lunes, 13 de febrero de 2023

Manola, la maltratada que cogió el toro por los cuernos y dejó que se pudrieran. Leer lee lecturas.

 Manola estaba charlando de su pasado con Lucas, un amigo que había conocido en un viaje. Se sentaron en la mesa de la terraza de un bar contándose lo que les había ocurrido en la niñez, la adolescencia y la juventud temprana.

Hablaban del trabajo de servicio doméstico que ambos habían vivido de alguna forma u otra, la falta de protección de las políticas sobre los trabajadores de este tipo de trabajos que siempre benefician a señoritos y gente pudiente.

Decía Manola que lo de cuidar personas mayores dependientes está muy mal pagado. Cuidar ancianos no está pagado ni está reconocido y suele ser un trabajo muy duro.

Ella empezó en estos trabajos a raíz de la crisis de 2008. Su empresa como muchas otras de seguridad, quebró. Empezaron a sustituir personal cualificado por auxiliares. La edad influyó y la empresa empezó por despedir trabajadores a partir de 45 años, precisamente la edad en la que ya nadie los quiere en ningún sitio.

Lucas tenía claro que la edad influye. Se lo había dicho a muchos que le excluían a él y ahora lo están sufriendo. Él fue víctima de ellos.

Manola también se consideró una víctima del sistema, no de nadie en concreto sino una víctima más, "soy superviviente y el que me la hace me la paga", le decía a Lucas.

Él la creía y siguió oyendo lo que ella le contaba, que había denunciado más de una vez a empresas y había ganado judicialmente lo que le intentaron restarle laboralmente. Porque no todo el mundo llama al SEPE para que le valoren un contrato y muchas cosas ocurren por nuestra propia ignorancia. Lo cierto es que tal como están las cosas cualquiera puede terminar en una tienda de campaña o en la calle.

En el mundo laboral existen los excluidos porque no les gustan las personas con ideas diferentes, porque yo con mi familia nunca tuve una buena relación, son profundamente machistas y retrógrados. Me da igual porque yo sigo con mis ideas y sin ellas no sería yo. Y el tiempo me da la razón siempre, aunque ellos no. Ni falta que me hace. Me la da el tiempo y el tiempo no se equivoca nunca, pero ellos se equivocan siempre.

Yo con treinta años tenía muy claro que si quería acertar tenía que hacer todo lo contrario de lo que me ordenaran y aconsejaran. La cosa empezó a ponerse fea cuando tenía 16 años pero yo la tuve fea siempre.

Me fui de mi casa con 19 años a causa del ambiente irrespirable. Ellos ordenaban y una obedece, pero lo cierto es que yo nunca obedezco algo que considere que no está bien, y me daba igual quién lo mandase, como si lo manda el Rey.

Dicen que soy una rebelde y cosas de esas... Pero no me acobarda decir que mi padre era un maltratador físico y mi madre una maltratadora psicológica. Rebelde porque no obedeces?. Con mi padre que me pegaba literalmente a diario. Llegó un tiempo en que él me pegaba pero yo a él también y mi madre en vez de defenderme tenía broncas todos los días. Aún así, no consiguieron nada de mí, porque tiene que ser lo que yo piense y decida y nunca lo que me digan ellos.

Lucas escuchaba con enorme atención lo que le iba relatando su amiga Manola. Preguntó si le pegaban a diario porque a él empezó a ocurrirle lo mismo. "Pues a diario, quizás día sí día no". Respondió que a él llegó un momento en que le pegaban todos los días.

Manola siguió contando que se escapó de casa con 8 años y la obligaron a volver, y eso dice bastante de ella y de ellos. Entonces no era como ahora que a los niños se les escucha y hasta los colegios intervienen en ello.

Por aquel entonces no ayudaba nadie. Maltratar niños y adolescentes salía gratis aunque el maltratador fuese un padre policía o guardia civil, nadie se atrevía meterse en estos casos.

Ella se volvió muy salvaje y por eso él le pegaba más y hasta llegó el momento que ella aprendió a pegarle también a él. Ese día le dijo la suerte que tenía de que fuese mujer porque si fuese un tío ya le habría matado. Pero ella sabía que eso no importaba.

Ella era una superviviente. A ella nadie la iba a joder, porque si lo intentaran ella les jodería. Todo lo que no nos mata, acaba por hacernos muy fuertes.

Lucas le dijo a Manola que él lo que hizo fue irse de casa porque lo que ocurría es que llegó el tiempo que le pegaban todos los días y no podía aguantar más.

