miércoles, 15 de febrero de 2023

El hijo maltratador de un mando de la guardia civil. Leer lee lecturas.

Era una mujer con mucha humanidad, su marido era de lo peor del barrio. Bajito, engreído, abusador, ególatra, fascineroso, con una personalidad mediocre llena de todo tipo de traumas.

Ser hijo de un mando de la Guardia Civil le había librado muchas veces de la entrada en los calabozos por sus agresiones injustificadas a cualquiera que se atreviese a hablar a su mujer sin su permiso.

Las palizas y las borracheras con su grupo de amigos eran su festín semanal. De noche iban y escogían a cualquiera que encontraran por la calle, incluso chiquillos, los que maltrataban y les pegaban sin piedad.

Mantenía oculto que era un auténtico abusador. En los bares le temían porque tenía connotaciones de cruzarse sus cables cerebrales y dar una verdadera paliza a las víctimas de turno.

 Era un verdadero desquiciado que usaba varas de acebuche o la pinga de buey. Y lo peor es que siempre salía indemne porque su padre era muy amigo de gran parte de la oligarquía de aquellos tiempos de los años cincuenta y sesenta.

Su grupo de amigos eran hijos de responsables de genocidio que llevaron a cabo miles de crímenes y desapariciones durante la guerra.

Le gustaban los coches de lujo y siempre tenía un amigo adinerado que le prestaba alguno. Contaba que con la mujer recatada y aburrida con la que tuvo que casarse nunca despegaría su amargada vida.

No tenía hijos, pero si los tuviera, su mujer no tendría tiempo ni para mariposear costuras con las amigas y vecinas del barrio. Creía que sus hijos serían los más guapos de la ciudad. No como él, que a duras penas alcanzaba uno sesenta y era feo, rechoncho y poco agraciado físicamente, aunque con mucha fuerza.

Uno de sus graves traumas era no parecerse en nada físicamente ni a su padre ni a su madre. Por ello entraba en cólera muy violento cuando alguien le insinuaba que lo mismo era adoptado y no hijo natural.

Aquel que se atrevía a decirle esas barbaridades, seguramente no tenía aprecio por su vida ni muchas ganas de vivir.

Una vez se abalanzó sin avisar sobre un individuo atrevido sin que nadie moviese un dedo y lo apalizó sin piedad dejando un rastro de sangre difícil de limpiar hasta que el individuo tuvo la suerte de presentarse la Guardia Civil.

Los agentes detuvieron aquella paliza llevándoselo detenido, pero a las pocas salía del cuartelillo limpio y brillante, camino de su casa a donde apenas iba, para echarse en la cama bajo la mirada equidistante de su silenciosa mujer.

No le afectaban los remordimientos y cuando tenía suerte con los trapicheos, movía mucho dinero, porque el trabajar como que no le iba mucho.

Se sentía entonces muy señorito, vanagloriándose por aquello de la estirpe de la que según él procedía. Padecía lo que la mona jefe y a más de uno le había expresado que su verdadera vocación hubiese sido ser sacerdote, pero sin ganas de santiguarse todo el puto día.

Cuando el trapicheo le había ido bien, siempre tenía un inmenso tufo a alcohol por el abundante ron de caña que tomaba.

Repartía con su grupo de colegas y colaboradores las ganancias de aquellos barriles que cualquiera sabe de dónde procedían.

Se le veía contando el dinero de forma siniestra con desconfianza antes de repartir. Aquella casa y sus alrededores donde había tenido ocultos los barriles antes de venderlos parecía un recinto de campo de concentración.

De chiquillo lloraba cuando los niños grandes le pegaban sin tener la oportunidad de defenderse. Ahora el niño grande era él y se hacía lo que quería.

A su grupo le compensaba, a otros les daba migajas. Eran como una hermandad de hermanos en el grupo. No había primos, los primos eran los otros, sus víctimas. Era el jefe en aquella especie de grupo de delincuentes del pequeño mercado del estraperlo, el que organizaba y tenía el mando.

