Sancho era el escritor más vendido del momento, el que más compraban las mujeres, el más celebrado por sus historias con tintes feministas que abogaban por la libertad e independencia femenina.
En
sus libros sus protagonistas eran mujeres talentosas e independientes
de éxito en su vida laboral y personal que comenzaban siendo unas
simples fregonas en trabajos de servicios domésticos que se
convertían en emprendedoras con muchos sacrificios y alcanzaban lo
máximo siendo empresarias dueñas de su propia empresa cualquiera
que fuera el objetivo de su inversión.
Sin embargo,
Sancho tenía una vida oculta cuando se iba de vacaciones a un país
asiático donde se le perdía el rastro. No hubo pocas veces que
algún periodista avispado le preguntara dónde pasaba sus
vacaciones, y la respuesta siempre venía a ser la misma: en una
pequeña isla exclusiva paradisíaca que es un hotel de lujo a la que
solo podían acceder los clientes ya registrados y abonados los
costos del servicio.
Lo cierto es que nunca dijo qué isla
era, y esto contribuía al misterio y el interés de sus lectores, en
su mayoría mujeres, al culto por la fascinante vida del aclamado
escritor.
En el contenido de sus libros, las mujeres eran
pobres, casadas por embarazos no deseados o contra su voluntad por
fuerzas mayores, pero sobretodo casadas con tipos violentos de los
que sufrían abusos y palizas, maridos que o eran borrachos o
drogadictos o las dos cosas, y que las molían a palos.
La
segunda parte de sus historias es cuando las mujeres se independizan,
se divorcian se separan o mandan a su marido al carajo. A partir de
ahí empiezan a emprender, siempre con más o menos éxito pero con
éxito al fin hasta el punto de ser dueña de una empresa con cientos
de empleados felices de su jefa. Mujeres de éxito en definitiva,
independientes en sexualidad, divorciadas, separadas y viudas
increíblemente atractivas.
Sancho reconoció más de una
vez que no mantenía relaciones con mujeres casadas en la vida real y
que sus preferencias eran las viudas, divorciadas o mujeres sin
compromiso e independientes. Toda una declaración de
intenciones.
Un periodista de investigación conocido por
el nombre Juancho, se propuso conocer lo que escondía el famoso
escritor sospechando que dedicaba sus vacaciones a lo más obsceno
que se dedicaban muchos ricos y famosos que se había sabido en los
últimos años con respecto de pasar las vacaciones en países
asiáticos.
Para ello, Juancho preparó una serie de
detalles que le ayudarían a seguir a Sancho en sus vacaciones al
otro lado del mundo. Contaba con una serie de ayudantes que eran
colegas que trabajaban en esos lejanos países.
Cada uno
cogería un vuelo a según qué países podría ir el escritor en sus
vacaciones en caso de que no averiguasen el destino original de aquel
viaje.
Pero pronto dio resultado. El escritor cogió un
avión a Estambul para hacer su primera escala. Allí esperó durante
un mínimo de cinco horas hasta que apareció un individuo alto y
rubio que después supieron que era Helmut, un magnate alemán de
revistas glamurosas sobre la alta sociedad europea.
Un par
de horas después tenían sus billetes para viajar a Bangkok y
accedieron al Gare tras validar los billetes y Juancho con su
acompañante también. Habían acertado al elegir Bangkok pero una
vez allí la cosa se iba a complicar.
Una vez en Bangkok
el viaje continuó por la ciudad hasta que salieron de ella sin que
Sancho y Helmut detectaran que eran seguidos.
Suchart, el
acompañante tailandés de Juancho, había perdido su trabajo como
vigilante de seguridad con la crisis económica en un edificio de
oficinas en Bangkok, había tenido la mala suerte de toparse con un
broker, que es como llaman a los agentes que venden a personas en las
nutridas redes de tráfico, que le ofreció un trabajo como vigilante
sin saber de qué se trataba.
Lo que supuestamente iba a
custodiar resultó flotar en el agua y las tareas que le encargaron
resultaron ser lo más duro que había vivido. Aún tiene sus dedos
quebrados por las heridas producidas de tirar de las redes de
pesca.
No existen cifras precisas, pero se calcula que
miles de personas son víctimas de las redes de venta de personas o
de la esclavitud y él fue una víctima sin saberlo, pues su país es
tránsito y destino de hombres, mujeres y niños sometidos a trabajos
forzados y tráfico sexual.
