vino rancio de barril.

Un día llegó tan borracho que se le fue totalmente la cabeza, y aunque apenas se sostenía de pie empezó a pegarle a la mujer.

Esta cogió un palo y se defendió de aquel león enfurecido y amargado, pero el borracho enseguida se dirigió a la humilde habitación donde duermen sus hijos y empezó a pegarles con los nudillos en las cocorotas mientras la mujer le pegaba con el palo defendiéndolos de la grave agresión.

Los vecinos se agolpaban a la puerta de aquel hogar abierto de par en par sin atreverse a entrar escuchando dentro gritos, llantos y porrazos.

Finalmente algunos hombres y mujeres entraron en aquella habitación y vieron a Juan enfurecido pisoteando a su mujer. Sus dos hijas agarradas a su espalda le pegaban y el hijo intentaba sacar a su madre de debajo de las piernas de su padre. La más pequeña lloraba desesperada muy asustada.

Al ver a los intrusos Juan se enfureció más y gritó a todos que saliesen de su casa. Los niños soltaron a su padre y se refugiaron tras los vecinos. Algunos hombres rodearon a Juan intentando calmarle y las mujeres consiguieron sacar a su mujer de debajo de sus piernas.

Perder a su presa lo trastornó y empezó a propinar puñetazos a los hombres que sorprendidos empezaron a defenderse de los golpes del borracho, y Juan recibió un golpe directo que lo tumbó en el suelo.


Empapado en sudor, aparentemente derrotado, Juan gritaba a todos los vecinos que se fueran de su casa, les escupía y los mandaba a la mierda a meterse en sus asuntos.


Llegó la Guardia Civil con sus tricornios negros pidiendo paso entre el gentío hasta llegar a Juan, que echado sobre el suelo apoyado en la pared, arremetió contra los guardias violentamente llamándolos de todo menos bonitos como un demonio, escupiendo para que se fueran de su casa a la puta mierda.

Incluso intentó morderlos en las piernas ya que no tenía fuerzas para levantarse ni dar puñetazos, y fue cuando recibió un golpe con la culata del subfusil en toda la cara que lo dejó soñando.

Lo cogieron entre varios guardias a una orden del sargento y lo sacaron a la calle donde esperaba el coche patrulla Renault 4. 

Lo esposaron por si se despertaba durante el trayecto. Lo metieron dentro ayudados por los vecinos que tiraban del gigante por la otra puerta arrastrándolo hacia dentro, y se lo llevaron.

Enseguida llegó un coche Seat 1500 de la Cruz Roja para atender a los heridos, mujer e hijos de Juan y algunos vecinos que habían recibido golpes intentando proteger a la familia.

Juan pasó varias semanas en un calabozo hasta que lo soltaron. Entró andando por la calleja de su barrio como un santón observado por los vecinos hasta entrar en su casa.

Seguido por la mirada de su esposa, sin dirigirle la palabra, fue directamente a la habitación del matrimonio, se desnudó y se echó en la cama a dormir para volver a su trabajo en el campo a primeras horas del amanecer.


Juan, el borracho con los sesos quemados por el vino rancio




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