Aquel negocio poco a poco fue creciendo hasta convertirlo en un verdadero padrino con su banda de emprendedores, señores que recorrían la ciudad haciendo del trapicheo su negocio y de los negocios de otros su forma de dar salida a su producto.

Había comprado una casa nueva mucho más grande de dos pisos, en el mismo barrio. La vivienda estaba arriba y allí en los bajos tenían un garaje donde movían los toneles de curso ilegal que pasaban a legal. En una habitación pequeña con una mesa redonda en el centro, a puerta cerrada, el grupo tomaba decisiones a veces terribles.

Su mujer andaba siempre angustiada porque no podía salir sin que sus hombres la vigilaran. Prefería la otra casa donde su marido no iba nunca, porque en esta, tan solo con salir a la calle, los ojos de sus hombres y de todo el vecindario vigilaban sus movimientos. No tenía intimidad.

Los vecinos trinaban, estaban muy quisquillosos y malhumorados con los trajines de camiones en un calle tan pequeña. Incluso los domingos había carga y descarga de toneles.

Ella trataba de consolarse recibiendo en su casa a sus amigas a la hora de la merienda. Tomaba en sus brazos a las amigas y las abrazaba diciéndoles que su vida se había convertido en un infierno si antes no lo era. No aguantaba aquella casa tremenda ni los miles de ojos vigilando sus pasos. Pensaba coger lo necesario y irse con su madre.

Aquellas palabras fueron oídas por su marido que había subido a casa a darse una ducha y había estado oyendo lo que decían en aquella habitación.

Aquella noche ella apareció muerta en su cama. Nadie supo de qué había fallecido. No estaba enferma. Solo que aquella noche su marido hizo una pequeña fiesta en los bajos con sus muchachos y se ausentó durante cierto tiempo indefinido. Cuando volvió parecía más alegre que cuando se fue y la fiesta continuó durante horas.

El mafioso y sus secuaces no se habían dado cuenta que la policía y la Guardia Civil habían subido a los pisos de arriba por la puerta exterior de la casa, que siempre permanecía entreabierta.

Avisados por la madre de la mujer que había ido a ayudar a su hija a trasladarse a su casa, habían accedido a la vivienda encontrando su cadáver magullado y retorcido, tendido en la cama con evidentes moratones y cardenales por la paliza que le había dado.


Leo, el chico que trabajó en los negocios de cocina de su padre. Leer lee lecturas.

Leo era un chico que trabajó en los negocios de cocina con su padre desde temprana edad. Siendo pinche a la edad de dieciséis años empezó a recibir palizas periódicas.


Trabajaban en un hotel de la costa que se llenaba de extranjeros de todos los países de Europa y Estados Unidos. Era un sitio privilegiado a cien metros de la playa rodeado de monte y campo.

Un día estaba limpiando merluza congelada y fuera por lo que fuera que Leo ensoñara despierto sin dejar de trabajar, su padre, jefe de partida, delante de todos en la cocina, le dio una paliza para que dejara de ensoñar.

Qué podría haber en la ensoñación que fuera malo para la vida o para vivir?. Qué envidia o odio despierta en otros aquellas personas que tienen capacidad para la ensoñación despiertos?.

Lo cierto es que Leo se estaba convirtiendo en un joven muy pero muy atractivo. Algunos camareros y cocineros del hotel intentaron buscarle un mote sin conseguirlo. Demasiado inteligente para mentes y pensamientos simples.


El caso es que aquello se fue convirtiendo en un infierno para el pobre Leo y él ya había empezado a cavilar profundamente la forma de crear verdaderos problemas a aquellos individuos de la cocina y el resto del hotel que se quedaban quietos ante tales agresiones aunque fuera de su padre. Es que ni el mismo jefe de cocina allí delante mismo, hizo nada ni le llamó la atención al agresor por lo que ocurría en sus narices, incluso se rio como todos.

