martes, 14 de febrero de 2023

Sancho, el escritor de best seller más vendido del mundo con una vida oculta más oscura que el negro de sus libros. Leer lee lecturas.

 Sancho era el escritor más vendido del momento, el que más compraban las mujeres, el más celebrado por sus historias con tintes feministas que abogaban por la libertad e independencia femenina.

En sus libros sus protagonistas eran mujeres talentosas e independientes de éxito en su vida laboral y personal que comenzaban siendo unas simples fregonas en trabajos de servicios domésticos que se convertían en emprendedoras con muchos sacrificios y alcanzaban lo máximo siendo empresarias dueñas de su propia empresa cualquiera que fuera el objetivo de su inversión.

Sin embargo, Sancho tenía una vida oculta cuando se iba de vacaciones a un país asiático donde se le perdía el rastro. No hubo pocas veces que algún periodista avispado le preguntara dónde pasaba sus vacaciones, y la respuesta siempre venía a ser la misma: en una pequeña isla exclusiva paradisíaca que es un hotel de lujo a la que solo podían acceder los clientes ya registrados y abonados los costos del servicio.

Lo cierto es que nunca dijo qué isla era, y esto contribuía al misterio y el interés de sus lectores, en su mayoría mujeres, al culto por la fascinante vida del aclamado escritor.

En el contenido de sus libros, las mujeres eran pobres, casadas por embarazos no deseados o contra su voluntad por fuerzas mayores, pero sobretodo casadas con tipos violentos de los que sufrían abusos y palizas, maridos que o eran borrachos o drogadictos o las dos cosas, y que las molían a palos.

La segunda parte de sus historias es cuando las mujeres se independizan, se divorcian se separan o mandan a su marido al carajo. A partir de ahí empiezan a emprender, siempre con más o menos éxito pero con éxito al fin hasta el punto de ser dueña de una empresa con cientos de empleados felices de su jefa. Mujeres de éxito en definitiva, independientes en sexualidad, divorciadas, separadas y viudas increíblemente atractivas.

Sancho reconoció más de una vez que no mantenía relaciones con mujeres casadas en la vida real y que sus preferencias eran las viudas, divorciadas o mujeres sin compromiso e independientes. Toda una declaración de intenciones.

Un periodista de investigación conocido por el nombre Juancho, se propuso conocer lo que escondía el famoso escritor sospechando que dedicaba sus vacaciones a lo más obsceno que se dedicaban muchos ricos y famosos que se había sabido en los últimos años con respecto de pasar las vacaciones en países asiáticos.

Para ello, Juancho preparó una serie de detalles que le ayudarían a seguir a Sancho en sus vacaciones al otro lado del mundo. Contaba con una serie de ayudantes que eran colegas que trabajaban en esos lejanos países.

Cada uno cogería un vuelo a según qué países podría ir el escritor en sus vacaciones en caso de que no averiguasen el destino original de aquel viaje.

Pero pronto dio resultado. El escritor cogió un avión a Estambul para hacer su primera escala. Allí esperó durante un mínimo de cinco horas hasta que apareció un individuo alto y rubio que después supieron que era Helmut, un magnate alemán de revistas glamurosas sobre la alta sociedad europea.

Un par de horas después tenían sus billetes para viajar a Bangkok y accedieron al Gare tras validar los billetes y Juancho con su acompañante también. Habían acertado al elegir Bangkok pero una vez allí la cosa se iba a complicar.

Una vez en Bangkok el viaje continuó por la ciudad hasta que salieron de ella sin que Sancho y Helmut detectaran que eran seguidos.

Suchart, el acompañante tailandés de Juancho, había perdido su trabajo como vigilante de seguridad con la crisis económica en un edificio de oficinas en Bangkok, había tenido la mala suerte de toparse con un broker, que es como llaman a los agentes que venden a personas en las nutridas redes de tráfico, que le ofreció un trabajo como vigilante sin saber de qué se trataba.

Lo que supuestamente iba a custodiar resultó flotar en el agua y las tareas que le encargaron resultaron ser lo más duro que había vivido. Aún tiene sus dedos quebrados por las heridas producidas de tirar de las redes de pesca.

No existen cifras precisas, pero se calcula que miles de personas son víctimas de las redes de venta de personas o de la esclavitud y él fue una víctima sin saberlo, pues su país es tránsito y destino de hombres, mujeres y niños sometidos a trabajos forzados y tráfico sexual.

