lunes, 6 de febrero de 2023

Paquita, una amiga amargada que no era amiga y me la tenía jurada.

Ramón estaba en una caseta casi vacía del recinto ferial sentado en una mesa solo saboreando un tubo de cerveza fresquita viendo la actuación del grupo melódico sobre el escenario. Estaba muy a gusto.

De repente aparecieron junto a su mesa tres amigas, se alegraron de verse y se sentaron con él.

Ya de madrugada hablaban entre ellas, dos decidieron irse a casa y una quiso quedarse con él.

Cuando se fueron, la que se quedó con él se acurrucó pegándose a su cuerpo para calentarse un poco porque había refrescado y él le abrió el acceso a su cuerpo pasando su brazo por encima de sus hombros.

Así estuvieron hablando mucho rato hasta que se besaron y no pararon de besarse el resto de la madrugada.

Varias horas antes de amanecer cogieron un taxi y se fueron a casa de él y durmieron lo posible juntos en la única cama de la casa, sin besarse y ni tocarse porque aunque parezca raro, ella no quería.


Así que Ramón durmió lo posible junto a alguien que en el corto espacio de tres kilómetros en taxi se había vuelto fría y no quería que la besara.

Cuando despertó vio a Paquita que le miraba con los ojos azules abiertos tan grises y opacos como un túnel oscuro. Se levantó y fue al baño a lavarse la cara y alas manos, se peinó y se espabiló un poco, y cuando regresó al borde de la cama ella seguía con la mirada abstracta y abstraída, perdida en el infinito inmenso del techo de la habitación.

Él ya tenía decidido no volver a darle una nueva oportunidad. Le espetó que era hora de que se fuese a su casa y ella reaccionó levantándose como una autómata sin haber pegado ojo en toda la noche.

Habían dormido vestidos y Ramón le dijo que se lavara y se arreglara un poco en el baño pero ella no quiso. Abrió la puerta y salió al portal de la casa mientras él la cerraba y bajaron a la calle sin mediar palabra, ni siquiera esperando el autobús de línea, y cuando llegó el coche y se fue, Ramón se quejó a sí mismo de haberle salido una idiota timorata que no sabía que lo fuera tras años de amistad, conocerse y ser amigos. Se le había caído la máscara.

Al sábado siguiente se reencontró con el grupo de chicas con el que salía de marcha los fines de semana y por supuesto estaba ella, que lo miró con los ojos muy abiertos esperando una reacción que no llegó porque desde ese momento él optó por una amistad del grupo, cuatro chicas y él, y no por un amistad personal entre los dos. Ramón captó la reacción de ella cuando le preguntó a todas a qué bar iban primero, y ella vio que él se tomaba la cosa como si no hubiese pasado nada entre ellos.

Y en realidad no pasó nada, pero eso ella no lo olvidaría porque tal vez ella hubiese esperado una continuidad a sus besos en la caseta ferial pero no midió que sus acciones y movimientos no obtendrían resultados con un muchacho trotamundos y mundano tan bello como Ramón.

Bajita y mandona, Paquita era rencorosa y sabía odiar, aunque su carita con esos ojos azules celestiales le hacían parecer un ángel pequeñito a punto de clavar la flecha del amor en los corazones enamorados.

Lo cierto es que tuvo una oportunidad con alguien inalcanzable para ella y la desaprovechó. Ahora sabía que se le había cerrado esa puerta. Pero él tenía muchos amigos y un día conoció a un belga con quien tuvo más de una oportunidad, hasta el punto de que varios días después, en un encuentro entre amigos donde no estaban las niñas del grupo, el belga le pidiera el teléfono de ella insistentemente como si él fuese un celestino.

Ramón no entendía a qué venía esa insistencia y qué tenía él que ver en el meollo. Pero su amigo se volvió pesado hasta las narices en un día que él quería estar relajado y disfrutar y entonces se le ocurrió la idea de llamar por teléfono a Victoria y a su hermana, dos de las chicas del grupo, porque como le dijo al belga hasta cansarse, Paquita nunca tuvo teléfono. En aquella época no existían los móviles.

Victoria cogió el teléfono y Ramón le explicó que tenía a su vera al belga, que no lo dejaba en paz y que quería llamar a Paquita porque se sentía muy enamorado de ella y quería invitarla a su casa. Le dijo que el belga le estaba amargando el día y no lo dejaba en paz. Y Victoria le contestó que Paquita estaba ahí con ella en su casa y le dijo que si quería hablar con el puto belga que se pusiese porque a él lo tiene frito.

Y se oyó a Victoria repetirle a Paquita lo que yo le había dicho, y se puso ella y le habló a él para que se pusiese el belga. Ramón le dijo al belga que era Paquita, que se pusiese, y vio como el larguirucho dio unos cuantos saltos hacia el techo lleno de nervios antes de coger el teléfono y gritar como si no lo oyeran al otro lado, pero enseguida bajó la voz y empezó a cortejar a su amada invitándola a su casa para presentarla a los padres.

Cuando terminó, al belga no le cabía la sonrisa en la cara, y Ramón que quería que lo dejarán en paz tuvo que soportar toda su gratitud el resto de la tarde.

Se casaron y se fueron a vivir a Bélgica cerca de los padres de él y cada cierto tiempo venían a ver los padres de ella y a los viejos amigos.

