domingo, 15 de enero de 2023

8. El marqués que no era marqués pero le llamaban marqués

Él no era ningún marqués pero le llamaban "El Marqués". Tenía un porte elegante, una mezcla de militar y play boy, pero en realidad era pobre y nadie lo sabía. 

Se pensaba que era rico porque vivía en un hotel en la zona costera más deseada y soñada por cuantos podían disfrutar de una embarcación de recreo con carnet de patrón.

Eso era él, capitán y patrón de un barco de recreo sin ser el verdadero dueño, porque el dueño era otro a quién servía por su gran don de gentes.

Le gustaba agasajar casi avasallando, a cualquier dama de su interés que le procurase buena prensa y ser el centro de los corrillos con su impronta de caballero cabal y elegante, en realidad un personaje interpretado por un buen actor.

Un día conoció a una mujer tan bella que no dudó en tomarla por esposa. Se acabó el galán caballero cabal de aquellos años 70. Se convirtió en un patrón de barco sin rumbo y se fue hundiendo poco a poco cada día más, hasta que dejó de interpretar ese personaje de buen actor siendo eclipsado por la belleza y don de gentes de su bella señora.


Afloró entonces el verdadero marqués, una persona sin alma, sin escrúpulos ni empatía, que sintiéndose el perrito faldero de su mujer la encerró harto de que los jóvenes la cortejaran y sus antiguos camaradas admiraran su hermosura y su encanto.

No podía soportar los cuernos ni saber a su mujer en los brazos de otros como él estuvo en brazos de otras. Parecía una sombra oscura de aquel que había sido, antes de que ella llegase a su vida y le llenase la casa de niños que se comían el dinero de su riqueza naval.

El armador y dueño de su embarcación le había derogado los recursos de su barco en favor de los encantos de su mujer y sus hijos. Ello provocó un golpe de efecto en el control que ejerció durante tantos años como suyo. El centro de su hombría se hizo añicos.

La gente le preguntaba dónde estaba su mujer, que desapareció de repente de la escena social. A sus cuatro hijos, dos niños y dos niñas, les había contado que mamá se había vuelto loca y estaba muy enferma. Por eso la tenía encerrada en un zulo que había construido en el sótano de su casa, para que los vecinos no oyesen sus lamentos.

Cada día llevaba a sus hijos a la escuela con una sonrisa amable y respondía a quienes le enviaban saludos para su mujer. Cuando alguien le preguntaba a sus hijos en su presencia, los niños contestaban que se había quedado en casa haciendo las tareas.

Pero lo cierto es que la gente empezó a sospechar algo raro y dieron parte de ello a la Guardia Civil y la policía. 

Él se percató de las habladurías y lo que hizo fue sacar a su mujer del zulo del sótano. La metió en el portaequipajes de su Seat 500 en plena noche y la llevó al barco. La introdujo dentro de un saco de patatas de esparto que amarró bien para que no se pudiera escapar y la dejó en la bodega de almacenaje.

Por la mañana salió de la casa con sus hijos y la gente le preguntaba dónde iban tan elegantes. Los niños contestaban que iban a navegar por la bahía con su mamá que les esperaba en el barco. 

Con una sonrisa en los labios se apresuró a subir sus hijos al coche y partieron raudo hacia el puerto embarcando rápidamente.

Hizo levar amarras a sus marineros sin permitir embarcar a ninguno de ellos con la excusa de ser un viaje familiar, y cuando se distanció del muelle vio llegar la Guardia Civil.

Entonces sacó un maniquí vestido con ropas de su mujer para aparentar que le acompañaba a bordo mientras el barco salía a mar abierto.

Él ignoraba que la Guardia Civil había estado en su casa, habían bajado al sótano y descubierto el zulo, marcado de sangre y uñas arrancadas de las palizas que le había dado a su mujer a diario. 

Al muelle había llegado una avanzadilla con órdenes estrictas de no intervenir para no poner en peligro la vida de la mujer.

Cuando llegó a alta mar, cogió el saco de patatas que contenía a su mujer y se lo echó a la espalda. Lo subió arriba con intención de arrojarlo por la borda al mar. 

Pero la mujer vio a sus hijos a través de los cuadros del saco y los llamó con voz muy débil. Los niños que jugaban en proa la oyeron y agarraron el saco para impedir que su padre la tirara al mar.

El padre los sacudió a bastonazos logrando que los niños soltaran el saco. Los alejó de su víctima y exhausto lo arrastró hasta la borda. 

Dando bastonazos a los niños para mantenerlos alejados, respiro y arrojó el saco por la borda, justo en el momento que una patrullera abordaba su embarcación. 

Le dispararon en las piernas y dos buzos saltaron de inmediato al agua tras aquel saco mientras los niños lloraban por su madre ensangrentados.

Pronto los buzos aparecieron a flote con la mujer viva, sin fuerzas pero viva, siendo izada a bordo de la patrullera, pegada a estribor del barco de recreo.

La mujer, en extremo muy delgada por falta de alimentos y dolorida, fue echada en una camilla para ser atendida por médicos y enfermeros.

Permitieron a sus hijos que la abrazaran un momento, pero tenían que llevarla pronto a un hospital. Así que los guardias se repartieron entre ambas naves sin perder tiempo.

La patrullera se separó del barco de recreo y salió disparada a máxima velocidad hacia el puerto protegiendo a la mujer y los niños dentro de la cabina.


El marqués quedó esposado y vigilado en el barco de recreo siendo asistido de los disparos que habían atravesado sus piernas. 

La Guardia Civil puso en marcha el barco que lentamente enfiló su proa rumbo al puerto.



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