Suchart tenía ya claro dónde iban esos dos y no necesitó seguirlos de cerca con el peligro de ser descubiertos y que se esfumaran. Así se lo dijo a Juancho, "No necesario seguirlos de cerca, no necesario. Ya saber dónde van."

Y hizo que el taxi diese media vuelta para ir a un hotel cercano. Dijo a Juancho "Nosotros descansar en hotel y ir a encontrarlos mañana". Y Juancho aceptó.

En Tailandia se vive sin muchos tapujos del turismo sexual y Bangkok no es un excepción. En la ciudad se encuentra la famosa calle Soi Cowboy, una de las zonas rojas de la ciudad dedicada exclusivamente al ocio nocturno donde los turistas buscan dar rienda suelta a los sueños húmedos con una buen revolcón entre las sabanas.

Al día siguiente por la noche Suchart trajo a Juancho a una esquina en particular de la calle Soi Cowboy y esperaron pacientes más de una hora hasta que vieron llegar a Sancho y Helmut. Los dejaron pasar sin ser vistos y los siguieron de cerca un buen rato hasta que en la puerta de un club los vieron preguntar a un individuo por alguien. Al rato los dejaron pasar por un callejón controlado por dicho individuo y otros dos.

Salieron al rato largo y esperaron allí mismo la llegada de un automóvil cuyo conductor llevaba a tres pasajeras. Sancho y Helmut subieron al coche y por suerte no lo perdieron de vista porque había mucha gente y el coche marchaba lento, lo que les permitió encontrarse con un taxi libre y se subieron a él.

Tras un rato por la ciudad siguiendo al coche sin despertar sospechas. Llegaron a un muelle con yates de alquiler para una travesía de lujo privada por el río Chao Phraya. Salieron del coche las tres mujeres y el conductor, que seguramente era el proxeneta que las guardaba, y subieron a un yate a punto de zarpar.

Cuando la embarcación zarpó se apresuraron en subir a aquel muelle y alquilar rápidamente una barca tradicional tailandesa para seguirlos y lo consiguieron aunque el individuo que lo conducía se mostró lento y demasiado tranquilo.

Tras más de una hora de recorrido por el río el yate se detuvo y echó anclas lejos del bullicio de Bangkok. Suchart le dijo al barquero que fuese más lento y que no hiciese ruido. Tardaron veinte minutos en acercarse lo suficiente al yate para oír los gritos y los llantos de las mujeres.

Juancho vio que el conductor proxeneta del automóvil se encontraba a babor fumando sin meterse en lo que acontecía en el interior y mandó ir por estribor sin hacer ruido acercándose poco a poco al yate donde se oían golpes y gritos terribles de las mujeres y la rabia de los hombres.

Pronto alcanzaron el yate y subieron y Juancho se quedó paralizado. El conductor proxeneta los vio pero volvió su rostro hacia babor como si no hubiese visto nada y continuó fumando como si tal cosa. Suchart empujó la puerta para abrirla pero estaba cerrada por dentro, así que sacó su machete, lo metió entre las dos puertas con fuerza y lo movió para arriba abriéndolas.

El espectáculo era dantesco y Juancho comenzó a hacer fotos de aquellos dos degenerados con todo tipo de artilugios dando una paliza a tres muchachas, jóvenes que lo mismo no tenían quince años, contratadas para satisfacer sus deseos de lujuria sexual, mujeres niñas en manos de una trata de blancas que ignoraban lo que les iba a pasar en aquel yate.

Sancho se quedó paralizado pero Helmut corrió hacia Juancho para agredirle e impedir que siguiera haciendo fotos. Pero Suchart hizo que desviara la atención hacia él y cuando Helmut se le acercó, Suchart apuntó para arriba y lanzó una bengala de auxilio que se elevó en la oscuridad de la noche iluminando la situación del yate por muchos kilómetros a la redonda, lo que quiere decir que en pocos minutos estarían rodeados por las patrulleras de la policía que enseguida empezaron a brillar a lo lejos surcando la distancia a toda velocidad.

Juancho, llorando, siguió haciendo fotos de la sangre por todo el yate y del rostro de las niñas mientras Suchart y el barquero les quitaban las amarras de las manos y de los pies. Las recogían del suelo y las acomodaban en el yate llenas de heridas e inflaciones por todo el cuerpo.

El conductor proxeneta del coche miró el espectáculo desde cubierta y no entró. Apoyó su cuerpo en la baranda de babor y se encendió otro cigarro.


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