Él no era ningún marqués pero le llamaban "El Marqués". Tenía un porte elegante, una mezcla de militar y play boy, pero en realidad era pobre y nadie lo sabía.
Se pensaba que era rico porque vivía en un hotel en la zona costera más deseada y soñada por cuantos podían disfrutar de una embarcación de recreo con carnet de patrón.
Eso
era él, capitán y patrón de un barco de recreo sin ser el verdadero dueño, porque el dueño era
otro a quién servía por su gran don de gentes.
Le
gustaba agasajar casi avasallando, a cualquier dama de su interés que
le procurase buena prensa y ser el centro de los corrillos con su
impronta de caballero cabal y elegante, en realidad un personaje
interpretado por un buen actor.
Un día conoció a una
mujer tan bella que no dudó en tomarla por esposa. Se acabó el
galán caballero cabal de aquellos años 70. Se convirtió en un
patrón de barco sin rumbo y se fue hundiendo poco a poco cada día más, hasta
que dejó de interpretar ese personaje de buen actor siendo eclipsado por la belleza y don de gentes de su bella señora.
Afloró entonces el verdadero marqués, una persona sin alma, sin escrúpulos ni
empatía, que sintiéndose el perrito faldero de su mujer la encerró harto de que los jóvenes la cortejaran y sus antiguos camaradas admiraran su hermosura y su encanto.
No
podía soportar los cuernos ni saber a su mujer en los brazos de
otros como él estuvo en brazos de otras. Parecía una sombra oscura
de aquel que había sido, antes de que ella llegase a su vida y le
llenase la casa de niños que se comían el dinero de su riqueza
naval.
El armador y dueño de su embarcación le había
derogado los recursos de su barco en favor de los encantos de su
mujer y sus hijos. Ello provocó un golpe de efecto en el control que ejerció durante tantos años como suyo. El centro de su hombría se hizo añicos.
La
gente le preguntaba dónde estaba su mujer, que desapareció de
repente de la escena social. A sus cuatro hijos, dos niños y dos
niñas, les había contado que mamá se había vuelto loca y estaba
muy enferma. Por eso la tenía encerrada en un zulo que había
construido en el sótano de su casa, para que los vecinos no oyesen sus lamentos.
Cada
día llevaba a sus hijos a la escuela con una sonrisa amable y respondía a quienes le enviaban saludos para su mujer. Cuando
alguien le preguntaba a sus hijos en su presencia, los niños contestaban que se había quedado en casa haciendo las tareas.
Pero
lo cierto es que la gente empezó a sospechar algo raro y dieron parte de ello a la Guardia Civil y la policía.
Él se percató de
las habladurías y lo que hizo fue sacar a su mujer del zulo del
sótano. La metió en el portaequipajes de su Seat 500 en plena noche y la llevó al barco. La introdujo dentro de un saco de patatas de
esparto que amarró bien para que no se pudiera escapar y la dejó en la bodega de
almacenaje.
Por la mañana salió de la casa con sus hijos
y la gente le preguntaba dónde iban tan elegantes. Los niños
contestaban que iban a navegar por la bahía con su mamá que les
esperaba en el barco.
Con una sonrisa en los labios se apresuró a subir sus hijos al coche y partieron raudo hacia el puerto embarcando rápidamente.
Hizo levar amarras a sus marineros sin permitir embarcar a ninguno de ellos con la excusa de ser un viaje familiar, y cuando se distanció del muelle vio llegar la Guardia Civil.
Entonces
sacó un maniquí vestido con ropas de su mujer para aparentar que le
acompañaba a bordo mientras el barco salía a mar abierto.
Él
ignoraba que la Guardia Civil había estado en su casa, habían
bajado al sótano y descubierto el zulo, marcado de sangre y uñas
arrancadas de las palizas que le había dado a su mujer a diario.
Al muelle había llegado una avanzadilla con órdenes estrictas de no
intervenir para no poner en peligro la vida de la mujer.
Cuando
llegó a alta mar, cogió el saco de patatas que contenía a su mujer
y se lo echó a la espalda. Lo subió arriba con intención de arrojarlo por la borda al mar.
Pero la mujer vio a sus hijos a través de los cuadros del saco y
los llamó con voz muy débil. Los niños que jugaban en proa la
oyeron y agarraron el saco para impedir que su padre la tirara al
mar.
El padre los sacudió a bastonazos logrando que los niños soltaran el saco. Los alejó de su víctima y exhausto lo arrastró hasta la borda.
Dando bastonazos a los niños para mantenerlos alejados, respiro y arrojó el saco por la borda, justo en el momento que una patrullera abordaba su embarcación.
Le dispararon en las piernas y dos buzos saltaron de inmediato al agua tras aquel saco mientras los niños lloraban por su madre ensangrentados.
Pronto los buzos aparecieron a flote con la mujer viva, sin fuerzas pero viva, siendo izada a bordo de la patrullera, pegada a estribor del barco de recreo.
La mujer, en extremo muy delgada por falta de
alimentos y dolorida, fue echada en una camilla para ser atendida por
médicos y enfermeros.
Permitieron a sus hijos que la
abrazaran un momento, pero tenían que llevarla pronto a un hospital.
Así que los guardias se repartieron entre ambas naves sin perder
tiempo.
La patrullera se separó del barco de recreo y salió disparada a máxima velocidad hacia el puerto protegiendo a la mujer y los niños dentro de la cabina.
El marqués quedó esposado y vigilado en el barco de recreo siendo asistido de los disparos que
habían atravesado sus piernas.
La Guardia Civil puso en marcha el barco que lentamente enfiló su proa rumbo al puerto.
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