Solo el jefe de economato fue un hombre decente que un día en su horario de descanso coincidió con Leo en el paseo marítimo y se sentó con él para decirle que denunciase a su padre a la Guardia Civil. Pero Leo le dijo que no, porque él solo tenía dieciséis años, ya lo había pensado y no saldría bien.

Fue pasando el tiempo y lo que fue su problema con su padre y el hotel se empezó a convertir en un problema de confrontación entre el hotel y su padre. Ahora le pegaban con razón. No estaba a su horario en la cocina, pasaba la noche bailando en las discotecas chocheando con extranjeras y no iba por casa. Le pedía dinero al hotel de su sueldo y después llegaba su padre para cobrar y le daban el resto. Se había convertido en un problema y acababa de cumplir diecisiete años.


Al final lo echaron de trabajar en el hotel con una indemnización sustanciosa porque le quedaba un año de contrato. Se había convertido en un chico muy atractivo y hermoso.

Su padre seis meses después había cogido la cocina de un bar restaurante donde se daban cantidades importantes de desayunos. Su horario se extendía desde las 6 horas de la mañana hasta las 20 horas de la noche. El resto del día su padre que llegaba del mercado de abastos antes de las 12 h del mediodía hasta que cerraba ya a las 24 h.

Las agresiones empezaron a ser continuas y diarias y él no sabía hasta cuándo iba a aguantar. Los camareros del negocio no se llevaban bien con él por el mero hecho de ser diferente y algunos eran auténticos sádicos en el trato además de ser algunos, de la acera de enfrente.

Todos los días encontraban una queja en la que el único culpable era Leo, que no sabía qué buscaba esta gente pero lo intuía, esas miradas morbosas y esas maneras de acercarse al chaval decían muchas cosas. Qué historias le contaban a su padre para que cada día nada más llegar, la emprendiera  a golpes con lo primero que pillara, con la escoba o arrojándole cosas por la cabeza incluso la olla caliente o hirviendo y obligarlo así con todo encima a llevarle un plato de bacón con huevos a los clientes dándole patadas y puñetazos, llamándole "guapito de cara" mientras nadie hacía nada y algunos se reían.

Más pronto que tarde Leo compró una mochila y una tienda de campaña de lo más barata y un día por la tarde cuando regresó más temprano de lo habitual del trabajo con su moto, llegó a su casa, cogió la mochila, dejó las llaves a la vista y se dirigió donde vivía su madre.

La pobre lloraba pidiéndole que no se fuera pero él no aguantaba más. Ella le acompañó a la estación del ferrocarril y sacó billete a cualquier parte. Su madre lo abrazó llorando y le dio dinero y el número de teléfono para que llamará a donde ella vivía y el tren silbó y se llevó a Leo para vivir otra vida.



martes, 14 de febrero de 2023

Sancho, el escritor de best seller más vendido del mundo con una vida oculta más oscura que el negro de sus libros. Leer lee lecturas.

 Sancho era el escritor más vendido del momento, el que más compraban las mujeres, el más celebrado por sus historias con tintes feministas que abogaban por la libertad e independencia femenina.

En sus libros sus protagonistas eran mujeres talentosas e independientes de éxito en su vida laboral y personal que comenzaban siendo unas simples fregonas en trabajos de servicios domésticos que se convertían en emprendedoras con muchos sacrificios y alcanzaban lo máximo siendo empresarias dueñas de su propia empresa cualquiera que fuera el objetivo de su inversión.

Sin embargo, Sancho tenía una vida oculta cuando se iba de vacaciones a un país asiático donde se le perdía el rastro. No hubo pocas veces que algún periodista avispado le preguntara dónde pasaba sus vacaciones, y la respuesta siempre venía a ser la misma: en una pequeña isla exclusiva paradisíaca que es un hotel de lujo a la que solo podían acceder los clientes ya registrados y abonados los costos del servicio.

Lo cierto es que nunca dijo qué isla era, y esto contribuía al misterio y el interés de sus lectores, en su mayoría mujeres, al culto por la fascinante vida del aclamado escritor.

