domingo, 19 de febrero de 2023

Cosas que las mujeres no quieren que sepas cuando mantienes una relación

Me considero un corredor impresionante y me gusta experimentar todo tipo de sistemas de entrenamiento. Estas experiencias me llevaron a la creación de mis propios sistemas y proyectos.

Me fuí a vivir a un pueblecito del Pirineo aragonés, un lugar idóneo para entrenar subiendo a los collados. Trabajaba en cualquier cosa, sobretodo en la obra dedicado a hacer mortero y grava según demandaban.

Cuando terminaba de trabajar, me ponía el uniforme de atletismo y me hacía mis 25 - 30 kilómetros ida y vuelta subiendo a la cima de algún cerro, y cuando no, me íba por la ribera del río corriendo por los carriles experimentando todo tipo de series fraccionadas.

Pero un día este mundo acabó y tuve que regresar a mi casa donde mis padres habían envejecido y se movían en situación de dependencia.

Yo, soltero por motivos ideológicos y espirituales, siempre eché ascos a las relaciones comprometidas porque nunca acepté la obligación de aguantar en mi más inmediata intimidad la intrusión de una mujer que me obligue a tener relaciones con personas que no deseo, porque las relaciones obligadas
 me robaban la libertad quedando expuestas todas mis intimidades personales para ser un cencerro a espensas de una Madonna.

Entiendo que la gente diga que es muy bonito compartir, pero por obligación no se comparte nada. Uno se dedica a ser consorte, que es lo mismo que ser proxeneta de una querida que va acostándose con toda la mojama que se ponga por delante para echar un polvo. 

A esto lo llaman amar pero solo se trata de echar un polvo. La pura realidad me mostró en toda la cara la amargura de los desposados, empezando por el marido consentido que echa ascos a espaldas de su mujer. Pero en cuanto la tiene delante es un soldado a las órdenes de una sargento ante la que tiene que cuadrarse y atender sus demandas, para bien o para mal.

Cuando me salía una pretendiente la ponía a prueba invitándola a ir de viaje. Ocurría que pasaban las semanas y la pretendiente iba poniendo trabas a ir de viaje. Pasaban muchos meses y seguía poniendo trabas. Para eso les sirve un marido. A quién oye y a quién escucha?. A la madre de ella.

Para entonces ya la tenía sentenciada. Poco a poco iba rompiendo con ella. Desviaba mis atenciones hacia otros asuntos de importancia para mí y esto la volvía histérica al punto de ser agredido por ella. Si te agrede, vas por buen camino.

Llegado el momento, una vez rota la relación, no la volvía a llamar por no soportar sus llamadas. Ella pretendía subir al siguiente escalón de la relación,  el compromiso, pero yo nunca di ese paso. Desconfiaba de todo el esperpento que movía en mi entorno con el único objetivo de despistarme. No me gustaba la intrusión de su madre y todo lo que rodean los asuntos familiares que no puedo controlar.

Tuve otras relaciones pero cuando iba a ocurrir lo mismo, yo cortaba el esperpento. Nunca me dejé llevar por las caricias, que esconden la aceptación unilateral de relaciones con otros hombres, ese beneplácito obligado en el que se expresa "o lo tomas o lo dejas", para que ella disponga. Ya dispuse yo de mí mismo cuando fuí a playas, campings y viajes donde encontré relaciones sin pedir permiso a ninguna parienta. Porque esos besos sostenidos esconden tantos queridos que ni la furia del deseo es capaz de aplacar.

Yo he disfrutado mareando la perdiz a toda aquella que ha entrado en mi vida con esa intención. 

Llegado el momento he girado hacia el lado opuesto de los intereses de ella, volviendo a los objetivos de mi vida que es mi verdadero camino.

Todos me quieren hacer pasar por tonto, pero soy una persona talentosa con talentos variados. Cuando alguna de mis pretendientes se burlaba de mí, jamás la perdonaba, sentenciaba la relación. Yo no vivo para aguantar chusma ni pensé nunca en sacrificar mi forma de vivir para satisfacer a la cabrona de turno.

Por supuesto esto implicó que la susodicha hablara mal de mí, acoso por un tubo, al punto de decirle a mis amistades que era marica, como poco, además de otros improperios propios de perdedoras.

Un día que entrenaba en la ciudad deportiva me encontré con un viejo conocido de las carreras y me invitó a ver el entrenamiento de un club de balonmano femenino del que era vicepresidente. Cuando me duché tras el entrenamiento fuí al encuentro de mi amigo y vi aquellos entrenamientos.

Mi amigo me explicaba las claves del balonmano y fuí tomando conciencia de este deporte. Antes de irme, mi amigo me presentó al entrenador y le dijo que yo sabía de entrenamiento mogollón. Entonces quedamos en que me uniría al equipo a echar una mano, aunque en un principio no supe qué iba a hacer.

Pronto empecé a corregir fallos de entrenamiento y a meter algunos ejercicios para que el entrenador los ejecutase en la cancha bajo la atenta mirada de mi amigo vicepresidente.

Las jugadoras eran todas muy atractivas pero me mantuve a un nivel de distancia aceptable para impedir roces. Empezó a gustarme el balonmano femenino y con el tiempo fuí aportando al equipo numerosas claves que solo yo puedo entender.

El equipo empezó a jugar muy distinto al equipo chatarrero que conocí y subió de categoría. Llegado el momento estuvo en la encrucijada de ganar el primer título de su historia en tan bello deporte. Y lo ganó. 

Por primera vez en mi vida me sentí realmente satisfecho de ayudar a las mujeres, y con mucho que ofrecer y dar al mundo femenino sin importar mis propios intereses.


jueves, 16 de febrero de 2023

María Meta, una mujer muy joven obligada a casarse con un hombre al que no quería. Leer lee lecturas.

María Meta era una mujer que muy joven fue obligada a casarse con un hombre que no quería.

Durante sus años de matrimonio el odio por su marido, un mujeriego además de putero, creció exponencialmente.

Aguantó sus palizas, sus borracheras y los embarazos de varios hijos que ella no deseaba.

Un día decidió eliminar de la vida de su marido todo aquello que ella odiaba. Empezó a vigilar por dónde iba, con quién se juntaba y sus amantes.

Un día, en cierto canal de regadío, apareció una mujer sin vida asesinada por asfixia.
La policía pidió no desatar la alarma, pero la gente empezó a sospechar que era obra de un psicópata por la descomposición que mostraba el cadáver.

Desconfiaban de la policía y confiaban más en la Guardia Civil que examinaba el lugar donde apareció.

María Meta escuchaba aquella noticia por la radio y su rostro dibujó una sonrisa maliciosa por primera vez en muchos años.

Meses después las noticias radiofónicas daban la noticia del cuarto asesinato con el mismo factor: todas aparecieron muertas en un canal de agua de regadío o en una alberca, y habían sido estranguladas o asfixiadas previamente antes de ser llevadas allí.

La preocupación creció en la comarca tras hallarse el cuerpo de la última víctima por la tarde, en un paraje natural entre huertos.

En un primer momento no se apreciaban nunca signos de violencia y los investigadores pensaban en una posible muerte natural. Pero después las autopsias de los forenses encontraban signos de estrangulamiento y/o asfixia y confirmaban lo peor.

Tras varias semanas el pánico se había apoderado de la comarca ante la idea de un asesino en serie pero ni la policía ni la Guardia Civil hallaron ningún indicio para relacionar las muertes de las mujeres. Solo coincidía la zona geográfica y la ejecución de los asesinatos relacionados con una serie de desapariciones sospechosas.

La Guardia Civil desplazada buscaba indicios por el camino donde apareció el cadáver para encontrar pistas que ayudasen a resolver el caso.
Agentes de la Policía Judicial se habían hecho cargo de los otros casos y trataban de esclarecer lo ocurrido desconociendo el móvil del asesinato.

En un principio se desconocía la identidad de las mujeres y empezaron a coincidir con casos de desapariciones. La policía centraba su investigación en el entorno más cercano de las víctimas para descubrir conflictos o quiénes quisieran hacerles daño.

El objetivo era encontrar el móvil de los crímenes y estrechar el cerco sobre el asesino o los asesinos dejando abiertas todas las hipótesis.

La policía ante el temor existente en la comarca, insistía en que de momento no podían establecer conexión entre los casos, y según la Guardia Civil no se podía hablar de un asesino en serie más allá de la asfixia y estrangulamiento.

Las cuatro muertes en pocos meses pasaron a ser seis al encontrarse dos nuevos cuerpos en una alberca y en otro canal, y la autopsia confirmó que habían sido estranguladas o asfixiadas.

El caso siguió sin resolverse algunos meses y ya se sospechaba que las víctimas no tenían ninguna relación con el asesino y pudiese ser que fueran escogidas al azar.

Algunas mujeres eran muy jóvenes, de apenas veinte años y ejercían la prostitución por las carreteras cercanas a donde aparecieron asfixiadas o estranguladas para posteriormente ser arrastradas y arrojadas en los canales o albercas.

La única pista era el dibujo de un cliente habitual y la imagen borrosa de un automóvil al que subió una de las asesinadas aún sin identificar.

Pocos meses después desapareció una mujer cuyo cadáver apareció dos días después con síntomas de haber sido asfixiada y después arrojada al canal.

No tenía nada que ver con la prostitución y era una trabajadora reponedora de una empresa de envases cercana que después del trabajo volvía a su casa.

La policía y la Guardia Civil analizaron todo y decidieron enfocar la investigación en un mismo autor o autores, según algunos indicios hacían pensarlo, pero faltan pruebas.