"Hiciste bien. Te comprendo, yo tampoco podía aguantar más", le dijo Manola.
"Mis padres no vivían juntos", le contestó Lucas.

Le dijo Manola que sus padres sí vivían juntos y que por circunstancias de la vida vivían cerca de su casa, en su pueblo, aunque nunca fue a verles nunca más. Los vecinos hablan de ello pero eso a ella le daba lo mismo porque siguen siendo maltratadores.


Ella ahora tiene 50 años y nadie puede obligarla ni a quererles ni a aguantarles. Se fue con diecinueve años y en treinta años apenas los ha visto. Pasan por delante de su casa y los ve por la ventana o por el balcón, y a veces los saluda, pero a su casa no va nunca ni de visita.

Lucas le dijo que él si volvió a casa, pero de su madre. Volvió y cogió el toro por los cuernos y empezó a doblarle la cabeza con el paso de los años poco a poco. Y desde el primer momento empezó a vivir como a él le gusta, como ha querido.

Manola le respondió que había muchas maneras de retorcerles el cuello, porque su madre le ha dicho muchas veces que vaya, pero ella no va a ir. Es su manera de torcerle el cuello al toro.

"Pues mejor. Yo sí fui. Pero a verlo en un bar, no en su casa - le dijo Lucas - Y así todos los años".

Pero para Manola era distinto, ella pasaba totalmente de ellos y se los hacía saber con su actitud, que le importaban un bledo. Y de esta forma les jodía cien veces más que todos sus reproches. Lo hacía no por joderles sino porque eran tóxicos.

"El orgullo del viejo era que no quería ser cuidado por mí pero lo dejé estar en su pequeño local donde vivía hasta que murió" le contó Lucas.

"Ya está bien de sufrir por culpa de ellos, menuda infancia y adolescencia de mierda me dieron. A estas alturas, se mueren y a mí me da lo mismo" - respondió Manola.

"Se ponen los pelos de punta. Yo no gasté confianzas con mi padre pero en el bar donde nos veíamos me quería calladito. Poco a poco fui alterando la cosa y no le gustaba que yo hablase más de la cuenta" le dijo él.

"Pues para ellos es un bochorno que yo esté en el mismo pueblo y no vaya a su casa ni a verlos" dijo ella.

"Bochornoso para lo que dice la gente" contestó.

Pero todo el pueblo sabía que a las niñas mayores les pegaban. A ella más porque era más bocazas. Las leyes romanas que dictan que para los niños la conservación del apellido para las niñas trabajos esclavos y ninguneos. Puede haber algo más machista que eso?.

Para algunas personas ir a su casa, es como aceptar sin palabras que todo está bien, pero no lo está. Así es como Manola piensa y no va a ir nunca, se quedará en su modesta casa de alquiler mientras les jode con su sola presencia lo que les queda el resto de la vida. Un modo de anular el rollo machista arcaico aunque sea sin palabras.

Sé fuerte porque contra una persona fuerte no hay machismos ni abusos que valgan.


Manola, la maltratada que cogió el toro por los cuernos y dejó que se pudrieran.

martes, 7 de febrero de 2023

Delfina, la inmigrante sudamericana que nunca estuvo casada

Delfina era una mujer inmigrante sudamericana que maltratada fue detenida y apartada de sus hijos.

Todo empezó estando embarazada de su pareja de la cuál se separó sin haber estado nunca casada.

Durante una revisión médica con el ginecólogo, el médico le abrió un informe que entregó a la policía, por encontrarla en crisis de ansiedad con trastorno depresivo.

En el informe se narraban las secuelas por los malos tratos recibidos, físicos y psicológicos, de los que había sido víctima durante años.

Aquello abrió un proceso.

Al principio de su relación, ella esperaba la concesión de la nacionalidad. Su pareja parecía ser el hombre de su vida. Todo perfecto hasta que empezaron a vivir juntos, y la empezó a aislar.

No la dejaba ver a su familia ni a las amigas porque se ponía violento y le pegaba. Y encerrada en casa poco a poco la fue anulando.

A los malos tratos recibidos se sumó el maltrato institucional que le provocó desconcierto y consternación.

En la vista contra su ex pareja, la sentencia absolvió al hombre. El juez llegó a decir que no encontró pruebas para condenarlo y consideró el testimonio de Delfina no creíble, por ser una mujer culta con estudios superiores como para no haberlo denunciado nunca.


Tiempo después su ex pareja tenía interpuestas un numeroso cupo de denuncias acusándola de querer sustraer a los hijos con la intención de llevárselos al extranjero.

