Os quiero comentar mi impresión de aquel día que ya no iba a volver a párvulos aquí cerca, en Regiones, en la Carrera del Perú. No recuerdo que casa era, la cuarta o la quinta casa.
Lo cierto es que cuando entré por primera vez al Virgen del Pilar fue todo un evento familiar.
No era yo el único que accedía, había más niños con sus familias apostadas en el patio junto a la entrada de la escuela, atentas y casi lagrimosas, orgullosas viendo cómo nos colocaban en fila como soldados, de mayor a menor, y nos hacían cantar el "Cara al Sol."
Yo observaba a todos lados con el rabillo de los ojos porque si no, se venía encima el maestro director de aquella reverencia al régimen y te ponía la cara como un tomate de Almería aunque estuviesen tus padres en el patio.
En las aulas teníamos sesiones en las que aprendimos las canciones que cantábamos en el patio, a diario, por las mañanas y por las tardes, al entrar y al salir.
Tenía la impresión que me habían metido en un recinto militar. El director llevaba la escuela con mano dura y reglas a rajatabla.
La zona del Hogar la gestionaba la Iglesia, monjas y sacerdotes. Incluso tenían su capilla. Era el edificio inmediato a la Bola Azul por su lado interno.
La parte exterior del edificio, junto a la valla que nos separaba del recinto médico, era un limbo con algunas aulas sin conexión directa con el interior del edificio.
Me pareció atroz ese sitio porque para llegar había que rodear y andar hasta el final para acceder a las aulas en el único sitio salvaje de todo el Virgen del Pilar.
Tengo el triste recuerdo de este individuo, Juan el maestro, de lo peor que yo recuerdo, aunque no el peor.
En su clase los niños fuimos víctimas de él. Se burlaba de mi discapacidad auditiva y me aislaba en clase impidiendo que pudiese aprender nada.
De todas formas qué se podía aprender de semejante demonio?.
Ni de lejos fui el que recibió lo peor. El individuo y su sadismo lo tuvo muy duro con Blas, un niño gigante que nos sacaba mínimo un palmo de alto y vivía en La Loma.
Sí que era un gigante el Blas. Más alto que todos y más alto y grande que el maestro, que era bajito apuntado a calvo con cara de hombre de las cavernas.
A menudo se hacía el diplomático con todos nosotros pero acababa acosando a sus preferidos y Blas era especial.
Lo acosó con sarna y Blas reaccionó en rebeldía desobedeciendo. El cavernícola montó en cólera y le dio una verdadera paliza. Golpes y puñetazos terribles intentaron amilanar el gigantesco cuerpo del pobre Blas una y otra vez.
Pero el maestro no consiguió humillarle, salió humillado. No podía con él.
Lo que acabamos de ver nos dejó estremecidos. Yo lo sufrí del director de la escuela el día que me revolqué en el suelo ensuciando mi uniforme. Pero nunca había visto a un maestro con esa violencia gratuita en un aula delantera de todos sus alumnos.
Al sentirse humillado, lo peor llegó tras la primera embestida, que el maestro mostró cansancio físico en presencia de todos los alumnos frente a un Blas fuerte como un toro, un rebelde sin violencia.
Ver cómo lo mirábamos todos los alumnos provocó la rabia del maestro. El pobre Blas recibió una segunda y otra tercera tanda de puñetazos defendiéndose sin responder a la agresión.
El maestro, exhausto, cansado y sin fuerzas, intentó disculparse con todos los alumnos pero a mí personalmente no me convenció, me pareció una malísima persona.
Blas lloraba y le prometió al maestro que se lo diría a su hermano. Juan, el maestro, actuó como hacen los crápulas y le siguió pegando de hostias en la cara.
Al día siguiente suspendieron la clase no pude ver qué sucedió con el hermano de Blas pero creo que este maestro no volvió a la escuela y nos repartieron por otras aulas.
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