El asesino escogía a sus víctimas al azar y después de matarlas las arrojaba a canales y albercas porque los efectos del agua destruyen rápidamente las evidencias biológicas que pudiese dejar en los cuerpos. Por eso los cadáveres estaban en muy mal estado tras estar un tiempo sumergidos.

Estaba confirmado que las víctimas no murieron en el lugar y que el asesino arrastró los cuerpos para arrojarlos y hundirlos en el agua. Tampoco se han hallado evidencias de agresión sexual y quedaba descartada la acción de un violador.


María Meta vio a su marido vestirse y ponerse elegante y ella lo siguió con la mirada sin decirle nada hasta que desapareció por la puerta y se fue.


Cuando oyó que su coche se alejaba, ella cogió su Seat Panda y lo siguió desde la distancia hasta que lo vio salirse de la carretera en una población a veinte kilómetros de su casa.

Vio entrar en su coche a una mujer que lo esperaba y los siguió por el paseo marítimo de la localidad hasta que aparcó. Ella entonces optó por irse y volvió al lugar donde su marido había recogido a la mujer. Aparcó en la parte más oscura y se quedó allí esperando.

Pasadas algunas horas el marido llegó con el coche, abrió la puerta del copiloto y bajó la muchacha. Se besaron. El entró en el coche y se fue mientras la muchacha iniciaba la subida de una calle empinada para llegar a su casa.

María Meta encendió su Seat Panda y subió esa cuesta tranquilamente hasta arriba para dar la vuelta en la pequeña rotonda y volver hacia abajo.

A varias decenas de metros hizo como que al aparcar se le calase el coche y esperó ahí que al pasar la chica le pidió un pequeño empujón para arrancarlo.

En el momento que se acercó a la trasera le dio un fuerte golpe en la cabeza. Sacó rápidamente un saco grande de esparto y con una fuerza y habilidad impresionantes, metió a la joven dentro y lo amarró con nudos bien trenzados tan rápido que pasó un coche iluminando la calle y ella metió el saco con tanta facilidad como si transportara mercancía.

Quitó el freno de mano y la marcha trasera del coche y dejándolo rodar encendió las luces y viajó con su presa durante media hora hasta llegar a un central eléctrica.

 Se detuvo en un solar de un edificio en ruinas. Sacó del coche el saco con su víctima dentro y se lo echó a la espalda con suma facilidad, como si cargara cebollas o patatas lo llevó hasta las compuertas del antecanal de captación de agua para el canal de regadío de la comarca.

Allí en el borde abrió el saco con una fuerza tremenda. Cogió a su debilitada víctima por el cuello y intentó colocarle una bolsa para asfixiarla. Pero no pudo porque la víctima no se quedaba quieta. Soltó la bolsa y con su gran fuerza apretó terriblemente el cuello de su víctima.

Justo, varios guardias y policías la cogieron con violencia y le arrancaron las manos del cuello de la joven con golpes de la culata del fusil en toda la cara. Fue necesario una decena de agentes para tenerla en el suelo y esposarla.

El marido recién llegado en un coche de policía no podía creer el último acto de lo que había visto. Permaneció junto al inspector y el mando de la Guardia Civil al mando de la operación sin dar crédito a lo que estaba pasando.
El sospechoso era él y el cebo era aquella muchacha pero viendo el curso que seguían los acontecimientos, vieron los movimientos de la mujer. Dejaron seguir la operación sin ser vistos hasta averiguar dónde traía a sus víctimas y las arrojaba.

Al pasar su mujer cerca de él quiso matarlo y provocó que la decena de agentes se emplearan a fondo para terminar de meterla en el furgón.

Al marido, que fumaba, se le cayó el cigarro porque se había cagado en los pantalones aterrorizado ante el arranque de la mujer que creía controlar.

Oliendo la cagada el mando Guardia Civil le dijo que fuese a su casa, se bañara y se pusiese ropa limpia porque empezaba a oler fatal. También le preguntó: "Cuántos años dice que ha vivido con su mujer y ha salido vivo?.”



miércoles, 15 de febrero de 2023

El hijo maltratador de un mando de la guardia civil. Leer lee lecturas.

Era una mujer con mucha humanidad, su marido era de lo peor del barrio. Bajito, engreído, abusador, ególatra, fascineroso, con una personalidad mediocre llena de todo tipo de traumas.

Ser hijo de un mando de la Guardia Civil le había librado muchas veces de la entrada en los calabozos por sus agresiones injustificadas a cualquiera que se atreviese a hablar a su mujer sin su permiso.

Las palizas y las borracheras con su grupo de amigos eran su festín semanal. De noche iban y escogían a cualquiera que encontraran por la calle, incluso chiquillos, los que maltrataban y les pegaban sin piedad.

Mantenía oculto que era un auténtico abusador. En los bares le temían porque tenía connotaciones de cruzarse sus cables cerebrales y dar una verdadera paliza a las víctimas de turno.

 Era un verdadero desquiciado que usaba varas de acebuche o la pinga de buey. Y lo peor es que siempre salía indemne porque su padre era muy amigo de gran parte de la oligarquía de aquellos tiempos de los años cincuenta y sesenta.

Su grupo de amigos eran hijos de responsables de genocidio que llevaron a cabo miles de crímenes y desapariciones durante la guerra.

Le gustaban los coches de lujo y siempre tenía un amigo adinerado que le prestaba alguno. Contaba que con la mujer recatada y aburrida con la que tuvo que casarse nunca despegaría su amargada vida.

No tenía hijos, pero si los tuviera, su mujer no tendría tiempo ni para mariposear costuras con las amigas y vecinas del barrio. Creía que sus hijos serían los más guapos de la ciudad. No como él, que a duras penas alcanzaba uno sesenta y era feo, rechoncho y poco agraciado físicamente, aunque con mucha fuerza.

Uno de sus graves traumas era no parecerse en nada físicamente ni a su padre ni a su madre. Por ello entraba en cólera muy violento cuando alguien le insinuaba que lo mismo era adoptado y no hijo natural.

Aquel que se atrevía a decirle esas barbaridades, seguramente no tenía aprecio por su vida ni muchas ganas de vivir.

Una vez se abalanzó sin avisar sobre un individuo atrevido sin que nadie moviese un dedo y lo apalizó sin piedad dejando un rastro de sangre difícil de limpiar hasta que el individuo tuvo la suerte de presentarse la Guardia Civil.

Los agentes detuvieron aquella paliza llevándoselo detenido, pero a las pocas salía del cuartelillo limpio y brillante, camino de su casa a donde apenas iba, para echarse en la cama bajo la mirada equidistante de su silenciosa mujer.

No le afectaban los remordimientos y cuando tenía suerte con los trapicheos, movía mucho dinero, porque el trabajar como que no le iba mucho.

Se sentía entonces muy señorito, vanagloriándose por aquello de la estirpe de la que según él procedía. Padecía lo que la mona jefe y a más de uno le había expresado que su verdadera vocación hubiese sido ser sacerdote, pero sin ganas de santiguarse todo el puto día.

Cuando el trapicheo le había ido bien, siempre tenía un inmenso tufo a alcohol por el abundante ron de caña que tomaba.

Repartía con su grupo de colegas y colaboradores las ganancias de aquellos barriles que cualquiera sabe de dónde procedían.

Se le veía contando el dinero de forma siniestra con desconfianza antes de repartir. Aquella casa y sus alrededores donde había tenido ocultos los barriles antes de venderlos parecía un recinto de campo de concentración.

De chiquillo lloraba cuando los niños grandes le pegaban sin tener la oportunidad de defenderse. Ahora el niño grande era él y se hacía lo que quería.

A su grupo le compensaba, a otros les daba migajas. Eran como una hermandad de hermanos en el grupo. No había primos, los primos eran los otros, sus víctimas. Era el jefe en aquella especie de grupo de delincuentes del pequeño mercado del estraperlo, el que organizaba y tenía el mando.

Aquel negocio poco a poco fue creciendo hasta convertirlo en un verdadero padrino con su banda de emprendedores, señores que recorrían la ciudad haciendo del trapicheo su negocio y de los negocios de otros su forma de dar salida a su producto.

Había comprado una casa nueva mucho más grande de dos pisos, en el mismo barrio. La vivienda estaba arriba y allí en los bajos tenían un garaje donde movían los toneles de curso ilegal que pasaban a legal. En una habitación pequeña con una mesa redonda en el centro, a puerta cerrada, el grupo tomaba decisiones a veces terribles.

Su mujer andaba siempre angustiada porque no podía salir sin que sus hombres la vigilaran. Prefería la otra casa donde su marido no iba nunca, porque en esta, tan solo con salir a la calle, los ojos de sus hombres y de todo el vecindario vigilaban sus movimientos. No tenía intimidad.

Los vecinos trinaban, estaban muy quisquillosos y malhumorados con los trajines de camiones en un calle tan pequeña. Incluso los domingos había carga y descarga de toneles.

Ella trataba de consolarse recibiendo en su casa a sus amigas a la hora de la merienda. Tomaba en sus brazos a las amigas y las abrazaba diciéndoles que su vida se había convertido en un infierno si antes no lo era. No aguantaba aquella casa tremenda ni los miles de ojos vigilando sus pasos. Pensaba coger lo necesario y irse con su madre.

Aquellas palabras fueron oídas por su marido que había subido a casa a darse una ducha y había estado oyendo lo que decían en aquella habitación.

Aquella noche ella apareció muerta en su cama. Nadie supo de qué había fallecido. No estaba enferma. Solo que aquella noche su marido hizo una pequeña fiesta en los bajos con sus muchachos y se ausentó durante cierto tiempo indefinido. Cuando volvió parecía más alegre que cuando se fue y la fiesta continuó durante horas.