Esto lo justificaba que ella se sentaba en un banco de la plaza frente a la vivienda donde ya entonces, él vivía con su esposa, otra mujer, con el infinito deseo de ver a sus hijos.

Con ello, el individuo logró que los jueces de lo civil le quitaron a Delfina la patria potestad para concedérsela de forma no definitiva.

La mujer entonces estuvo varios años sin poder ver a sus hijos a pesar de que no existían órdenes de alejamiento ni prohibición que le impidiera verlos.

Era evidente que Delfina sufría una trama judicial en los retorcidos juzgados de la ciudad donde seguía siendo una inmigrante.

Esto destrozó la poca fe en la justicia que le quedaba a la mujer. Aquella estratagema de su ex pareja fue muy hábil gracias a su abogado.

Mientras, ella siguió trabajando de camarera en el mismo restaurante que los últimos diez años. Su vida habitual consistía en trabajar.

El ex marido sin embargo siguió denunciándola para impedir que se acercara a la casa donde vivía con sus hijos y su esposa.

Solicitó una y otra vez de forma urgente la detención de su ex pareja, a pesar de que los jueces afirmaban que no se podía proceder porque no concurrían supuestos legales, ya que Delfina comparecía ante el tribunal con su abogada y procurador siempre que se le solicitaba.

El proceso mostraba extraños favoritismos con las solicitudes de su ex pareja y padre de sus hijos, hasta visualizarse graves irregularidades jurídicas.

Los medios empezaron a llamarla "Madre loca" con supuestas dudas razonables que observaban en los juicios obviando con alevosía los malos tratos y el vapuleo institucional.

Un día emitieron la ejecución forzosa de detención contra Delfina en la que los jueces obviaron las infracciones y la mujer fue vapuleada y menospreciada de forma inaudita con actuaciones oscuras y nefastas sacadas de un marco jurídico medieval.

Dichas actuaciones contó con el beneplácito de la fiscal a pesar de las evidencias ilegales en una jurisdicción civil por no concurrir los supuestos para pedir la detención de Delfina.

La única circunstancia que podía haber motivado la acción de una medida penal, sería el grave riesgo para la salud o la integridad de los menores, circunstancia que no fue acreditada por el simple hecho de que la mujer se sentara en un banco de la plaza con la esperanza de ver a sus hijos.

La detención de Delfina fue innecesaria pero ninguna de las argumentaciones frenaron a aquellos jueces de lo civil y hicieron que la policía la metiera en un calabozo sin motivo para tenerla detenida.

Delfina, encerrada, interpuso un "Habeas Corpus", un mecanismo legal para proteger a los detenidos de arrestos arbitrarios que obligaba a comparecer ante un juez de forma inmediata con el fin de determinar si el arresto era conforme a la legalidad.

Pero no ocurrió nada, Delfina continuó detenida contra su voluntad varios días, lo que constituyó una violación de los derechos fundamentales, cuyo recurso de amparo fue presentado ante el Alto Tribunal, pero no progresó.

Tiempo después en una vista la declararon culpable con pena de prisión de poco más de dos años, equivalentes a los años de inhabilitación para ejercer la patria potestad por su supuesto intento de sustracción de menores.

Todo ello a pesar de no quedar probado que sentándose en el banco de la plaza pretendiese sustraerlos y llevárselos al extranjero.

El juez así lo estimó. Aplicó el intento de sustracción de menores pretendiendo que la mujer incumplió gravemente la resolución que la despojó de la patria potestad.

Meses más tarde hubo otra vista que sorprendió por su rapidez, ya que los procesos judiciales suelen ir extremadamente lentos en los casos de juicio civil.

En la vista se decidió la custodia definitiva de los menores ante la condenada. Delfina fue inhabilitaba para la patria potestad. Perdió definitivamente a sus hijos. Incluidos el recién nacido.

En prisión se hizo muy amiga de una compañera de celda sin saber que aquello convertiría su vida en un infierno.

Salió de forma prematura previo pago realizado por un extraño abogado aconsejado por su amiga.

Unos hombres amigos de su compañera la esperaron a la salida de prisión y se la llevaron a un piso donde la obligaron a ejercer la prostitución para pagar el dinero que supuestamente les prestó para su prematura salida de prisión.
Delfina quedó hundida en la mugre recibiendo palizas del proxeneta encargado de cobrar la deuda. Toda vez que el individuo entendía que no recaudaba bastante dinero le daba una paliza.

