Ramón estaba en una caseta casi vacía del recinto ferial sentado en una mesa solo saboreando un tubo de cerveza fresquita viendo la actuación del grupo melódico sobre el escenario. Estaba muy a gusto.
De
repente aparecieron junto a su mesa tres amigas, se alegraron de
verse y se sentaron con él.
Ya de madrugada hablaban
entre ellas, dos decidieron irse a casa y una quiso quedarse con
él.
Cuando se fueron, la que se quedó con él se
acurrucó pegándose a su cuerpo para calentarse un poco porque había
refrescado y él le abrió el acceso a su cuerpo pasando su brazo por
encima de sus hombros.
Así estuvieron hablando mucho rato
hasta que se besaron y no pararon de besarse el resto de la
madrugada.
Varias horas antes de amanecer cogieron un taxi
y se fueron a casa de él y durmieron lo posible juntos en la única
cama de la casa, sin besarse y ni tocarse porque aunque parezca raro,
ella no quería.
Así
que Ramón durmió lo posible junto a alguien que en el corto espacio
de tres kilómetros en taxi se había vuelto fría y no quería que
la besara.
Cuando despertó vio a Paquita que le miraba
con los ojos azules abiertos tan grises y opacos como un túnel
oscuro. Se levantó y fue al baño a lavarse la cara y alas manos, se
peinó y se espabiló un poco, y cuando regresó al borde de la cama
ella seguía con la mirada abstracta y abstraída, perdida en el
infinito inmenso del techo de la habitación.
Él ya tenía
decidido no volver a darle una nueva oportunidad. Le espetó que era
hora de que se fuese a su casa y ella reaccionó levantándose como
una autómata sin haber pegado ojo en toda la noche.
Habían
dormido vestidos y Ramón le dijo que se lavara y se arreglara un
poco en el baño pero ella no quiso. Abrió la puerta y salió al
portal de la casa mientras él la cerraba y bajaron a la calle sin
mediar palabra, ni siquiera esperando el autobús de línea, y cuando
llegó el coche y se fue, Ramón se quejó a sí mismo de haberle
salido una idiota timorata que no sabía que lo fuera tras años de
amistad, conocerse y ser amigos. Se le había caído la máscara.
Al
sábado siguiente se reencontró con el grupo de chicas con el que
salía de marcha los fines de semana y por supuesto estaba ella, que
lo miró con los ojos muy abiertos esperando una reacción que no
llegó porque desde ese momento él optó por una amistad del grupo,
cuatro chicas y él, y no por un amistad personal entre los dos.
Ramón captó la reacción de ella cuando le preguntó a todas a qué
bar iban primero, y ella vio que él se tomaba la cosa como si no
hubiese pasado nada entre ellos.
Y en realidad no pasó
nada, pero eso ella no lo olvidaría porque tal vez ella hubiese
esperado una continuidad a sus besos en la caseta ferial pero no
midió que sus acciones y movimientos no obtendrían resultados con
un muchacho trotamundos y mundano tan bello como Ramón.
Bajita
y mandona, Paquita era rencorosa y sabía odiar, aunque su carita con
esos ojos azules celestiales le hacían parecer un ángel pequeñito
a punto de clavar la flecha del amor en los corazones enamorados.
Lo
cierto es que tuvo una oportunidad con alguien inalcanzable para ella
y la desaprovechó. Ahora sabía que se le había cerrado esa puerta.
Pero él tenía muchos amigos y un día conoció a un belga con quien
tuvo más de una oportunidad, hasta el punto de que varios días
después, en un encuentro entre amigos donde no estaban las niñas
del grupo, el belga le pidiera el teléfono de ella insistentemente
como si él fuese un celestino.
Ramón no entendía a qué
venía esa insistencia y qué tenía él que ver en el meollo. Pero
su amigo se volvió pesado hasta las narices en un día que él
quería estar relajado y disfrutar y entonces se le ocurrió la idea
de llamar por teléfono a Victoria y a su hermana, dos de las chicas
del grupo, porque como le dijo al belga hasta cansarse, Paquita nunca
tuvo teléfono. En aquella época no existían los móviles.
Victoria
cogió el teléfono y Ramón le explicó que tenía a su vera al
belga, que no lo dejaba en paz y que quería llamar a Paquita porque
se sentía muy enamorado de ella y quería invitarla a su casa. Le
dijo que el belga le estaba amargando el día y no lo dejaba en paz.
Y Victoria le contestó que Paquita estaba ahí con ella en su casa y
le dijo que si quería hablar con el puto belga que se pusiese porque
a él lo tiene frito.
Y se oyó a Victoria repetirle a
Paquita lo que yo le había dicho, y se puso ella y le habló a él
para que se pusiese el belga. Ramón le dijo al belga que era
Paquita, que se pusiese, y vio como el larguirucho dio unos cuantos
saltos hacia el techo lleno de nervios antes de coger el teléfono y
gritar como si no lo oyeran al otro lado, pero enseguida bajó la voz
y empezó a cortejar a su amada invitándola a su casa para
presentarla a los padres.
Cuando terminó, al belga no le
cabía la sonrisa en la cara, y Ramón que quería que lo dejarán en
paz tuvo que soportar toda su gratitud el resto de la tarde.
Se
casaron y se fueron a vivir a Bélgica cerca de los padres de él y
cada cierto tiempo venían a ver los padres de ella y a los viejos
amigos.