El mafioso y sus secuaces no se habían dado cuenta que la policía y la Guardia Civil habían subido a los pisos de arriba por la puerta exterior de la casa, que siempre permanecía entreabierta.

Avisados por la madre de la mujer que había ido a ayudar a su hija a trasladarse a su casa, habían accedido a la vivienda encontrando su cadáver magullado y retorcido, tendido en la cama con evidentes moratones y cardenales por la paliza que le había dado.


Leo, el chico que trabajó en los negocios de cocina de su padre. Leer lee lecturas.

Leo era un chico que trabajó en los negocios de cocina con su padre desde temprana edad. Siendo pinche a la edad de dieciséis años empezó a recibir palizas periódicas.


Trabajaban en un hotel de la costa que se llenaba de extranjeros de todos los países de Europa y Estados Unidos. Era un sitio privilegiado a cien metros de la playa rodeado de monte y campo.

Un día estaba limpiando merluza congelada y fuera por lo que fuera que Leo ensoñara despierto sin dejar de trabajar, su padre, jefe de partida, delante de todos en la cocina, le dio una paliza para que dejara de ensoñar.

Qué podría haber en la ensoñación que fuera malo para la vida o para vivir?. Qué envidia o odio despierta en otros aquellas personas que tienen capacidad para la ensoñación despiertos?.

Lo cierto es que Leo se estaba convirtiendo en un joven muy pero muy atractivo. Algunos camareros y cocineros del hotel intentaron buscarle un mote sin conseguirlo. Demasiado inteligente para mentes y pensamientos simples.


El caso es que aquello se fue convirtiendo en un infierno para el pobre Leo y él ya había empezado a cavilar profundamente la forma de crear verdaderos problemas a aquellos individuos de la cocina y el resto del hotel que se quedaban quietos ante tales agresiones aunque fuera de su padre. Es que ni el mismo jefe de cocina allí delante mismo, hizo nada ni le llamó la atención al agresor por lo que ocurría en sus narices, incluso se rio como todos.

Solo el jefe de economato fue un hombre decente que un día en su horario de descanso coincidió con Leo en el paseo marítimo y se sentó con él para decirle que denunciase a su padre a la Guardia Civil. Pero Leo le dijo que no, porque él solo tenía dieciséis años, ya lo había pensado y no saldría bien.

Fue pasando el tiempo y lo que fue su problema con su padre y el hotel se empezó a convertir en un problema de confrontación entre el hotel y su padre. Ahora le pegaban con razón. No estaba a su horario en la cocina, pasaba la noche bailando en las discotecas chocheando con extranjeras y no iba por casa. Le pedía dinero al hotel de su sueldo y después llegaba su padre para cobrar y le daban el resto. Se había convertido en un problema y acababa de cumplir diecisiete años.


Al final lo echaron de trabajar en el hotel con una indemnización sustanciosa porque le quedaba un año de contrato. Se había convertido en un chico muy atractivo y hermoso.

Su padre seis meses después había cogido la cocina de un bar restaurante donde se daban cantidades importantes de desayunos. Su horario se extendía desde las 6 horas de la mañana hasta las 20 horas de la noche. El resto del día su padre que llegaba del mercado de abastos antes de las 12 h del mediodía hasta que cerraba ya a las 24 h.

Las agresiones empezaron a ser continuas y diarias y él no sabía hasta cuándo iba a aguantar. Los camareros del negocio no se llevaban bien con él por el mero hecho de ser diferente y algunos eran auténticos sádicos en el trato además de ser algunos, de la acera de enfrente.

Todos los días encontraban una queja en la que el único culpable era Leo, que no sabía qué buscaba esta gente pero lo intuía, esas miradas morbosas y esas maneras de acercarse al chaval decían muchas cosas. Qué historias le contaban a su padre para que cada día nada más llegar, la emprendiera  a golpes con lo primero que pillara, con la escoba o arrojándole cosas por la cabeza incluso la olla caliente o hirviendo y obligarlo así con todo encima a llevarle un plato de bacón con huevos a los clientes dándole patadas y puñetazos, llamándole "guapito de cara" mientras nadie hacía nada y algunos se reían.

Más pronto que tarde Leo compró una mochila y una tienda de campaña de lo más barata y un día por la tarde cuando regresó más temprano de lo habitual del trabajo con su moto, llegó a su casa, cogió la mochila, dejó las llaves a la vista y se dirigió donde vivía su madre.

La pobre lloraba pidiéndole que no se fuera pero él no aguantaba más. Ella le acompañó a la estación del ferrocarril y sacó billete a cualquier parte. Su madre lo abrazó llorando y le dio dinero y el número de teléfono para que llamará a donde ella vivía y el tren silbó y se llevó a Leo para vivir otra vida.



martes, 14 de febrero de 2023

Sancho, el escritor de best seller más vendido del mundo con una vida oculta más oscura que el negro de sus libros. Leer lee lecturas.

 Sancho era el escritor más vendido del momento, el que más compraban las mujeres, el más celebrado por sus historias con tintes feministas que abogaban por la libertad e independencia femenina.

En sus libros sus protagonistas eran mujeres talentosas e independientes de éxito en su vida laboral y personal que comenzaban siendo unas simples fregonas en trabajos de servicios domésticos que se convertían en emprendedoras con muchos sacrificios y alcanzaban lo máximo siendo empresarias dueñas de su propia empresa cualquiera que fuera el objetivo de su inversión.

Sin embargo, Sancho tenía una vida oculta cuando se iba de vacaciones a un país asiático donde se le perdía el rastro. No hubo pocas veces que algún periodista avispado le preguntara dónde pasaba sus vacaciones, y la respuesta siempre venía a ser la misma: en una pequeña isla exclusiva paradisíaca que es un hotel de lujo a la que solo podían acceder los clientes ya registrados y abonados los costos del servicio.

Lo cierto es que nunca dijo qué isla era, y esto contribuía al misterio y el interés de sus lectores, en su mayoría mujeres, al culto por la fascinante vida del aclamado escritor.

En el contenido de sus libros, las mujeres eran pobres, casadas por embarazos no deseados o contra su voluntad por fuerzas mayores, pero sobretodo casadas con tipos violentos de los que sufrían abusos y palizas, maridos que o eran borrachos o drogadictos o las dos cosas, y que las molían a palos.

La segunda parte de sus historias es cuando las mujeres se independizan, se divorcian se separan o mandan a su marido al carajo. A partir de ahí empiezan a emprender, siempre con más o menos éxito pero con éxito al fin hasta el punto de ser dueña de una empresa con cientos de empleados felices de su jefa. Mujeres de éxito en definitiva, independientes en sexualidad, divorciadas, separadas y viudas increíblemente atractivas.

Sancho reconoció más de una vez que no mantenía relaciones con mujeres casadas en la vida real y que sus preferencias eran las viudas, divorciadas o mujeres sin compromiso e independientes. Toda una declaración de intenciones.

Un periodista de investigación conocido por el nombre Juancho, se propuso conocer lo que escondía el famoso escritor sospechando que dedicaba sus vacaciones a lo más obsceno que se dedicaban muchos ricos y famosos que se había sabido en los últimos años con respecto de pasar las vacaciones en países asiáticos.

Para ello, Juancho preparó una serie de detalles que le ayudarían a seguir a Sancho en sus vacaciones al otro lado del mundo. Contaba con una serie de ayudantes que eran colegas que trabajaban en esos lejanos países.

Cada uno cogería un vuelo a según qué países podría ir el escritor en sus vacaciones en caso de que no averiguasen el destino original de aquel viaje.

Pero pronto dio resultado. El escritor cogió un avión a Estambul para hacer su primera escala. Allí esperó durante un mínimo de cinco horas hasta que apareció un individuo alto y rubio que después supieron que era Helmut, un magnate alemán de revistas glamurosas sobre la alta sociedad europea.

Un par de horas después tenían sus billetes para viajar a Bangkok y accedieron al Gare tras validar los billetes y Juancho con su acompañante también. Habían acertado al elegir Bangkok pero una vez allí la cosa se iba a complicar.

Una vez en Bangkok el viaje continuó por la ciudad hasta que salieron de ella sin que Sancho y Helmut detectaran que eran seguidos.

Suchart, el acompañante tailandés de Juancho, había perdido su trabajo como vigilante de seguridad con la crisis económica en un edificio de oficinas en Bangkok, había tenido la mala suerte de toparse con un broker, que es como llaman a los agentes que venden a personas en las nutridas redes de tráfico, que le ofreció un trabajo como vigilante sin saber de qué se trataba.

Lo que supuestamente iba a custodiar resultó flotar en el agua y las tareas que le encargaron resultaron ser lo más duro que había vivido. Aún tiene sus dedos quebrados por las heridas producidas de tirar de las redes de pesca.

No existen cifras precisas, pero se calcula que miles de personas son víctimas de las redes de venta de personas o de la esclavitud y él fue una víctima sin saberlo, pues su país es tránsito y destino de hombres, mujeres y niños sometidos a trabajos forzados y tráfico sexual.

Suchart tenía ya claro dónde iban esos dos y no necesitó seguirlos de cerca con el peligro de ser descubiertos y que se esfumaran. Así se lo dijo a Juancho, "No necesario seguirlos de cerca, no necesario. Ya saber dónde van."

Y hizo que el taxi diese media vuelta para ir a un hotel cercano. Dijo a Juancho "Nosotros descansar en hotel y ir a encontrarlos mañana". Y Juancho aceptó.

En Tailandia se vive sin muchos tapujos del turismo sexual y Bangkok no es un excepción. En la ciudad se encuentra la famosa calle Soi Cowboy, una de las zonas rojas de la ciudad dedicada exclusivamente al ocio nocturno donde los turistas buscan dar rienda suelta a los sueños húmedos con una buen revolcón entre las sabanas.