Un día coincidió que Ramón tenía un amor, una hermosa mujer con la que estaba teniendo una pequeña relación. Se encontraron con el grupo de chicas en un bar y mientras él se asomaba con el belga a la barra para pedir bebidas, miró hacia su amada captando cómo fruncía el ceño por algo que la "angelical" Paquita le decía y aquel rostro sonriente de felicidad se tornó oscuro y de disgusto.

Ramón y el belga volvieron junto a ellas y el resto del grupo, y quiso dar un beso a su compañera pero esta, mirando a Paquita que hablaba con su marido, no se dejó. Entonces él tomó una decisión rápida que sorprendió a todos, dejó su caña de cerveza sobre la mesa y se despidió de todos diciendo que se iban ellos solos, hubo abrazos y besos y se fue con su compañera.

Andaron los dos juntos entre el gentío de fin de semana de marcha, él cogió a ella de la mano y subieron a un autobús para ir a la otra parte de la ciudad. Ella se abrazó a él y puso su oído sobre su pecho para oír su corazón. Ramón no quiso preguntarle qué le había dicho Paquita porque ella era una mujer veterana en lidiar con circunstancias adversas además que la relación que mantenían era temporal. Un mes y medio después la relación entre ellos se terminó.

Otro episodio ocurrió cuando transcurrido un par de años, coincidió el matrimonio con él y su nueva pareja eventual. Era un restaurante con un amplio patio con mesas de madera para picnics. Allí llevó a cenar a su nuevo amor con su tía y su novio, holandeses.

Al rato aparecieron Paquita y el belga, que parecieron alegrarse de verlo y se sentaron en su mesa. La velada estuvo bien hasta que Paquita, que había aprendido el idioma donde vivía, se aprovechó de que las dos holandesas hablaban entre ellas para hacer, junto a su marido, como que las entiende, y le dijeron a Ramón que estaban hablando tonterías de él.

Las holandesas miraron fijas a Paquita y su marido y la joven holandesa que estaba con Ramón lo cogió de la mano para no soltarlo mirando fijamente a Paquita sin entender el idioma español, y esta seguía diciéndole a Ramón con la ayuda de su marido que asintiendo explicaba lo mismo que decía su mujer, que hablaban mal de él a sus espaldas. La holandesa, asustada, le miraba agarrando su mano sin que Ramón se dignase a mirarla, su tía y su novio visualizaban problemas.

Entonces él reaccionó y soltó la mano de la holandesa colocándosela junto a la otra en lo alto de la mesa. La chica intentó reaccionar pero Ramón la hizo callar y esta se abrazó a su tía esperando lo peor. Entonces le dijo a Paquita:

- Aquí - y señaló a la holandesa- tengo la enésima mujer con la que salgo este verano. Salgo con ella porque puedo y tengo cojones para cogerle el culo y lo que haga falta. El año pasado salí con veinte mujeres, ¿imagina cuántas llevo este año y todavía no ha terminado el verano?.

Paquita soltando a su marido se enfureció y le chilló:

- No me hables de mujeres, no quiero saber nada!. - ¿Por qué salgo con mujeres y disfruto como un carcamal?... Pues lo hago porqueeeee me gustaaaaaa! - continuó Ramón gritando como si se estuviese corriendo en un largo orgasmo dentro de una vagina.


Paquita explotó fuera de sí y empezó a tirarle comida y bebida, el marido asustado intentó detener su reacción de su mujer llamándolo guarro y asqueroso. El holandés novio de la tía de su chica se quiso levantar para defender a Ramón de la agresión pero él lo mandó sentarse mientras seguía gritando lo bien que se corrió ese verano hasta encontrar a Sandra.

Ramón cogió las manos de Sandra y se las apretó con ternura infinita. Después le acercó los labios y aunque estaba sucio por la comida y bebida que le habían echado encima Sandra y él se besaron ensuciándose mutuamente. Paquita se escapó de su marido y les arrojó una jarra de cerveza por la cabeza, pero siguieron besándose igual sin importarles nada y Paquita levantó la jarra para estrellarla en la cabeza de él.

Los dueños del local, padre, madre e hijo, amigos de Ramón, la cogieron del brazo gritando y pararon el intento de agresión.

El dueño les dio a entender que Paquita y su marido tenían dos opciones:

- Una, paga usted la cuenta de todo esto y se van para no tener que verlos más. Dos, pagan la cuenta y no se van para no verlos más, llamaré a la Guardia Civil y les contaré el intento de agresión aquí a mis clientes cuando estaban pasando una agradable velada.

Y se quedaron callados pendientes de la reacción de la agresora y su marido.

Ella estuvo a punto de intentar agredir pero fue avisada por segunda vez y supo que no habría una tercera porque los dueños ya mostraban los bastones para golpear.

Entonces el marido sacó su billetera y cogió billetes grandes para pagar la factura. Esperaba la vuelta pero el dueño le espetó "es el bote, por los servicios prestados, la limpieza de la mesa y el entorno. Y recuerde, no vuelva más".

Y se fue con su mujer que estaba llorando y rabiando en la calle pegándole a las farolas, a los muros y a las señales de tráfico. Hasta que pasó una patrulla de la Guardia Civil que se detuvo sospechando algo y el guardia copiloto se bajó ojeando, el belga agarró a su mujer y obligó a andar recta como si no pasara nada.

El guardia terminó por no darle importancia, subió al coche y continuó hasta el restaurante como un aviso de lo que les pasaría si no se iban.

Cada tarde la patrulla solía hacer un descanso y comer bien antes de continuar su jornada y acudían a aquel local.



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