sábado, 7 de enero de 2023

La Sagrada Convicción social y sus graves consecuencias

Tengo la Sagrada Convicción de que esta lectura no será en vano. Cuando tenía menos de dieciocho años escribí uno de mis relatos más personales donde describo la voluntad de irme lejos y cuanto más lejos mejor.

Trabajé en restaurantes de mi padre en Torremolinos viviendo una vida que no era la mía. Dieciocho horas diarias sin descanso mientras otros se repartían la riqueza y me pagaban del reparto del bote.

Cuando me escapé de casa, gané mi libertad. No fue gratuito sino a base de palizas y lágrimas. Yo era útil para trabajar, nunca para disfrutar de mi riqueza. Con mi decisión provoqué tanto dolor como me lo habían provocado a mí.

Durante veinte años rulando por media Europa me relacioné con muchísimas amigas que quisieron cambiarme la vida. 

De hecho cuando estuve por primera vez en Chistau, habían transcurrido dos años desde que abandoné una relación de nueve meses con una amiga que comenzó a presionarme hacia intereses que no eran los míos. 

Mal perdedora, pasó más de un año intentando cambiar mi decisión y no tuvo reparos en usar personas conocidas para que intentar convencerme de mi supuesto error.

Vengativa, hizo llegar a oídos de la noruega con la que salía que yo era homosexual. Usaba amistades de nuestro entorno al punto de intimidarla con mi supuesta homosexualidad. Provocó daño moral y reacciones adversas.
 
Yo, que soy maestro en alejarme de todo lo malo, hace décadas que tengo capacidad para poner tierra de por medio, porque nunca aceptaré una vida de trabajo donde mi dinero ganado se use para propósitos que no entran dentro de mis proyectos personales.

La lejanía para alejarme de todo lo malo y de no pocas personas en la ciudad donde resido. 

Los viajes para la contemplación de paisajes increíbles que me han hecho sonreír disfrutando de la vida. 

En Chistau conocí personas tóxicas que quisieron cambiar mi forma de vivir. Me castigaban a base de berrinches. No son personas del valle pero tienen relación. 

Menospreciaban mi trabajo en el pueblo como una verdadera mierda. Quizás porque el dinero que ganaba era mío y no tenía a mi lado nadie que me controlara ni me lo quitara de las manos. 

Alquilaba coches una semana cada tres meses aproximadamente para pasar tres días con mis padres y otros cuatro días recorriendo lugares por donde peregriné con la mochila durante más de veinte años. 

Usé mi dinero para lo que quise. Algunos pensaron que tenía vicios secretos porque me movía con nocturnidad. La gente mezquina ignora que nunca necesité pagar por servicios.

Cuando aparecían por el pueblo el berrinche lo tenía asegurado. Les dejé claro que nunca me sentí más a gusto que barriendo calles en Plan, limpiando hierbas, echando arena o sal durante las nevadas para que las personas no resbalaran, pintando las barandas de los puentes, haciendo mortero o grava. Además se ofuscaban porque mi risa loca les dejaba claro que me gustaba. 

Tener familia y casarme nunca estuvo en mis proyectos, no en la forma que pensaban ni en la que me quisieron inculcar. Algunos diseñaron para mí una vida donde me olvidase de trotar mundos, según ellos, para no perder mis derechos sociales como persona e individuo. 

la sagrada convicción social






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