Al día siguiente por la noche Suchart trajo a Juancho a una esquina en particular de la calle Soi Cowboy y esperaron pacientes más de una hora hasta que vieron llegar a Sancho y Helmut. Los dejaron pasar sin ser vistos y los siguieron de cerca un buen rato hasta que en la puerta de un club los vieron preguntar a un individuo por alguien. Al rato los dejaron pasar por un callejón controlado por dicho individuo y otros dos.

Salieron al rato largo y esperaron allí mismo la llegada de un automóvil cuyo conductor llevaba a tres pasajeras. Sancho y Helmut subieron al coche y por suerte no lo perdieron de vista porque había mucha gente y el coche marchaba lento, lo que les permitió encontrarse con un taxi libre y se subieron a él.

Tras un rato por la ciudad siguiendo al coche sin despertar sospechas. Llegaron a un muelle con yates de alquiler para una travesía de lujo privada por el río Chao Phraya. Salieron del coche las tres mujeres y el conductor, que seguramente era el proxeneta que las guardaba, y subieron a un yate a punto de zarpar.

Cuando la embarcación zarpó se apresuraron en subir a aquel muelle y alquilar rápidamente una barca tradicional tailandesa para seguirlos y lo consiguieron aunque el individuo que lo conducía se mostró lento y demasiado tranquilo.

Tras más de una hora de recorrido por el río el yate se detuvo y echó anclas lejos del bullicio de Bangkok. Suchart le dijo al barquero que fuese más lento y que no hiciese ruido. Tardaron veinte minutos en acercarse lo suficiente al yate para oír los gritos y los llantos de las mujeres.

Juancho vio que el conductor proxeneta del automóvil se encontraba a babor fumando sin meterse en lo que acontecía en el interior y mandó ir por estribor sin hacer ruido acercándose poco a poco al yate donde se oían golpes y gritos terribles de las mujeres y la rabia de los hombres.

Pronto alcanzaron el yate y subieron y Juancho se quedó paralizado. El conductor proxeneta los vio pero volvió su rostro hacia babor como si no hubiese visto nada y continuó fumando como si tal cosa. Suchart empujó la puerta para abrirla pero estaba cerrada por dentro, así que sacó su machete, lo metió entre las dos puertas con fuerza y lo movió para arriba abriéndolas.

El espectáculo era dantesco y Juancho comenzó a hacer fotos de aquellos dos degenerados con todo tipo de artilugios dando una paliza a tres muchachas, jóvenes que lo mismo no tenían quince años, contratadas para satisfacer sus deseos de lujuria sexual, mujeres niñas en manos de una trata de blancas que ignoraban lo que les iba a pasar en aquel yate.

Sancho se quedó paralizado pero Helmut corrió hacia Juancho para agredirle e impedir que siguiera haciendo fotos. Pero Suchart hizo que desviara la atención hacia él y cuando Helmut se le acercó, Suchart apuntó para arriba y lanzó una bengala de auxilio que se elevó en la oscuridad de la noche iluminando la situación del yate por muchos kilómetros a la redonda, lo que quiere decir que en pocos minutos estarían rodeados por las patrulleras de la policía que enseguida empezaron a brillar a lo lejos surcando la distancia a toda velocidad.

Juancho, llorando, siguió haciendo fotos de la sangre por todo el yate y del rostro de las niñas mientras Suchart y el barquero les quitaban las amarras de las manos y de los pies. Las recogían del suelo y las acomodaban en el yate llenas de heridas e inflaciones por todo el cuerpo.

El conductor proxeneta del coche miró el espectáculo desde cubierta y no entró. Apoyó su cuerpo en la baranda de babor y se encendió otro cigarro.


lunes, 13 de febrero de 2023

Manola, la maltratada que cogió el toro por los cuernos y dejó que se pudrieran. Leer lee lecturas.

 Manola estaba charlando de su pasado con Lucas, un amigo que había conocido en un viaje. Se sentaron en la mesa de la terraza de un bar contándose lo que les había ocurrido en la niñez, la adolescencia y la juventud temprana.

Hablaban del trabajo de servicio doméstico que ambos habían vivido de alguna forma u otra, la falta de protección de las políticas sobre los trabajadores de este tipo de trabajos que siempre benefician a señoritos y gente pudiente.

Decía Manola que lo de cuidar personas mayores dependientes está muy mal pagado. Cuidar ancianos no está pagado ni está reconocido y suele ser un trabajo muy duro.

Ella empezó en estos trabajos a raíz de la crisis de 2008. Su empresa como muchas otras de seguridad, quebró. Empezaron a sustituir personal cualificado por auxiliares. La edad influyó y la empresa empezó por despedir trabajadores a partir de 45 años, precisamente la edad en la que ya nadie los quiere en ningún sitio.

Lucas tenía claro que la edad influye. Se lo había dicho a muchos que le excluían a él y ahora lo están sufriendo. Él fue víctima de ellos.

Manola también se consideró una víctima del sistema, no de nadie en concreto sino una víctima más, "soy superviviente y el que me la hace me la paga", le decía a Lucas.

Él la creía y siguió oyendo lo que ella le contaba, que había denunciado más de una vez a empresas y había ganado judicialmente lo que le intentaron restarle laboralmente. Porque no todo el mundo llama al SEPE para que le valoren un contrato y muchas cosas ocurren por nuestra propia ignorancia. Lo cierto es que tal como están las cosas cualquiera puede terminar en una tienda de campaña o en la calle.

En el mundo laboral existen los excluidos porque no les gustan las personas con ideas diferentes, porque yo con mi familia nunca tuve una buena relación, son profundamente machistas y retrógrados. Me da igual porque yo sigo con mis ideas y sin ellas no sería yo. Y el tiempo me da la razón siempre, aunque ellos no. Ni falta que me hace. Me la da el tiempo y el tiempo no se equivoca nunca, pero ellos se equivocan siempre.

Yo con treinta años tenía muy claro que si quería acertar tenía que hacer todo lo contrario de lo que me ordenaran y aconsejaran. La cosa empezó a ponerse fea cuando tenía 16 años pero yo la tuve fea siempre.

Me fui de mi casa con 19 años a causa del ambiente irrespirable. Ellos ordenaban y una obedece, pero lo cierto es que yo nunca obedezco algo que considere que no está bien, y me daba igual quién lo mandase, como si lo manda el Rey.

Dicen que soy una rebelde y cosas de esas... Pero no me acobarda decir que mi padre era un maltratador físico y mi madre una maltratadora psicológica. Rebelde porque no obedeces?. Con mi padre que me pegaba literalmente a diario. Llegó un tiempo en que él me pegaba pero yo a él también y mi madre en vez de defenderme tenía broncas todos los días. Aún así, no consiguieron nada de mí, porque tiene que ser lo que yo piense y decida y nunca lo que me digan ellos.

Lucas escuchaba con enorme atención lo que le iba relatando su amiga Manola. Preguntó si le pegaban a diario porque a él empezó a ocurrirle lo mismo. "Pues a diario, quizás día sí día no". Respondió que a él llegó un momento en que le pegaban todos los días.

Manola siguió contando que se escapó de casa con 8 años y la obligaron a volver, y eso dice bastante de ella y de ellos. Entonces no era como ahora que a los niños se les escucha y hasta los colegios intervienen en ello.

Por aquel entonces no ayudaba nadie. Maltratar niños y adolescentes salía gratis aunque el maltratador fuese un padre policía o guardia civil, nadie se atrevía meterse en estos casos.

Ella se volvió muy salvaje y por eso él le pegaba más y hasta llegó el momento que ella aprendió a pegarle también a él. Ese día le dijo la suerte que tenía de que fuese mujer porque si fuese un tío ya le habría matado. Pero ella sabía que eso no importaba.

Ella era una superviviente. A ella nadie la iba a joder, porque si lo intentaran ella les jodería. Todo lo que no nos mata, acaba por hacernos muy fuertes.

Lucas le dijo a Manola que él lo que hizo fue irse de casa porque lo que ocurría es que llegó el tiempo que le pegaban todos los días y no podía aguantar más.

"Hiciste bien. Te comprendo, yo tampoco podía aguantar más", le dijo Manola.
"Mis padres no vivían juntos", le contestó Lucas.

Le dijo Manola que sus padres sí vivían juntos y que por circunstancias de la vida vivían cerca de su casa, en su pueblo, aunque nunca fue a verles nunca más. Los vecinos hablan de ello pero eso a ella le daba lo mismo porque siguen siendo maltratadores.


Ella ahora tiene 50 años y nadie puede obligarla ni a quererles ni a aguantarles. Se fue con diecinueve años y en treinta años apenas los ha visto. Pasan por delante de su casa y los ve por la ventana o por el balcón, y a veces los saluda, pero a su casa no va nunca ni de visita.

Lucas le dijo que él si volvió a casa, pero de su madre. Volvió y cogió el toro por los cuernos y empezó a doblarle la cabeza con el paso de los años poco a poco. Y desde el primer momento empezó a vivir como a él le gusta, como ha querido.

Manola le respondió que había muchas maneras de retorcerles el cuello, porque su madre le ha dicho muchas veces que vaya, pero ella no va a ir. Es su manera de torcerle el cuello al toro.

"Pues mejor. Yo sí fui. Pero a verlo en un bar, no en su casa - le dijo Lucas - Y así todos los años".

Pero para Manola era distinto, ella pasaba totalmente de ellos y se los hacía saber con su actitud, que le importaban un bledo. Y de esta forma les jodía cien veces más que todos sus reproches. Lo hacía no por joderles sino porque eran tóxicos.