José Francés era un ex abogado que había dejado la abogacía para dedicarse a su carrera de escritor de novela negra y se había convertido en uno autores más vendidos del país.

Un amigo le contó lo que ocurría en una vivienda de un piso cercano a donde vivía y el ex abogado escritor cogió gran interés por el asunto que su amigo le contaba.

Estuvo algunos días en la casa de su asunto amigo y fue testigo de lo que ocurría en aquella vivienda prostíbulo. Incluso vio al chulo darle una paliza a la prostituta Delfina porque al parecer no recaudaba lo suficiente para pagar su préstamo.

Cuando el chulo se fue, José Francés habló con Delfina y consiguió convencer a la mujer para apoyarla en un juicio humanitario que la liberara de aquel infierno.

El escritor decidió entonces defenderla por motivos humanitarios sin saber que en el ICA le habían dado de baja como abogado. Se olvidó de pagar las cuotas sin que recibiera notificación alguna al respecto.

Cuando presentó la denuncia para defender a Delfina, provocó que no se activaran los protocolos para proteger a la víctima y se iniciara un procedimiento para deportarla.

Cuando acudió al juez, José Francés fue detenido por agentes de policía por un presunto delito de intrusismo profesional.

Para su fortuna, el juez que llevó su caso archivó el presunto delito de intrusismo trasladando su malestar por lo ocurrido.

El famoso escritor decidió entonces no tomar acciones legales contra el otro juez que provocó su detención.

Se concentró plenamente en la defensa de la prostituta Delfina contra el proxeneta que la maltrataba.

El ex abogado ganó el juicio humanitario en favor de Delfina, consiguiendo liberarla del yugo de la prostitución, además de que no la deportaran y obtuviese la nacionalidad.

Algunos años después el ex abogado escribió un libro que se convirtió en un auténtico best seller de gran éxito, donde describía detalles del caso con personajes ficticios y nuevos conocimientos de lo que le ocurrió a Delfina, y cómo se cruzaron sus vidas para defenderla en un juicio humanitario.

En su sofisticado relato describió cómo un juez, sea del extremo que sea, corrompe y hace mucho daño a las instituciones de justicia y a la democracia del país.

Subrayó con énfasis el sufrimiento al que fue sometido su espoas, la madre de su hijo.


Delfina, la inmigrante sudamericana que nunca estuvo casada

lunes, 6 de febrero de 2023

Paquita, una amiga amargada que no era amiga y me la tenía jurada.

Ramón estaba en una caseta casi vacía del recinto ferial sentado en una mesa solo saboreando un tubo de cerveza fresquita viendo la actuación del grupo melódico sobre el escenario. Estaba muy a gusto.

De repente aparecieron junto a su mesa tres amigas, se alegraron de verse y se sentaron con él.

Ya de madrugada hablaban entre ellas, dos decidieron irse a casa y una quiso quedarse con él.

Cuando se fueron, la que se quedó con él se acurrucó pegándose a su cuerpo para calentarse un poco porque había refrescado y él le abrió el acceso a su cuerpo pasando su brazo por encima de sus hombros.

Así estuvieron hablando mucho rato hasta que se besaron y no pararon de besarse el resto de la madrugada.

Varias horas antes de amanecer cogieron un taxi y se fueron a casa de él y durmieron lo posible juntos en la única cama de la casa, sin besarse y ni tocarse porque aunque parezca raro, ella no quería.


Así que Ramón durmió lo posible junto a alguien que en el corto espacio de tres kilómetros en taxi se había vuelto fría y no quería que la besara.

Cuando despertó vio a Paquita que le miraba con los ojos azules abiertos tan grises y opacos como un túnel oscuro. Se levantó y fue al baño a lavarse la cara y alas manos, se peinó y se espabiló un poco, y cuando regresó al borde de la cama ella seguía con la mirada abstracta y abstraída, perdida en el infinito inmenso del techo de la habitación.

Él ya tenía decidido no volver a darle una nueva oportunidad. Le espetó que era hora de que se fuese a su casa y ella reaccionó levantándose como una autómata sin haber pegado ojo en toda la noche.

Habían dormido vestidos y Ramón le dijo que se lavara y se arreglara un poco en el baño pero ella no quiso. Abrió la puerta y salió al portal de la casa mientras él la cerraba y bajaron a la calle sin mediar palabra, ni siquiera esperando el autobús de línea, y cuando llegó el coche y se fue, Ramón se quejó a sí mismo de haberle salido una idiota timorata que no sabía que lo fuera tras años de amistad, conocerse y ser amigos. Se le había caído la máscara.