En el contenido de sus libros, las mujeres eran pobres, casadas por embarazos no deseados o contra su voluntad por fuerzas mayores, pero sobretodo casadas con tipos violentos de los que sufrían abusos y palizas, maridos que o eran borrachos o drogadictos o las dos cosas, y que las molían a palos.

La segunda parte de sus historias es cuando las mujeres se independizan, se divorcian se separan o mandan a su marido al carajo. A partir de ahí empiezan a emprender, siempre con más o menos éxito pero con éxito al fin hasta el punto de ser dueña de una empresa con cientos de empleados felices de su jefa. Mujeres de éxito en definitiva, independientes en sexualidad, divorciadas, separadas y viudas increíblemente atractivas.

Sancho reconoció más de una vez que no mantenía relaciones con mujeres casadas en la vida real y que sus preferencias eran las viudas, divorciadas o mujeres sin compromiso e independientes. Toda una declaración de intenciones.

Un periodista de investigación conocido por el nombre Juancho, se propuso conocer lo que escondía el famoso escritor sospechando que dedicaba sus vacaciones a lo más obsceno que se dedicaban muchos ricos y famosos que se había sabido en los últimos años con respecto de pasar las vacaciones en países asiáticos.

Para ello, Juancho preparó una serie de detalles que le ayudarían a seguir a Sancho en sus vacaciones al otro lado del mundo. Contaba con una serie de ayudantes que eran colegas que trabajaban en esos lejanos países.

Cada uno cogería un vuelo a según qué países podría ir el escritor en sus vacaciones en caso de que no averiguasen el destino original de aquel viaje.

Pero pronto dio resultado. El escritor cogió un avión a Estambul para hacer su primera escala. Allí esperó durante un mínimo de cinco horas hasta que apareció un individuo alto y rubio que después supieron que era Helmut, un magnate alemán de revistas glamurosas sobre la alta sociedad europea.

Un par de horas después tenían sus billetes para viajar a Bangkok y accedieron al Gare tras validar los billetes y Juancho con su acompañante también. Habían acertado al elegir Bangkok pero una vez allí la cosa se iba a complicar.

Una vez en Bangkok el viaje continuó por la ciudad hasta que salieron de ella sin que Sancho y Helmut detectaran que eran seguidos.

Suchart, el acompañante tailandés de Juancho, había perdido su trabajo como vigilante de seguridad con la crisis económica en un edificio de oficinas en Bangkok, había tenido la mala suerte de toparse con un broker, que es como llaman a los agentes que venden a personas en las nutridas redes de tráfico, que le ofreció un trabajo como vigilante sin saber de qué se trataba.

Lo que supuestamente iba a custodiar resultó flotar en el agua y las tareas que le encargaron resultaron ser lo más duro que había vivido. Aún tiene sus dedos quebrados por las heridas producidas de tirar de las redes de pesca.

No existen cifras precisas, pero se calcula que miles de personas son víctimas de las redes de venta de personas o de la esclavitud y él fue una víctima sin saberlo, pues su país es tránsito y destino de hombres, mujeres y niños sometidos a trabajos forzados y tráfico sexual.

Suchart tenía ya claro dónde iban esos dos y no necesitó seguirlos de cerca con el peligro de ser descubiertos y que se esfumaran. Así se lo dijo a Juancho, "No necesario seguirlos de cerca, no necesario. Ya saber dónde van."

Y hizo que el taxi diese media vuelta para ir a un hotel cercano. Dijo a Juancho "Nosotros descansar en hotel y ir a encontrarlos mañana". Y Juancho aceptó.

En Tailandia se vive sin muchos tapujos del turismo sexual y Bangkok no es un excepción. En la ciudad se encuentra la famosa calle Soi Cowboy, una de las zonas rojas de la ciudad dedicada exclusivamente al ocio nocturno donde los turistas buscan dar rienda suelta a los sueños húmedos con una buen revolcón entre las sabanas.