Suchart tenía ya claro dónde
iban esos dos y no necesitó seguirlos de cerca con el peligro de ser
descubiertos y que se esfumaran. Así se lo dijo a Juancho, "No
necesario seguirlos de cerca, no necesario. Ya saber dónde van."
Y
hizo que el taxi diese media vuelta para ir a un hotel cercano. Dijo
a Juancho "Nosotros descansar en hotel y ir a encontrarlos
mañana". Y Juancho aceptó.
En Tailandia se vive sin
muchos tapujos del turismo sexual y Bangkok no es un excepción. En
la ciudad se encuentra la famosa calle Soi Cowboy, una de las zonas
rojas de la ciudad dedicada exclusivamente al ocio nocturno donde los
turistas buscan dar rienda suelta a los sueños húmedos con una buen
revolcón entre las sabanas.
Al día siguiente por la
noche Suchart trajo a Juancho a una esquina en particular de la calle
Soi Cowboy y esperaron pacientes más de una hora hasta que vieron
llegar a Sancho y Helmut. Los dejaron pasar sin ser vistos y los
siguieron de cerca un buen rato hasta que en la puerta de un club los
vieron preguntar a un individuo por alguien. Al rato los dejaron
pasar por un callejón controlado por dicho individuo y otros
dos.
Salieron al rato largo y esperaron allí mismo la
llegada de un automóvil cuyo conductor llevaba a tres pasajeras.
Sancho y Helmut subieron al coche y por suerte no lo perdieron de
vista porque había mucha gente y el coche marchaba lento, lo que les
permitió encontrarse con un taxi libre y se subieron a él.
Tras
un rato por la ciudad siguiendo al coche sin despertar sospechas.
Llegaron a un muelle con yates de alquiler para una travesía de lujo
privada por el río Chao Phraya. Salieron del coche las tres mujeres
y el conductor, que seguramente era el proxeneta que las guardaba, y
subieron a un yate a punto de zarpar.
Cuando la
embarcación zarpó se apresuraron en subir a aquel muelle y alquilar
rápidamente una barca tradicional tailandesa para seguirlos y lo
consiguieron aunque el individuo que lo conducía se mostró lento y
demasiado tranquilo.
Tras más de una hora de recorrido
por el río el yate se detuvo y echó anclas lejos del bullicio de
Bangkok. Suchart le dijo al barquero que fuese más lento y que no
hiciese ruido. Tardaron veinte minutos en acercarse lo suficiente al
yate para oír los gritos y los llantos de las mujeres.
Juancho
vio que el conductor proxeneta del automóvil se encontraba a babor
fumando sin meterse en lo que acontecía en el interior y mandó ir
por estribor sin hacer ruido acercándose poco a poco al yate donde
se oían golpes y gritos terribles de las mujeres y la rabia de los
hombres.
Pronto alcanzaron el yate y subieron y Juancho se
quedó paralizado. El conductor proxeneta los vio pero volvió su
rostro hacia babor como si no hubiese visto nada y continuó fumando
como si tal cosa. Suchart empujó la puerta para abrirla pero estaba
cerrada por dentro, así que sacó su machete, lo metió entre las
dos puertas con fuerza y lo movió para arriba abriéndolas.
El
espectáculo era dantesco y Juancho comenzó a hacer fotos de
aquellos dos degenerados con todo tipo de artilugios dando una paliza
a tres muchachas, jóvenes que lo mismo no tenían quince años,
contratadas para satisfacer sus deseos de lujuria sexual, mujeres
niñas en manos de una trata de blancas que ignoraban lo que les iba
a pasar en aquel yate.
Sancho se quedó paralizado pero
Helmut corrió hacia Juancho para agredirle e impedir que siguiera
haciendo fotos. Pero Suchart hizo que desviara la atención hacia él
y cuando Helmut se le acercó, Suchart apuntó para arriba y lanzó
una bengala de auxilio que se elevó en la oscuridad de la noche
iluminando la situación del yate por muchos kilómetros a la
redonda, lo que quiere decir que en pocos minutos estarían rodeados
por las patrulleras de la policía que enseguida empezaron a brillar
a lo lejos surcando la distancia a toda velocidad.
Juancho,
llorando, siguió haciendo fotos de la sangre por todo el yate y del
rostro de las niñas mientras Suchart y el barquero les quitaban las
amarras de las manos y de los pies. Las recogían del suelo y las
acomodaban en el yate llenas de heridas e inflaciones por todo el
cuerpo.
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