Al sábado siguiente se reencontró con el grupo de chicas con el que salía de marcha los fines de semana y por supuesto estaba ella, que lo miró con los ojos muy abiertos esperando una reacción que no llegó porque desde ese momento él optó por una amistad del grupo, cuatro chicas y él, y no por un amistad personal entre los dos. Ramón captó la reacción de ella cuando le preguntó a todas a qué bar iban primero, y ella vio que él se tomaba la cosa como si no hubiese pasado nada entre ellos.

Y en realidad no pasó nada, pero eso ella no lo olvidaría porque tal vez ella hubiese esperado una continuidad a sus besos en la caseta ferial pero no midió que sus acciones y movimientos no obtendrían resultados con un muchacho trotamundos y mundano tan bello como Ramón.

Bajita y mandona, Paquita era rencorosa y sabía odiar, aunque su carita con esos ojos azules celestiales le hacían parecer un ángel pequeñito a punto de clavar la flecha del amor en los corazones enamorados.

Lo cierto es que tuvo una oportunidad con alguien inalcanzable para ella y la desaprovechó. Ahora sabía que se le había cerrado esa puerta. Pero él tenía muchos amigos y un día conoció a un belga con quien tuvo más de una oportunidad, hasta el punto de que varios días después, en un encuentro entre amigos donde no estaban las niñas del grupo, el belga le pidiera el teléfono de ella insistentemente como si él fuese un celestino.

Ramón no entendía a qué venía esa insistencia y qué tenía él que ver en el meollo. Pero su amigo se volvió pesado hasta las narices en un día que él quería estar relajado y disfrutar y entonces se le ocurrió la idea de llamar por teléfono a Victoria y a su hermana, dos de las chicas del grupo, porque como le dijo al belga hasta cansarse, Paquita nunca tuvo teléfono. En aquella época no existían los móviles.

Victoria cogió el teléfono y Ramón le explicó que tenía a su vera al belga, que no lo dejaba en paz y que quería llamar a Paquita porque se sentía muy enamorado de ella y quería invitarla a su casa. Le dijo que el belga le estaba amargando el día y no lo dejaba en paz. Y Victoria le contestó que Paquita estaba ahí con ella en su casa y le dijo que si quería hablar con el puto belga que se pusiese porque a él lo tiene frito.

Y se oyó a Victoria repetirle a Paquita lo que yo le había dicho, y se puso ella y le habló a él para que se pusiese el belga. Ramón le dijo al belga que era Paquita, que se pusiese, y vio como el larguirucho dio unos cuantos saltos hacia el techo lleno de nervios antes de coger el teléfono y gritar como si no lo oyeran al otro lado, pero enseguida bajó la voz y empezó a cortejar a su amada invitándola a su casa para presentarla a los padres.

Cuando terminó, al belga no le cabía la sonrisa en la cara, y Ramón que quería que lo dejarán en paz tuvo que soportar toda su gratitud el resto de la tarde.

Se casaron y se fueron a vivir a Bélgica cerca de los padres de él y cada cierto tiempo venían a ver los padres de ella y a los viejos amigos.

Un día coincidió que Ramón tenía un amor, una hermosa mujer con la que estaba teniendo una pequeña relación. Se encontraron con el grupo de chicas en un bar y mientras él se asomaba con el belga a la barra para pedir bebidas, miró hacia su amada captando cómo fruncía el ceño por algo que la "angelical" Paquita le decía y aquel rostro sonriente de felicidad se tornó oscuro y de disgusto.

Ramón y el belga volvieron junto a ellas y el resto del grupo, y quiso dar un beso a su compañera pero esta, mirando a Paquita que hablaba con su marido, no se dejó. Entonces él tomó una decisión rápida que sorprendió a todos, dejó su caña de cerveza sobre la mesa y se despidió de todos diciendo que se iban ellos solos, hubo abrazos y besos y se fue con su compañera.

Andaron los dos juntos entre el gentío de fin de semana de marcha, él cogió a ella de la mano y subieron a un autobús para ir a la otra parte de la ciudad. Ella se abrazó a él y puso su oído sobre su pecho para oír su corazón. Ramón no quiso preguntarle qué le había dicho Paquita porque ella era una mujer veterana en lidiar con circunstancias adversas además que la relación que mantenían era temporal. Un mes y medio después la relación entre ellos se terminó.