"El orgullo del viejo era que no quería ser cuidado por mí pero lo dejé estar en su pequeño local donde vivía hasta que murió" le contó Lucas.

"Ya está bien de sufrir por culpa de ellos, menuda infancia y adolescencia de mierda me dieron. A estas alturas, se mueren y a mí me da lo mismo" - respondió Manola.

"Se ponen los pelos de punta. Yo no gasté confianzas con mi padre pero en el bar donde nos veíamos me quería calladito. Poco a poco fui alterando la cosa y no le gustaba que yo hablase más de la cuenta" le dijo él.

"Pues para ellos es un bochorno que yo esté en el mismo pueblo y no vaya a su casa ni a verlos" dijo ella.

"Bochornoso para lo que dice la gente" contestó.

Pero todo el pueblo sabía que a las niñas mayores les pegaban. A ella más porque era más bocazas. Las leyes romanas que dictan que para los niños la conservación del apellido para las niñas trabajos esclavos y ninguneos. Puede haber algo más machista que eso?.

Para algunas personas ir a su casa, es como aceptar sin palabras que todo está bien, pero no lo está. Así es como Manola piensa y no va a ir nunca, se quedará en su modesta casa de alquiler mientras les jode con su sola presencia lo que les queda el resto de la vida. Un modo de anular el rollo machista arcaico aunque sea sin palabras.

Sé fuerte porque contra una persona fuerte no hay machismos ni abusos que valgan.


Manola, la maltratada que cogió el toro por los cuernos y dejó que se pudrieran.

martes, 7 de febrero de 2023

Delfina, la inmigrante sudamericana que nunca estuvo casada

Delfina era una mujer inmigrante sudamericana que maltratada fue detenida y apartada de sus hijos.

Todo empezó estando embarazada de su pareja de la cuál se separó sin haber estado nunca casada.

Durante una revisión médica con el ginecólogo, el médico le abrió un informe que entregó a la policía, por encontrarla en crisis de ansiedad con trastorno depresivo.

En el informe se narraban las secuelas por los malos tratos recibidos, físicos y psicológicos, de los que había sido víctima durante años.

Aquello abrió un proceso.

Al principio de su relación, ella esperaba la concesión de la nacionalidad. Su pareja parecía ser el hombre de su vida. Todo perfecto hasta que empezaron a vivir juntos, y la empezó a aislar.

No la dejaba ver a su familia ni a las amigas porque se ponía violento y le pegaba. Y encerrada en casa poco a poco la fue anulando.

A los malos tratos recibidos se sumó el maltrato institucional que le provocó desconcierto y consternación.

En la vista contra su ex pareja, la sentencia absolvió al hombre. El juez llegó a decir que no encontró pruebas para condenarlo y consideró el testimonio de Delfina no creíble, por ser una mujer culta con estudios superiores como para no haberlo denunciado nunca.


Tiempo después su ex pareja tenía interpuestas un numeroso cupo de denuncias acusándola de querer sustraer a los hijos con la intención de llevárselos al extranjero.

Esto lo justificaba que ella se sentaba en un banco de la plaza frente a la vivienda donde ya entonces, él vivía con su esposa, otra mujer, con el infinito deseo de ver a sus hijos.

Con ello, el individuo logró que los jueces de lo civil le quitaron a Delfina la patria potestad para concedérsela de forma no definitiva.

La mujer entonces estuvo varios años sin poder ver a sus hijos a pesar de que no existían órdenes de alejamiento ni prohibición que le impidiera verlos.

Era evidente que Delfina sufría una trama judicial en los retorcidos juzgados de la ciudad donde seguía siendo una inmigrante.

Esto destrozó la poca fe en la justicia que le quedaba a la mujer. Aquella estratagema de su ex pareja fue muy hábil gracias a su abogado.

Mientras, ella siguió trabajando de camarera en el mismo restaurante que los últimos diez años. Su vida habitual consistía en trabajar.

El ex marido sin embargo siguió denunciándola para impedir que se acercara a la casa donde vivía con sus hijos y su esposa.

Solicitó una y otra vez de forma urgente la detención de su ex pareja, a pesar de que los jueces afirmaban que no se podía proceder porque no concurrían supuestos legales, ya que Delfina comparecía ante el tribunal con su abogada y procurador siempre que se le solicitaba.

El proceso mostraba extraños favoritismos con las solicitudes de su ex pareja y padre de sus hijos, hasta visualizarse graves irregularidades jurídicas.

Los medios empezaron a llamarla "Madre loca" con supuestas dudas razonables que observaban en los juicios obviando con alevosía los malos tratos y el vapuleo institucional.

Un día emitieron la ejecución forzosa de detención contra Delfina en la que los jueces obviaron las infracciones y la mujer fue vapuleada y menospreciada de forma inaudita con actuaciones oscuras y nefastas sacadas de un marco jurídico medieval.

Dichas actuaciones contó con el beneplácito de la fiscal a pesar de las evidencias ilegales en una jurisdicción civil por no concurrir los supuestos para pedir la detención de Delfina.

La única circunstancia que podía haber motivado la acción de una medida penal, sería el grave riesgo para la salud o la integridad de los menores, circunstancia que no fue acreditada por el simple hecho de que la mujer se sentara en un banco de la plaza con la esperanza de ver a sus hijos.

La detención de Delfina fue innecesaria pero ninguna de las argumentaciones frenaron a aquellos jueces de lo civil y hicieron que la policía la metiera en un calabozo sin motivo para tenerla detenida.

Delfina, encerrada, interpuso un "Habeas Corpus", un mecanismo legal para proteger a los detenidos de arrestos arbitrarios que obligaba a comparecer ante un juez de forma inmediata con el fin de determinar si el arresto era conforme a la legalidad.

Pero no ocurrió nada, Delfina continuó detenida contra su voluntad varios días, lo que constituyó una violación de los derechos fundamentales, cuyo recurso de amparo fue presentado ante el Alto Tribunal, pero no progresó.

Tiempo después en una vista la declararon culpable con pena de prisión de poco más de dos años, equivalentes a los años de inhabilitación para ejercer la patria potestad por su supuesto intento de sustracción de menores.

Todo ello a pesar de no quedar probado que sentándose en el banco de la plaza pretendiese sustraerlos y llevárselos al extranjero.

El juez así lo estimó. Aplicó el intento de sustracción de menores pretendiendo que la mujer incumplió gravemente la resolución que la despojó de la patria potestad.

Meses más tarde hubo otra vista que sorprendió por su rapidez, ya que los procesos judiciales suelen ir extremadamente lentos en los casos de juicio civil.

En la vista se decidió la custodia definitiva de los menores ante la condenada. Delfina fue inhabilitaba para la patria potestad. Perdió definitivamente a sus hijos. Incluidos el recién nacido.

En prisión se hizo muy amiga de una compañera de celda sin saber que aquello convertiría su vida en un infierno.

Salió de forma prematura previo pago realizado por un extraño abogado aconsejado por su amiga.

Unos hombres amigos de su compañera la esperaron a la salida de prisión y se la llevaron a un piso donde la obligaron a ejercer la prostitución para pagar el dinero que supuestamente les prestó para su prematura salida de prisión.
Delfina quedó hundida en la mugre recibiendo palizas del proxeneta encargado de cobrar la deuda. Toda vez que el individuo entendía que no recaudaba bastante dinero le daba una paliza.

José Francés era un ex abogado que había dejado la abogacía para dedicarse a su carrera de escritor de novela negra y se había convertido en uno autores más vendidos del país.

Un amigo le contó lo que ocurría en una vivienda de un piso cercano a donde vivía y el ex abogado escritor cogió gran interés por el asunto que su amigo le contaba.

Estuvo algunos días en la casa de su asunto amigo y fue testigo de lo que ocurría en aquella vivienda prostíbulo. Incluso vio al chulo darle una paliza a la prostituta Delfina porque al parecer no recaudaba lo suficiente para pagar su préstamo.

Cuando el chulo se fue, José Francés habló con Delfina y consiguió convencer a la mujer para apoyarla en un juicio humanitario que la liberara de aquel infierno.

El escritor decidió entonces defenderla por motivos humanitarios sin saber que en el ICA le habían dado de baja como abogado. Se olvidó de pagar las cuotas sin que recibiera notificación alguna al respecto.

Cuando presentó la denuncia para defender a Delfina, provocó que no se activaran los protocolos para proteger a la víctima y se iniciara un procedimiento para deportarla.

Cuando acudió al juez, José Francés fue detenido por agentes de policía por un presunto delito de intrusismo profesional.

Para su fortuna, el juez que llevó su caso archivó el presunto delito de intrusismo trasladando su malestar por lo ocurrido.

El famoso escritor decidió entonces no tomar acciones legales contra el otro juez que provocó su detención.

Se concentró plenamente en la defensa de la prostituta Delfina contra el proxeneta que la maltrataba.

El ex abogado ganó el juicio humanitario en favor de Delfina, consiguiendo liberarla del yugo de la prostitución, además de que no la deportaran y obtuviese la nacionalidad.

Algunos años después el ex abogado escribió un libro que se convirtió en un auténtico best seller de gran éxito, donde describía detalles del caso con personajes ficticios y nuevos conocimientos de lo que le ocurrió a Delfina, y cómo se cruzaron sus vidas para defenderla en un juicio humanitario.

En su sofisticado relato describió cómo un juez, sea del extremo que sea, corrompe y hace mucho daño a las instituciones de justicia y a la democracia del país.

Subrayó con énfasis el sufrimiento al que fue sometido su espoas, la madre de su hijo.


