Yo llevaba muchos años veraneando en aquel pueblo de la costa. Soy un chico moreno, guapo y encantador que enamora a las chicas guapas con unos ojos preciosos marrones castaños.
Del
pueblo a la gran ciudad habrá unos sesenta kilómetros y el
autobús de línea solo tarda hora y media realizando un montón
de paradas a lo largo de todo el recorrido por la antigua carretera
nacional 340. Por entonces no había autovía.
La
chica enamorada se llamaba Flor y estudiaba en la capital
para convertirse en letrada. O sea una abogada.
Ella conociendo mi trayecto habitual por entonces se dejó coincidir
muchas veces por la calle con la intención de atraer mi atención.
Pero ocurría
que yo llevaba una vida muy intensa conociendo a mucha gente y no me permitía pararme a pensar en ella.
Flor, como muchas mujercitas, le importaba un pimiento los conceptos que uno pudiera tener y que apenas teníamos veinte años los dos.
Conforme pasó el tiempo Flor creyó que yo la rechazaba, cuando lo cierto es que ella no me ofreció nada para tenerla en cuenta, me fijará en ella y hubiese entre nosotros un vínculo.
Flor era una de
esas chicas que creen que yo la iba a seguir por su cara bonita y con amor platónico, como un bobo tieso que no se come un rosco ni ha probado nunca una almeja.
Supongo que su idea no era una conexión natural, entre los dos teniendo sexo, y recatada no conectó conmigo por el qué dirán en su pueblo.
Así que con el tiempo la fui olvidando y no la volví a ver hasta pasado unos años. Era la novia de un guardia civil recientemente entrado en el cuerpo.
Cuando nos reencontramos en el pueblo, yo la traté como la simple amiga que era,
una amistad de años atrás sin más.
Los Pinos era un bar disco con música para bailar hasta altas horas de
la madrugada. Estaba en una calle trasera de la calle principal de Maro.
Por las
noches, tras un largo paseo itinerante por otros bares del pueblo, pasaba por Los Pinos y la veía sola o con amigos. Sentada en la mesa de
la terraza yo la saludaba con alegría como chica guapa que era. Varias veces se me quedaba mirando el individuo que salía con
ella, el guardia civil.
Un día que yo entraba en Los Pinos el gilipollas se levantó de
la mesa una vez saludé a Flor antes de entrar al
interior.
Me dijo que nunca más volviese a saludar ni dirigirle la palabra a su novia.
El
individuo, a pesar de tener la misma altura que yo, se le veía muy hombre y muy crecidito, con cierto rebufo de buen cornudo y tener una personalidad mediocre. Yo le miraba a los ojos al gilipollas que no dejaba de pestañear.
No
quise herirle por simpatía que tenía con los habitantes del
pueblo que me acogía. Desconocía si el tipejo era familiar de alguien en el pueblo.
Le respondí que saludaba a
Flor porque era una amiga. Miré a la chica pero ella tenía la cabeza agachada y no me
miraba.
Me di cuenta que era una puesta en escena de ella y podía haberle dicho una mentira al individuo. Permanecía con la cabeza baja sentada sobre su silla de espaldas a nosotros sin volverse siquiera.
Presentí que algo raro manejaba la mamarracha, y cuando el
individuo me espetó que no quería que volviese a saludar a su novia
nunca más, le di el okey de que no la saludaría nunca más.
Miré a las chicas y chicos parejas del pueblo que estaban sentados con ellos en la misma mesa con los ceños fruncidos, y frente a la actitud de los hipócritas me volví adentro del bar.
Pero como último recurso le dije al energúmeno que "si no quiere que la salude que me lo diga
ella misma."
El individuo se puso en guardia y me interpeló. Me contestó con un "ya te lo digo yo, que soy guardia civil y soy su novio."
Ridículo total. Me reí en su cara. Le reafirmé al machista medio hombre que no la volvería a saludar. El individuo se sentó y
entré en el bar a tomarme unas copas. Desde entonces nunca más la
volví a saludar.
Un día me encontré en Málaga con
unos amigos y decidimos ir a Maro donde bebimos y disfrutamos de
la playa.
A uno de mis amigos se le ocurrió pasar por Nerja. Dejamos el coche en un aparcamiento y recorrimos las calles hasta el Balcón de Europa.
Tras un rato grande en el mirador contemplando el paisaje, bajamos a la caleta de Calahonda justo debajo del Balcón.
Nos estábamos quitando los pantalones y la camiseta para quedarnos en
bañador, que me di cuenta que teníamos al lado a Flor y al medio hombre con una pareja de amigos.
Flor con la cara
pétrea de quien no vive o está muerta en vida, no desvió su mirada
ni un solo momento de mí.
Ni siquiera participaba de la verborrea que tenía su ya seguramente marido. Me miraba de una forma que no iba a olvidar nunca. Tampoco olvidará jamás la afrenta de aquella noche.
Aquel día yo tenía el cabello muy largo que me había dejado crecer nunca durante años. Cuando me bañaba con los amigos en el agua el pelo mojado me cubría por completo la cara.
Entre los huecos yo miraba hacia Flor y la individua seguía mirándome pétrea, ajena a la verborrea de su cónyuge con la pareja que les acompañaba.
Mis amigos y yo jugábamos en la playa justo al lado de ellos, y tuve la maldad de hacerle a Flor una exhibición de mis atractivos personales sin que mis amigos o el marido de ella se dieran cuenta.
Ella me miraba sin mostrar la menor desvergüenza. Y el marido que no le prestaba ni la más mínima atención seguía con su charla con la otra pareja.
Una hora después nos íbamos y me dejé observar por Flor en apenas medio metro, vistiéndome. La miraba y ella seguía sin quitar su hermosa
mirada de ojos celestes de mi cuerpo.
Y en la despedida la miré por última vez mientras permanecía al lado de su marido ausente en la
charla con la otra pareja.
Me alejé sabiendo que
esa chica me amaba. Con lo que acababa de pasar degusté mi venganza
por el trato recibido aquella lejana noche en el bar Los Pinos.
Pasaran un montón de años y cualquier día volveré a ver a la infeliz Flor.
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