Otro episodio ocurrió cuando transcurrido un par de años, coincidió el matrimonio con él y su nueva pareja eventual. Era un restaurante con un amplio patio con mesas de madera para picnics. Allí llevó a cenar a su nuevo amor con su tía y su novio, holandeses.

Al rato aparecieron Paquita y el belga, que parecieron alegrarse de verlo y se sentaron en su mesa. La velada estuvo bien hasta que Paquita, que había aprendido el idioma donde vivía, se aprovechó de que las dos holandesas hablaban entre ellas para hacer, junto a su marido, como que las entiende, y le dijeron a Ramón que estaban hablando tonterías de él.

Las holandesas miraron fijas a Paquita y su marido y la joven holandesa que estaba con Ramón lo cogió de la mano para no soltarlo mirando fijamente a Paquita sin entender el idioma español, y esta seguía diciéndole a Ramón con la ayuda de su marido que asintiendo explicaba lo mismo que decía su mujer, que hablaban mal de él a sus espaldas. La holandesa, asustada, le miraba agarrando su mano sin que Ramón se dignase a mirarla, su tía y su novio visualizaban problemas.

Entonces él reaccionó y soltó la mano de la holandesa colocándosela junto a la otra en lo alto de la mesa. La chica intentó reaccionar pero Ramón la hizo callar y esta se abrazó a su tía esperando lo peor. Entonces le dijo a Paquita:

- Aquí - y señaló a la holandesa- tengo la enésima mujer con la que salgo este verano. Salgo con ella porque puedo y tengo cojones para cogerle el culo y lo que haga falta. El año pasado salí con veinte mujeres, ¿imagina cuántas llevo este año y todavía no ha terminado el verano?.

Paquita soltando a su marido se enfureció y le chilló:

- No me hables de mujeres, no quiero saber nada!. - ¿Por qué salgo con mujeres y disfruto como un carcamal?... Pues lo hago porqueeeee me gustaaaaaa! - continuó Ramón gritando como si se estuviese corriendo en un largo orgasmo dentro de una vagina.


Paquita explotó fuera de sí y empezó a tirarle comida y bebida, el marido asustado intentó detener su reacción de su mujer llamándolo guarro y asqueroso. El holandés novio de la tía de su chica se quiso levantar para defender a Ramón de la agresión pero él lo mandó sentarse mientras seguía gritando lo bien que se corrió ese verano hasta encontrar a Sandra.

Ramón cogió las manos de Sandra y se las apretó con ternura infinita. Después le acercó los labios y aunque estaba sucio por la comida y bebida que le habían echado encima Sandra y él se besaron ensuciándose mutuamente. Paquita se escapó de su marido y les arrojó una jarra de cerveza por la cabeza, pero siguieron besándose igual sin importarles nada y Paquita levantó la jarra para estrellarla en la cabeza de él.

Los dueños del local, padre, madre e hijo, amigos de Ramón, la cogieron del brazo gritando y pararon el intento de agresión.

El dueño les dio a entender que Paquita y su marido tenían dos opciones:

- Una, paga usted la cuenta de todo esto y se van para no tener que verlos más. Dos, pagan la cuenta y no se van para no verlos más, llamaré a la Guardia Civil y les contaré el intento de agresión aquí a mis clientes cuando estaban pasando una agradable velada.

Y se quedaron callados pendientes de la reacción de la agresora y su marido.

Ella estuvo a punto de intentar agredir pero fue avisada por segunda vez y supo que no habría una tercera porque los dueños ya mostraban los bastones para golpear.

Entonces el marido sacó su billetera y cogió billetes grandes para pagar la factura. Esperaba la vuelta pero el dueño le espetó "es el bote, por los servicios prestados, la limpieza de la mesa y el entorno. Y recuerde, no vuelva más".

Y se fue con su mujer que estaba llorando y rabiando en la calle pegándole a las farolas, a los muros y a las señales de tráfico. Hasta que pasó una patrulla de la Guardia Civil que se detuvo sospechando algo y el guardia copiloto se bajó ojeando, el belga agarró a su mujer y obligó a andar recta como si no pasara nada.

El guardia terminó por no darle importancia, subió al coche y continuó hasta el restaurante como un aviso de lo que les pasaría si no se iban.

Cada tarde la patrulla solía hacer un descanso y comer bien antes de continuar su jornada y acudían a aquel local.



Cosas que las mujeres no quieren que sepas cuando mantienes una relación

Me considero un corredor impresionante y me gusta experimentar todo tipo de sistemas de entrenamiento. Estas experiencias me llevaron a la c...