sábado, 7 de enero de 2023

El Padre y el hijo, maltratador y víctima. Las secuelas del paso del tiempo en una familia trabajadora

Apenas tenía poco más de un año pero lo percibió tan brutal que lo recordará en su mente para siempre.

Era principio de los años 60 del siglo XX y fue la primera vez que fue consciente. Sus padres discutían tan fuerte que posiblemente lo escuchó todo el barrio. Su padre usaba la violencia mientras empujaba a su madre a golpes una y otra vez echándola encima de la cama.

Ella intentaba salir de ese rincón entre la cabecera de la cama, la pared y el armario pero él era un hombre experto y muy fuerte de 175 centímetros de altura mientras ella era delgada y débil de 170 centímetros aproximadamente.


Él había servido en infantería de Marina, sabía manejar un fusil o cualquier otra arma. Ella había sido educada en los quehaceres del hogar, zurcir, coser y remendar.

Su marido dominaba su vida y no la dejaba salir mientras él llevaba una vida mundana de trabajo y caprichos.

Era un cocinero muy apreciado por la clientela de los distintos bares que llegó a tener arrendados a lo largo de su vida y gustaba deleitar a los clientes con su ensaladilla rusa, sus tortillas de patatas, sus huevos al plato con guisantes y tomate frito, sus costillas de cerdo y cordero hechas a la plancha acompañadas con sus patatas fritas, pero se perdía por las mujeres y dejaba abandonada a su mujer por muchas semanas sin pasar por casa.

En aquellos tiempos la mujer había tenido su primer hijo y con solo un año vio cómo su padre pegaba a su madre.

Los gritos que percibió se oían en todo el vecindario de aquel barrio con sus callejas y sus viviendas de los años 50, y aunque tenía solo un año, aquello quedó grabado a fuego en su mente de niño en su subconsciente y nunca lo olvidó.

Desde entonces se mantuvo a una equidistancia de su padre. Este pasó por la cárcel durante algunos años tras haber sido cogido in fraganti con un cargamento de droga perteneciente a un grupo clandestino que nunca se desarticuló.

Hablando un día con su tío, hermano de su madre, este llegó a contarle que hubo un tiempo que ella salió con otro hombre, un amante, de la misma forma que su padre salía por las noches presumiendo a la vista de todo el mundo con otras mujeres de más nivel social y glamour que su abandonada esposa.

El padre se enteró y la persiguió hasta que el amante y ella se separaron, entonces se le echó encima, la cogió de los pelos y la metió con violencia en su descapotable prestado por alguna de sus amantes, la llevó a la playa y allí en la oscuridad de los años 60 le metió una paliza.

Después se arregló el traje y el pañuelo del bolsillo, salió de la playa y se fue con el coche dejándola allí abandonada.

Por la mañana la encontró la Guardia Civil malherida y delirante, la llevaron de urgencia a un hospital, después localizaron al marido, dueño y señor de ella en aquellos tiempos.

Cuando salió de la cárcel tras cumplir condena por tráfico de drogas, no tardó mucho en agobiarse y llegó el día que volvió a pegarle por desobediencia a la mujer.

Por entonces todo había cambiado, ella podía tener cuenta bancaria y la libertad de echarse en los brazos de cualquier amante sin tener que dar explicaciones a su marido, e incluso optar al divorcio.


Algo que también había cambiado es que su hijo no era un niño pequeño sino un chaval al borde de los dieciocho años.

El marido percibió el peligro de aquel gallito en su propia casa, alguien que le iba disputar su hegemonía como cabeza de familia y en cuanto tuvo la ocasión empezó a pegarle a él también con el objetivo de someterlo.

Pronto comprendió que no lograría someterlo, lo vio en su mirada y esto le enfureció mucho más hasta que se dio cuenta que tenía que irse de casa por lo que pudiese pasar.

La circunstancia le obligó a comprar un pequeño negocio de hostelería creando una habitación en lo alto del local donde colocó una cama y transportó todas sus cosas personales y no volvió a ir a su casa nunca más.

Con la vejez tuvo necesidad de hacer las paces con su hijo y quiso ser su amigo, pero se topó con el muro de la equidistancia y el resentimiento, y a pesar de verse con asiduidad semanalmente tomándose cafés juntos, nunca desapareció aquella barrera insalvable de desconfianza que lo separaba irremediablemente de su hijo.


Cuando murió su hijo intentó derramar alguna lágrima imposible por su padre, pero sabía que el intento de amistad de su padre era una penitencia de la vejez, no era pedir perdón por todo lo malo que había hecho.

Habían sido padre e hijo y viceversa pero no hubo nunca un cariño verdadero más allá de una amenaza latente.

Sin embargo cuando murió la madre, sintió con todo su amor la pérdida de la única amiga que había tenido en el mundo.


El Padre y el hijo, maltratador y víctima. Las secuelas del paso del tiempo en una familia trabajadora


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