Al día siguiente por la noche Suchart trajo a Juancho a una esquina en particular de la calle Soi Cowboy y esperaron pacientes más de una hora hasta que vieron llegar a Sancho y Helmut. Los dejaron pasar sin ser vistos y los siguieron de cerca un buen rato hasta que en la puerta de un club los vieron preguntar a un individuo por alguien. Al rato los dejaron pasar por un callejón controlado por dicho individuo y otros dos.

Salieron al rato largo y esperaron allí mismo la llegada de un automóvil cuyo conductor llevaba a tres pasajeras. Sancho y Helmut subieron al coche y por suerte no lo perdieron de vista porque había mucha gente y el coche marchaba lento, lo que les permitió encontrarse con un taxi libre y se subieron a él.

Tras un rato por la ciudad siguiendo al coche sin despertar sospechas. Llegaron a un muelle con yates de alquiler para una travesía de lujo privada por el río Chao Phraya. Salieron del coche las tres mujeres y el conductor, que seguramente era el proxeneta que las guardaba, y subieron a un yate a punto de zarpar.

Cuando la embarcación zarpó se apresuraron en subir a aquel muelle y alquilar rápidamente una barca tradicional tailandesa para seguirlos y lo consiguieron aunque el individuo que lo conducía se mostró lento y demasiado tranquilo.

Tras más de una hora de recorrido por el río el yate se detuvo y echó anclas lejos del bullicio de Bangkok. Suchart le dijo al barquero que fuese más lento y que no hiciese ruido. Tardaron veinte minutos en acercarse lo suficiente al yate para oír los gritos y los llantos de las mujeres.

Juancho vio que el conductor proxeneta del automóvil se encontraba a babor fumando sin meterse en lo que acontecía en el interior y mandó ir por estribor sin hacer ruido acercándose poco a poco al yate donde se oían golpes y gritos terribles de las mujeres y la rabia de los hombres.

Pronto alcanzaron el yate y subieron y Juancho se quedó paralizado. El conductor proxeneta los vio pero volvió su rostro hacia babor como si no hubiese visto nada y continuó fumando como si tal cosa. Suchart empujó la puerta para abrirla pero estaba cerrada por dentro, así que sacó su machete, lo metió entre las dos puertas con fuerza y lo movió para arriba abriéndolas.

El espectáculo era dantesco y Juancho comenzó a hacer fotos de aquellos dos degenerados con todo tipo de artilugios dando una paliza a tres muchachas, jóvenes que lo mismo no tenían quince años, contratadas para satisfacer sus deseos de lujuria sexual, mujeres niñas en manos de una trata de blancas que ignoraban lo que les iba a pasar en aquel yate.

Sancho se quedó paralizado pero Helmut corrió hacia Juancho para agredirle e impedir que siguiera haciendo fotos. Pero Suchart hizo que desviara la atención hacia él y cuando Helmut se le acercó, Suchart apuntó para arriba y lanzó una bengala de auxilio que se elevó en la oscuridad de la noche iluminando la situación del yate por muchos kilómetros a la redonda, lo que quiere decir que en pocos minutos estarían rodeados por las patrulleras de la policía que enseguida empezaron a brillar a lo lejos surcando la distancia a toda velocidad.

Juancho, llorando, siguió haciendo fotos de la sangre por todo el yate y del rostro de las niñas mientras Suchart y el barquero les quitaban las amarras de las manos y de los pies. Las recogían del suelo y las acomodaban en el yate llenas de heridas e inflaciones por todo el cuerpo.

El conductor proxeneta del coche miró el espectáculo desde cubierta y no entró. Apoyó su cuerpo en la baranda de babor y se encendió otro cigarro.


Cosas que las mujeres no quieren que sepas cuando mantienes una relación

Me considero un corredor impresionante y me gusta experimentar todo tipo de sistemas de entrenamiento. Estas experiencias me llevaron a la c...