Delfina, la inmigrante sudamericana que nunca estuvo casada

lunes, 6 de febrero de 2023

Paquita, una amiga amargada que no era amiga y me la tenía jurada.

Ramón estaba en una caseta casi vacía del recinto ferial sentado en una mesa solo saboreando un tubo de cerveza fresquita viendo la actuación del grupo melódico sobre el escenario. Estaba muy a gusto.

De repente aparecieron junto a su mesa tres amigas, se alegraron de verse y se sentaron con él.

Ya de madrugada hablaban entre ellas, dos decidieron irse a casa y una quiso quedarse con él.

Cuando se fueron, la que se quedó con él se acurrucó pegándose a su cuerpo para calentarse un poco porque había refrescado y él le abrió el acceso a su cuerpo pasando su brazo por encima de sus hombros.

Así estuvieron hablando mucho rato hasta que se besaron y no pararon de besarse el resto de la madrugada.

Varias horas antes de amanecer cogieron un taxi y se fueron a casa de él y durmieron lo posible juntos en la única cama de la casa, sin besarse y ni tocarse porque aunque parezca raro, ella no quería.


Así que Ramón durmió lo posible junto a alguien que en el corto espacio de tres kilómetros en taxi se había vuelto fría y no quería que la besara.

Cuando despertó vio a Paquita que le miraba con los ojos azules abiertos tan grises y opacos como un túnel oscuro. Se levantó y fue al baño a lavarse la cara y alas manos, se peinó y se espabiló un poco, y cuando regresó al borde de la cama ella seguía con la mirada abstracta y abstraída, perdida en el infinito inmenso del techo de la habitación.

Él ya tenía decidido no volver a darle una nueva oportunidad. Le espetó que era hora de que se fuese a su casa y ella reaccionó levantándose como una autómata sin haber pegado ojo en toda la noche.

Habían dormido vestidos y Ramón le dijo que se lavara y se arreglara un poco en el baño pero ella no quiso. Abrió la puerta y salió al portal de la casa mientras él la cerraba y bajaron a la calle sin mediar palabra, ni siquiera esperando el autobús de línea, y cuando llegó el coche y se fue, Ramón se quejó a sí mismo de haberle salido una idiota timorata que no sabía que lo fuera tras años de amistad, conocerse y ser amigos. Se le había caído la máscara.

Al sábado siguiente se reencontró con el grupo de chicas con el que salía de marcha los fines de semana y por supuesto estaba ella, que lo miró con los ojos muy abiertos esperando una reacción que no llegó porque desde ese momento él optó por una amistad del grupo, cuatro chicas y él, y no por un amistad personal entre los dos. Ramón captó la reacción de ella cuando le preguntó a todas a qué bar iban primero, y ella vio que él se tomaba la cosa como si no hubiese pasado nada entre ellos.

Y en realidad no pasó nada, pero eso ella no lo olvidaría porque tal vez ella hubiese esperado una continuidad a sus besos en la caseta ferial pero no midió que sus acciones y movimientos no obtendrían resultados con un muchacho trotamundos y mundano tan bello como Ramón.

Bajita y mandona, Paquita era rencorosa y sabía odiar, aunque su carita con esos ojos azules celestiales le hacían parecer un ángel pequeñito a punto de clavar la flecha del amor en los corazones enamorados.

Lo cierto es que tuvo una oportunidad con alguien inalcanzable para ella y la desaprovechó. Ahora sabía que se le había cerrado esa puerta. Pero él tenía muchos amigos y un día conoció a un belga con quien tuvo más de una oportunidad, hasta el punto de que varios días después, en un encuentro entre amigos donde no estaban las niñas del grupo, el belga le pidiera el teléfono de ella insistentemente como si él fuese un celestino.

Ramón no entendía a qué venía esa insistencia y qué tenía él que ver en el meollo. Pero su amigo se volvió pesado hasta las narices en un día que él quería estar relajado y disfrutar y entonces se le ocurrió la idea de llamar por teléfono a Victoria y a su hermana, dos de las chicas del grupo, porque como le dijo al belga hasta cansarse, Paquita nunca tuvo teléfono. En aquella época no existían los móviles.

Victoria cogió el teléfono y Ramón le explicó que tenía a su vera al belga, que no lo dejaba en paz y que quería llamar a Paquita porque se sentía muy enamorado de ella y quería invitarla a su casa. Le dijo que el belga le estaba amargando el día y no lo dejaba en paz. Y Victoria le contestó que Paquita estaba ahí con ella en su casa y le dijo que si quería hablar con el puto belga que se pusiese porque a él lo tiene frito.

Y se oyó a Victoria repetirle a Paquita lo que yo le había dicho, y se puso ella y le habló a él para que se pusiese el belga. Ramón le dijo al belga que era Paquita, que se pusiese, y vio como el larguirucho dio unos cuantos saltos hacia el techo lleno de nervios antes de coger el teléfono y gritar como si no lo oyeran al otro lado, pero enseguida bajó la voz y empezó a cortejar a su amada invitándola a su casa para presentarla a los padres.

Cuando terminó, al belga no le cabía la sonrisa en la cara, y Ramón que quería que lo dejarán en paz tuvo que soportar toda su gratitud el resto de la tarde.

Se casaron y se fueron a vivir a Bélgica cerca de los padres de él y cada cierto tiempo venían a ver los padres de ella y a los viejos amigos.

Un día coincidió que Ramón tenía un amor, una hermosa mujer con la que estaba teniendo una pequeña relación. Se encontraron con el grupo de chicas en un bar y mientras él se asomaba con el belga a la barra para pedir bebidas, miró hacia su amada captando cómo fruncía el ceño por algo que la "angelical" Paquita le decía y aquel rostro sonriente de felicidad se tornó oscuro y de disgusto.

Ramón y el belga volvieron junto a ellas y el resto del grupo, y quiso dar un beso a su compañera pero esta, mirando a Paquita que hablaba con su marido, no se dejó. Entonces él tomó una decisión rápida que sorprendió a todos, dejó su caña de cerveza sobre la mesa y se despidió de todos diciendo que se iban ellos solos, hubo abrazos y besos y se fue con su compañera.

Andaron los dos juntos entre el gentío de fin de semana de marcha, él cogió a ella de la mano y subieron a un autobús para ir a la otra parte de la ciudad. Ella se abrazó a él y puso su oído sobre su pecho para oír su corazón. Ramón no quiso preguntarle qué le había dicho Paquita porque ella era una mujer veterana en lidiar con circunstancias adversas además que la relación que mantenían era temporal. Un mes y medio después la relación entre ellos se terminó.

Otro episodio ocurrió cuando transcurrido un par de años, coincidió el matrimonio con él y su nueva pareja eventual. Era un restaurante con un amplio patio con mesas de madera para picnics. Allí llevó a cenar a su nuevo amor con su tía y su novio, holandeses.

Al rato aparecieron Paquita y el belga, que parecieron alegrarse de verlo y se sentaron en su mesa. La velada estuvo bien hasta que Paquita, que había aprendido el idioma donde vivía, se aprovechó de que las dos holandesas hablaban entre ellas para hacer, junto a su marido, como que las entiende, y le dijeron a Ramón que estaban hablando tonterías de él.

Las holandesas miraron fijas a Paquita y su marido y la joven holandesa que estaba con Ramón lo cogió de la mano para no soltarlo mirando fijamente a Paquita sin entender el idioma español, y esta seguía diciéndole a Ramón con la ayuda de su marido que asintiendo explicaba lo mismo que decía su mujer, que hablaban mal de él a sus espaldas. La holandesa, asustada, le miraba agarrando su mano sin que Ramón se dignase a mirarla, su tía y su novio visualizaban problemas.

Entonces él reaccionó y soltó la mano de la holandesa colocándosela junto a la otra en lo alto de la mesa. La chica intentó reaccionar pero Ramón la hizo callar y esta se abrazó a su tía esperando lo peor. Entonces le dijo a Paquita:

- Aquí - y señaló a la holandesa- tengo la enésima mujer con la que salgo este verano. Salgo con ella porque puedo y tengo cojones para cogerle el culo y lo que haga falta. El año pasado salí con veinte mujeres, ¿imagina cuántas llevo este año y todavía no ha terminado el verano?.

Paquita soltando a su marido se enfureció y le chilló:

- No me hables de mujeres, no quiero saber nada!. - ¿Por qué salgo con mujeres y disfruto como un carcamal?... Pues lo hago porqueeeee me gustaaaaaa! - continuó Ramón gritando como si se estuviese corriendo en un largo orgasmo dentro de una vagina.


Paquita explotó fuera de sí y empezó a tirarle comida y bebida, el marido asustado intentó detener su reacción de su mujer llamándolo guarro y asqueroso. El holandés novio de la tía de su chica se quiso levantar para defender a Ramón de la agresión pero él lo mandó sentarse mientras seguía gritando lo bien que se corrió ese verano hasta encontrar a Sandra.

Ramón cogió las manos de Sandra y se las apretó con ternura infinita. Después le acercó los labios y aunque estaba sucio por la comida y bebida que le habían echado encima Sandra y él se besaron ensuciándose mutuamente. Paquita se escapó de su marido y les arrojó una jarra de cerveza por la cabeza, pero siguieron besándose igual sin importarles nada y Paquita levantó la jarra para estrellarla en la cabeza de él.

Los dueños del local, padre, madre e hijo, amigos de Ramón, la cogieron del brazo gritando y pararon el intento de agresión.

El dueño les dio a entender que Paquita y su marido tenían dos opciones:

- Una, paga usted la cuenta de todo esto y se van para no tener que verlos más. Dos, pagan la cuenta y no se van para no verlos más, llamaré a la Guardia Civil y les contaré el intento de agresión aquí a mis clientes cuando estaban pasando una agradable velada.