Un día coincidió que Ramón tenía un amor, una
hermosa mujer con la que estaba teniendo una pequeña relación. Se
encontraron con el grupo de chicas en un bar y mientras él se
asomaba con el belga a la barra para pedir bebidas, miró hacia su
amada captando cómo fruncía el ceño por algo que la "angelical"
Paquita le decía y aquel rostro sonriente de felicidad se tornó
oscuro y de disgusto.
Ramón y el belga volvieron junto a
ellas y el resto del grupo, y quiso dar un beso a su compañera pero
esta, mirando a Paquita que hablaba con su marido, no se dejó.
Entonces él tomó una decisión rápida que sorprendió a todos,
dejó su caña de cerveza sobre la mesa y se despidió de todos
diciendo que se iban ellos solos, hubo abrazos y besos y se fue con
su compañera.
Andaron los dos juntos entre el gentío de
fin de semana de marcha, él cogió a ella de la mano y subieron a un
autobús para ir a la otra parte de la ciudad. Ella se abrazó a él
y puso su oído sobre su pecho para oír su corazón. Ramón no quiso
preguntarle qué le había dicho Paquita porque ella era una mujer
veterana en lidiar con circunstancias adversas además que la
relación que mantenían era temporal. Un mes y medio después la
relación entre ellos se terminó.
Otro episodio ocurrió
cuando transcurrido un par de años, coincidió el matrimonio con él
y su nueva pareja eventual. Era un restaurante con un amplio patio
con mesas de madera para picnics. Allí llevó a cenar a su nuevo
amor con su tía y su novio, holandeses.
Al rato
aparecieron Paquita y el belga, que parecieron alegrarse de verlo y
se sentaron en su mesa. La velada estuvo bien hasta que Paquita, que
había aprendido el idioma donde vivía, se aprovechó de que las dos
holandesas hablaban entre ellas para hacer, junto a su marido, como
que las entiende, y le dijeron a Ramón que estaban hablando
tonterías de él.
Las
holandesas miraron fijas a Paquita y su marido y la joven holandesa
que estaba con Ramón lo cogió de la mano para no soltarlo mirando
fijamente a Paquita sin entender el idioma español, y esta seguía
diciéndole a Ramón con la ayuda de su marido que asintiendo
explicaba lo mismo que decía su mujer, que hablaban mal de él a sus
espaldas. La holandesa, asustada, le miraba agarrando su mano sin que
Ramón se dignase a mirarla, su tía y su novio visualizaban
problemas.
Entonces él reaccionó y soltó la mano de la
holandesa colocándosela junto a la otra en lo alto de la mesa. La
chica intentó reaccionar pero Ramón la hizo callar y esta se abrazó
a su tía esperando lo peor. Entonces le dijo a Paquita:
- Aquí - y señaló a la holandesa- tengo la enésima mujer con la que salgo este verano. Salgo con ella porque puedo y tengo cojones para cogerle el culo y lo que haga falta. El año pasado salí con veinte mujeres, ¿imagina cuántas llevo este año y todavía no ha terminado el verano?.
Paquita soltando a su marido se enfureció y le chilló:
- No me hables de mujeres, no quiero saber nada!. - ¿Por qué salgo con mujeres y disfruto como un carcamal?... Pues lo hago porqueeeee me gustaaaaaa! - continuó Ramón gritando como si se estuviese corriendo en un largo orgasmo dentro de una vagina.
Paquita
explotó fuera de sí y empezó a tirarle comida y bebida, el marido
asustado intentó detener su reacción de su mujer llamándolo guarro
y asqueroso. El holandés novio de la tía de su chica se quiso
levantar para defender a Ramón de la agresión pero él lo mandó
sentarse mientras seguía gritando lo bien que se corrió ese verano
hasta encontrar a Sandra.
Ramón cogió las manos de
Sandra y se las apretó con ternura infinita. Después le acercó los
labios y aunque estaba sucio por la comida y bebida que le habían
echado encima Sandra y él se besaron ensuciándose mutuamente.
Paquita se escapó de su marido y les arrojó una jarra de cerveza
por la cabeza, pero siguieron besándose igual sin importarles nada y
Paquita levantó la jarra para estrellarla en la cabeza de él.
Los
dueños del local, padre, madre e hijo, amigos de Ramón, la cogieron
del brazo gritando y pararon el intento de agresión.
El dueño les dio a entender que Paquita y su marido tenían dos opciones:
- Una, paga usted la cuenta de todo esto y se van para no tener que verlos más. Dos, pagan la cuenta y no se van para no verlos más, llamaré a la Guardia Civil y les contaré el intento de agresión aquí a mis clientes cuando estaban pasando una agradable velada.
Y
se quedaron callados pendientes de la reacción de la agresora y su
marido.
Ella estuvo a punto de intentar agredir pero fue
avisada por segunda vez y supo que no habría una tercera porque los
dueños ya mostraban los bastones para golpear.
Entonces
el marido sacó su billetera y cogió billetes grandes para pagar la
factura. Esperaba la vuelta pero el dueño le espetó "es el
bote, por los servicios prestados, la limpieza de la mesa y el
entorno. Y recuerde, no vuelva más".
Y se fue con su
mujer que estaba llorando y rabiando en la calle pegándole a las
farolas, a los muros y a las señales de tráfico. Hasta que pasó
una patrulla de la Guardia Civil que se detuvo sospechando algo y el
guardia copiloto se bajó ojeando, el belga agarró a su mujer y
obligó a andar recta como si no pasara nada.
El guardia
terminó por no darle importancia, subió al coche y continuó hasta
el restaurante como un aviso de lo que les pasaría si no se
iban.
Cada tarde la patrulla solía hacer un descanso y
comer bien antes de continuar su jornada y acudían a aquel local.
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