Y se quedaron callados pendientes de la reacción de la agresora y su marido.

Ella estuvo a punto de intentar agredir pero fue avisada por segunda vez y supo que no habría una tercera porque los dueños ya mostraban los bastones para golpear.

Entonces el marido sacó su billetera y cogió billetes grandes para pagar la factura. Esperaba la vuelta pero el dueño le espetó "es el bote, por los servicios prestados, la limpieza de la mesa y el entorno. Y recuerde, no vuelva más".

Y se fue con su mujer que estaba llorando y rabiando en la calle pegándole a las farolas, a los muros y a las señales de tráfico. Hasta que pasó una patrulla de la Guardia Civil que se detuvo sospechando algo y el guardia copiloto se bajó ojeando, el belga agarró a su mujer y obligó a andar recta como si no pasara nada.

El guardia terminó por no darle importancia, subió al coche y continuó hasta el restaurante como un aviso de lo que les pasaría si no se iban.

Cada tarde la patrulla solía hacer un descanso y comer bien antes de continuar su jornada y acudían a aquel local.



domingo, 5 de febrero de 2023

25. Comentario en las redes sociales sobre el maltrato y el acoso a las mujeres jóvenes

 

Comentario en redes sociales:


"Dice la ONU que al 16% de las mujeres mayores de 15 años nos han tocado, abrazado y besado sin nuestro consentimiento. ¿Qué opináis?."

Celeste - ¿Dieciséis por ciento?. ¿A qué convento han ido a preguntar?

Josele - Te puedo contar una historia pero como tengo un libro casi terminado sobre machismo y me veo obligado a quitar una historia, pues voy a colocar la que me he acordado gracias a ti.

Celeste - ¿Algo sobre conventos?.

Josele - No. De la vida real.

Celeste - Pues ahora quiero saberlo.

Josele - Estoy escribiendo. Acabo de escribir la historia 22, que es gracias a ti que me he acordado de ella. He recordado lo que pasó. Pero voy a tener que borrar la historia 17 que es un hecho real que pasó a otra persona.

Celeste - Muy interesante. Un honor contribuir aunque sea un poquito.


Josele - Muchas gracias en primera persona. Tengo muchas historias que vi y viví, pero para que salgan tiene que haber algo que las motive. En este libro hay víctimas que son hombres y otras mujeres. En definitiva, machismo.


Celeste - Creo que puede ser una gran herramienta para educar a los hombres un libro sobre machismo escrito por un hombre con historias en las que también son víctimas. Interesante!.

Josele - Gracias por tus palabras. Espero que lleves razón, porque la sociedad necesita una vacuna, ya sea educativa o filosófica, que sea fácil de asimilar y que vaya produciendo cambios.

Celeste - Gracias a tí, Josele. Tienes mucha razón en eso.

Josele - Si lo piensas, todos hemos sido víctimas.

Celeste - Sí, muchas veces se trata de evitar que las víctimas se vean en la posición de cambiar a verdugos.

Josele - Lo malo es cuando desconoces por qué pasa un suceso. Ahí es donde yo entro por primera vez. A mí en vez de ayudarme, alimentaban la morriña y la agresividad. Lo que pasa es que soy un hombre.

Celeste - Es otra perspectiva.

Josele - Exacto. Otro trato diferente, pero es lo mismo.


25. Comentario en las redes sociales sobre el maltrato y el acoso a las mujeres jóvenes




sábado, 4 de febrero de 2023

Manuel, el gitano que se casó con la mujer que más quería

Manuel era un gitano muy agresivo que se había casado por el rito propio obligado por su padre merced a un arreglo entre familias.

Él nunca quiso a esa mujer por muy bella que le pareciera a las mujeres y hombres de su familia pero no le quedó otra. No la deseó nunca a pesar de que le dio dos hijos.

Él tenía en mente dejar pasar el tiempo y después buscarse otra mujer. Siempre iba con un bastón chapado con acero en la contera con bellos adornos hechos a mano por todo el caño hasta la empuñadura forrada en cuero.

No era un bastón simple sino uno que daba miedo verlo colgando de su brazo, flexible y listo para ser usado contra cualquier agresor o agresión.

Conoció en un barrio marginal a una mujer gorda que padecía obesidad mórbida no extremadamente severa sino aceptable. Desde el primer momento hicieron amistad y sentía que tenía una amiga en quien confiar.

Le gustaba hablar y pasar con ella las horas muertas y intimaron hasta el punto que no volvió a su casa con su mujer y se quedó a vivir en la casa de su amada.

Él pensaba pedir el divorcio pero se encontró con la oposición de toda su familia y la familia de ella. Pero lo cierto es que el divorcio ha existido desde siempre entre las familias gitanas y considerado como natural cuando un matrimonio no puede convivir juntos por la cuestión que sea que uno no puede mandarse a cambiar y si hay signos que lo justifiquen, es aceptado y la pareja queda en libertad.

Manuel se limitó a seguir lo que le dictaban sus sentimientos y no los intereses familiares y su divorcio fue aceptado. Pero la ya ex mujer lo consideró una afrenta a su persona perder a su marido en favor de una gorda paya sin más atractivos que su cuerpo fofo.

La pareja se vio obligada a cambiar de ciudad para formar un hogar seguro para sus hijos y se fueron a vivir donde Manuel tenía amigos de correrías que le encontraron una cueva donde pareja se instaló.

Un día iban andando por unas callejuelas, Manuel con el bastón en ristre al lado de su mujer, fueron asaltados por un grupo de al menos cinco hombres y una mujer que los comandaba a la que reconoció como su ex esposa. Él cogió rápido de la empuñadura de su bastón y lo movió de lado a lado y de arriba a abajo atizando golpes y protegiendo a su mujer gritando como un lobo acorralado.

Maldecía como un demonio a pesar de que llevaba las de perder. Los gritos alarmaron a los vecinos y llamaron a la policía. En la pelea consiguieron agarrar a Manuel para entre tres y los otros terminaron de sujetarlo, entonces su ex mujer se acercó y con un cuchillo le marcó la cara y le dijo: "Ahora estamos en paz".
Lo hizo arrodillar y le golpeó con su bastón hasta que los hombres que la acompañaban, hermanos y primos, la pararon.

Le quitaron el bastón de las manos y por último miró a la mujer que por su aspecto supo que estaba embarazada. Se fue yendo llorando abrazada por los hombres miembros de su familia, pero justo en eso momento quedó atrapada en la calle con la policía apuntando con sus armas ordenando que se echaran al suelo con las manos separadas del cuerpo.

Los hombres obedecieron pero ella no. Le pidieron que se echara en el suelo y como no obedecía el mando de policía disparó con su arma un tiro de advertencia que silbó cerca de su cabeza y ella se arrojó al suelo de inmediato asustada al punto que le costaba respirar.

La policía les cogió las manos y los esposaron por detrás en el suelo cuando apareció la ambulancia y atendieron a Manuel y a su mujer bañada en lágrimas. Lo levantaron y pudo andar hasta el coche y miró a su ex mujer que la elevaban en volandas para meterla en el furgón.

Se echó en la camilla con su esposa al lado sin parar de llorar y preguntó por el bastón que había recogido su mujer y se lo puso en la camilla, él acarició la empuñadura agradecido mientras el médico le decía que el corte era sano y no dejaría ninguna marca.

Y Manuel se echó a llorar por primera vez en muchos años.



jueves, 2 de febrero de 2023

Benito, el trabajador eventual que vivía en un pueblo en una habitación de alquiler

Soy Benito y os quiero contar que llevaba varios años viviendo en una habitación de una gran casa familiar, La Casona.

Soy un trabajador eventual cuya eventualidad se me extendió por varios años porque me consideraban un gran trabajador.

Esto me procuraba seguir trabajando y que cuando terminaba un trabajo me salía en otro en otro sitio.

Cada cierto tiempo me tomaba una semana de vacaciones para renovar las ganas de trabajar y viajaba más de mil kilómetros para pasar unos días viendo a mis padres.

Alquilaba un coche por una semana y me iba recorriendo todo el país. Había vivido durante mi temprana juventud en otros lugares antes que donde vivía actualmente. Aprovechaba para visitat personas que conocía desde entonces y cuya amistad estimaba.

Los días de descanso en el trabajo con puentes festivos tal vez me iba del pueblo. Cogía el autobús a la capital de la comarca o a la gran ciudad y me hospedaba en algún hotel por varios días.
A veces, la señora de la Casona me invitaba a comer con toda la familia. Yo que soy un solitario desde joven y tengo treinta años, pasaba de las rencillas existentes en la familia de la señora, evitaba los roces familiares mudi y callado sin entrometerme.

Siempre he huído de estos asuntos porque los he vivido muy fuertes y graves. Seguía siendo soltero y sin compromiso por la misma cuestión, para ir donde yo quisiera sin dar cuentas a nadie.

Un día estaba en la capital de la comarca y me encontré con la hija de la prima de la dueña de La Casona, una joven que creo que terminaba su último año en el instituto antes de acceder a la universidad.

Como éramos amigos invité a Lola a un café y hablamos un buen rato de cosas sencillas y banales. Ella estaba en su hora de descanso del instituto y me contó que estaba en el último año y que en la universidad estudiaría farmacia.

Yo estaba de compras de pocas cosas necesarias y coger el único autobús al día que había por entonces que salía por la tarde para volver al pueblo.

Lola dejó claro que pensaba estudiar farmacia en la universidad una vez terminado el instituto.

Tuvimos una conversación de apenas media hora que me contó que por la tarde cogería el autobús para ir a su pueblo. Sus padres solo iban al pueblo de la montaña cuando las obligaciones del pueblo donde vivían se lo permitían.

Tenian una casa propia varias calles alejadas de La Casona y era la madre la que tenía sus orígenes en el pueblo de la montaña.

La familia pues está muy repartida por la comarca y más lejos, incluso en Barcelona, porque en un pueblo pequeño sin recursos que repartir excepto la ganadería solo crea emigrantes para recibir inmigrantes temporales.


Un día llegué a La Casona con uno de mis coches alquilados para recoger equipaje y viajar a ver a mis padres, pues mi hogar está a mil trescientos kilómetros de La Casona.

La dueña de la casa estaba en el salón hablando con su prima, la madre de Lola cuando yo me disponía a subir a la primera planta y bajar mi equipaje al coche aparcado en la entrada del edificio.

Entré y las saludé diciéndole a la señora que estaba a punto de irme. La dueña de la casa me hizo sentar con ellas y me relajé un rato oyéndolas hablar.

Me abstraí en mis pensamientos sin percibir que hablaban de mí. No prestaba atención a lo que decían, estaba muy relajado de lo bien que me sentía absorto en los detalles de mi inminente marcha por una semana.

De repente la dueña se alteró por las palabras que acababa de decir Lola a su madre y vi que se me quedaron mirando.

La señora me preguntó si había oído lo que decía Lola. No terminé por enterarme y me lo dijo por enésima vez con las tres mirándome cómo esperando una reacción.

Me preguntó si no me había enterado de lo que le había dicho Lola a su madre. Yo le dije que no. Entonces la señora me lo volvió a repetir que Lola le había dicho a su madre que quería "venirse conmigo de viaje."

Yo, asombrado, no sabía qué decir. Me habían puesto a prueba y tenía que salir de algún modo. Pensé rápido una solución pues la madre de Lola que siempre se había portado de maravilla conmigo, me miraba sin hablar.

Entonces, le dije a Lola que se viniese, que la invitaba. Pero ella gritó "No me deja." Y la madre hizo ademán de pegarle.

La situación no me gustaba nada. Había pasado de estar relajado y abstraído a verme en un dilema provocado supuestamente por la joven Lola.

Pero ocurre una cosa que ellas ignoraban. Yo comencé a viajar muy joven. Con dieciocho años recién cumplidos ya vivía en Benidorm totalmente solo.

Conseguirlo no me resultó gratuito. Me procuró mucho sufrimiento en forma de palizas, que se quedaran con el dinero de los trabajos donde me hacían trabajar o que me sacarán de las discotecas sufriendo fuertes castigos.

También me procuró que los compañeros de trabajo e incluso mi propio hermano, me acosaran para que me despidieran o mi padre lleno de cólera por los motivos que le contaban, me tratara con malos tratos como echarme la olla hirviendo por la cabeza, y no solo un día, sino todos los días durante meses.

Hasta que cogí una maleta, metí lo preciso y necesario y me largué cogiendo un tren a Valencia. Y desde entonces hasta aquel día. Me gané mi libertad tras sufrir en el yugo.

Así que viajar a mi ciudad y a la casa que tenía allí para ver a mis padres, era un acto de acción profundamente espiritual.

Estar tres días repartiendo mi visita entre mis padres por separados era pasar por encima de las heridas que nos separan para tener un encuentro que nos una. 

Después cuatro días, no regresaba al pueblo directamente. Me movía por todo el pais visitando aquellos lugares donde en mi largo viaje en solitario me detuve a reflexionar tanto, que de tanto cavilar dejé de ser un adolescente para convertirme en otra persona con mi propio pensamiento. Y de camino visitaba personas con quienes me unía una larga amistad.

- Si lo que quieres es venirte, te invito. Tráete un poco de dinero, coge ropa y lo que necesites - le dije a Lola.

- Mi madre no me deja!! - me gritó.

Ella dejó pretendía que yo le hiciese el trabajo. O sea quería que me enfrentase a la madre para pedirle que la dejase venir conmigo.

Lo que hice pues me dolió, pero es lo que hay. Le volví a repetir lo que hacía durante el viaje y que si quería venir pues estaba invitada.

De ningún modo iba a pedir a su madre que la dejase venir conmigo. Menos aún sabiendo que las chicas jóvenes siempre andan con el doble rasero y no sería la primera que me quiere meter en líos.

Así que esa experiencia que tengo sobre situaciones se dibujaron como escenas de lo mucho que me costó conseguir que mis padres aceptasen mi libertad y forma de vivir. Costó muchos sudores, peleas, lágrimas, palos, palizas, etcétera.

Y en ese momento una niñata gilipollas pensó que meterme en problemas con alguien que yo estimaba para que luche y me esfuerce por algo que le corresponde a ella.

Miré a la madre de Lola, una buena amiga y miré a la señora. Tras una pausa me dirigí a Lola con toda la claridad del mundo.

- Si quieres venirte, vente. Estás invitada. Así que si quieres viajar conmigo, habla con tu madre. Yo voy arriba y bajo al coche. Te espero.

Y abandoné el salón saludando a la señora. Subí a mi habitación a recoger mis cosas y las metí en el maletero del coche.

Volví al salón a despedirme.

- Hola, ya tengo todo en el coche. Te estoy esperando si quieres venir de viaje, sin problemas – le dije a Lola.

Pero ella miró a la madre que no se atrevía a moverse en mi presencia mirando a su hija, y cuando cerraba la puerta Lola grito:

- ¡¡Mi madre no me deja!! - y su madre hizo ademán de pegarle pero ni siquiera la rozó.

Volví a subir a mi habitación y todo estaba en orden. Bajé al coche, arreglé todo, me senté al volante, encendí el motor, y antes de ponerme en marcha toqué el claxon varias veces.

Pero ni Lola ni la madre ni la señora salieron a la puerta a pesar que esperé un momento por si cambiaban de opinión.

Así que me puse en marcha y despacito atravesé los muros del patio de La Casona, giré por la calleja hasta la plaza de la iglesia, y bajé toda la calle hasta el llano para salir del pueblo por la carretera comarcal. Así inicié mi enésimo largo viaje espiritual bien merecido tras varios meses de trabajo.


Una semana después regresé al pueblo renovado con el único objetivo de ponerme a trabajar.

Disfrutar de mis viajes espirituales y visitar a mis padres me equilibraba. Era mi vida y me gustaba con toda mi libertad.

Lo ocurría algunas veces en esos días de comida familiar a los que me invitaban en la Casona, tenía que ver con que estuviera el padre de Lola, un personaje ignorante y arrogante, imbécil y amargado.

No sería la primera vez que tuve que soportar con amargura uno de sus berrinches y problemas de personalidad.

Aceptaba la invitación porque lo normal era que estuviese en su pueblo del llano pero el individuo era un sin vivir.

El energúmeno no entendía cómo podía vivir soltero y sin compromiso. Pretendía enseñarme cómo entender la vida y vivir. No podía soportar que pudiera disfrutar de mi dinero y mi trabajo, que tildaba de verdadera mierda.

 Se escondía tras la máscara un verdadero capullo que liberaba sus tensiones con personas humildes como yo. Un experto en dar berrinches como buen cornudo.

Siempre que podía según quién nos acompañaba, me daba un concierto en Sol Mayor.

Yo me portaba pasando completamente del individuo pero se volvía violento con las palabras hablando en voz muy alta que no era raro que escucharan los vecinos colindantes. En cualquier momento podía darle lo mismo un pronto que un patatús.


- ¿Cómo te ha ido el viaje? - me preguntó.

Su mujer seguramente le contó lo que su hija la víspera. La señora quiso intervenir pero su prima la hizo callar como diciendo que no pasaba nada, que solo estábamos dialogando. El berrinche del cornudo estaba por llegar.

- Habrás pensado en tu futuro ya que el trabajo que tienes es una verdadera mierda - continuó – Además me han contado lo de mi prima de Lleida que conociste paseando por las calles cercanas a la universidad.

Esto es lo que le gusta!. Eeeeehhhh!. Te ligas a mi prima. Te casas con ella y todo queda en familia. Eeeeehhh?? Qué listo eres! - me soltaba el individuo.

Yo esa chica rubia que conocí caminando ni sabía que era una de sus primas. Fue pura casualidad.

- Si te crees lo que dices vas bastante equivocado. Que esa rubia grande y hermosa sea tu prima es pura coincidencia. No la había visto nunca - le respondí.

Me entraron ganas de contarle cómo son los cuernos que le hacen tanta pupa porque ni ahora casado o nunca soltero dejaría de ser un pringado.

A veces se inflaba y parecía estallar. Sus comentarios rozaban lo obsceno.

- No te vayas por donde no. El trabajo que tienes es una verdadera mierda.

Conducir el camión de una cooperativa no pintaba nada.


Comentaba con otros en la mesa.

- Mira el Benito que listo es. No está casado. Vive del cuento. No paga impuestos al Estado.¿Cómo se entiende que un tío soltero pueda irse de viaje cuando le sale los cojones?. Porque no tiene a nadie a quien mantener. Hace falta que lo pongan en su sitio como Dios manda. Es un vividor que tiene una paga del Estado y aquí le damos trabajos de mierda.

Por supuesto no aceptaría ningún trabajo de este individuo.

La señora le volvió a regañar seriamente y lo distrajo para permitir que me fuera. El hombre echaba pestes por la boca. Eran las palabras de un verdadero imbécil, amargado y sádico.

En los siguientes años no volví a ver nunca más a Lola. Ni siquiera subía al pueblo. Su padre sigue siendo un energúmeno.

Un día decidí irme rechazando trabajos mejores. Necesitaba un año sabático.






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