Me llamo Bruno y les voy a contar un poco de historia sobre acoso y derribo hacia mi persona por parte de mi familia.
Soy el hijo mayor de tres hermanos y una hermanastra. Mi padre, un individuo que solía ir con maricones, lo pillaron en una mafia de trata de blancas y películas porno por los que pagó algunos largos años de cárcel.
Las hermanas de mi padre y mi madre me hacían pasar por tonto como si no me supiese y me protegieran de que mi padre estaba en la cárcel, habiendo estado con ellas muchas veces de visita al recluso.
Incluso me trataban como un iluso pretendiendo que no me daba cuenta de que mi madre estaba desarrollando una enfermedad como la esquizofrenia o trastorno esquizofrénico, que la iría consumiendo cincuenta años más tarde en la dependencia durante la vejez.
Durante los años que mi padre estuvo preso, apenas teníamos para comer. Mi madre llamó a su hermano mayor y nos sacó del barrio donde vivíamos para llevarnos a vivir a otra ciudad a vivir con mi abuela, una mujer que había criado un cuervo psicopatológico de los peores, que dado a la bebida cometía sus peores atrocidades, como pegarle a su madre hasta hacerla sangrar poniendo su vida en peligro durante muchos años.
Cuando mi padre salió de la cárcel fue a buscarnos a aquella ciudad donde ya vivíamos en casa propia, hogar que no fue impedimento para que mi madre siguiera abriendo la puerta al borracho de su hermano menor, que nos seguía pegando.
Viviendo mi padre con nosotros, el borracho se presentó una noche por sus santos cojones y mi padre le abrió la puerta majándolo a golpes con una barra de hierro. El individuo, acribillado, no volvió a presentarse en nuestro hogar.
Mi padre se portó aparentemente bien durante mi adolescencia y cuando cumplí catorce años nos llevó a mi hermano menor y a mí a Ibiza, tras hacerme falsificar una copia de mi certificado de Estudios Primarios a nombre de mi hermano, gracias a mi excelente escritura y caligrafía.
Así que mi hermano menor con doce años estuvo trabajando "legalmente" con nosotros en la hostelería en la primavera del 76 como si fuese un chico de catorce años.
Cuando volvimos mi padre se buscó otros trabajos por la zona de la Costa y me metió a trabajar con él en un hotel de pinche de cocina, sin darse cuenta que había dejado de ser un niñito y que necesitaba espacio.
Fue cuando entré en rebeldía. Harto de no disponer del dinero que yo trabajaba que se lo quedaba él. No llegaba precisamente a las manos de mi madre porque el individuo tenía sus vicios como buen señor machista, supuesto renegado franquista, y de puro serlo haber pasado por hasta cuatro cárceles distintas.
Mi madre por entonces llevaba más de dos años sin vivir en casa, su casa. Cuando aún tenía catorce que me operaron de amígdalas al individuo le dio por maltratarla volviéndola loca y la metió en el manicomio porque le estorbaba.
Después de esto, cuando mi madre salió del manicomio, se colocó en una clínica y vivía en un piso compartido que tenían las enfermeras en la entreplanta del edificio.
Una vez que entré en rebeldía y trataron de volverme loco entre unos y otros, me convertí en un asiduo de las discotecas.
Para ello necesitaba mi dinero, que salía "prestado por adelantado" pidiendo al jefe del hotel donde trabajaba adelantos, cuando mi padre, que se había ido o lo habían echado, ya no trabajaba allí.
Así que cuando llegaba mi padre a cobrar mi sueldo, mi jefe le entregaba la parte del dinero proporcional excepto los préstamos que usaba para ir a las discotecas después del trabajo sin pasar por casa a dormir.
Ya cuando comenzamos a trabajar en aquel hotel estando él de jefe de partida, comenzó a darme palizas delante de toda la plantilla incluido el jefe de cocina.
Cocineros, pinches, lavaplatos y camareros le reían las gracias hasta que un día dejaron de reírle las gracias y supongo que fue cuando lo despidieron, que me dejó a mí trabajando.
Cuando faltaba dinero de mi sueldo, entraba en cólera, me llevaba a un descampado y me metía de palizas. Lo mismo cuando me pillaba bailando en las discotecas.
Me sacaba de la discoteca y me llevaba a un descampado. Recibía palizas de un delincuente que quería vivir de mi dinero y no me dejaba vivir mi vida.
En los primeros meses del 79 tenía arrendada la cocina de un local donde acudía mucha gente a desayunar el estilo americano con bacon y huevos fritos además de diversos tipos de bocadillos y tapas calientes, como callos madrileños con garbanzos y otras variedades.
Allí trabajaban camareros tan sádicos como mi hermano menor que llevaba varios años en el local porque el individuo le dio lo que a mí me quitó.
Siempre tuve clarísimo que "quien tenga vicios que se los pague" y no que sus vicios se paguen con mi dinero.
Mi padre me hacía trabajar dieciocho horas diarias para cobrar del bote. Me compró una moto vieja de poca cilindrada que podía conducir sin carnet pensando que apaciguaría mi rebeldía, pero se equivocó.
No había día que entrando a trabajar a las seis de la mañana, tuviese que soportar el mariconeo de los camareros del bar, que me veían muy bello.
Aparecía mi padre a las once de la mañana y tras escuchar supuestas quejas que los "maricones" le contaban, que entrara en la cocina dándome puñetazos y patadas.
No hubo día que los degenerados de los camareros no se inventaran alguna queja en mi contra, que mi padre entraba en la cocina como un perro sarnoso, me metiera una paliza y me hiciese salir al salón a servir a los clientes riéndose tras haberme echado por la cabeza una olla de comida hirbiendo.
Los clientes, los camareros y mi hermano menor, se reían con el espectáculo.
Pertenecían a ese grupo de sádicos que mi presencia les molestaba. Y es que al borde de cumplir los dieciocho años les parecía demasiado bonito y por entonces mi padre ya me llamaba "Guapito de cara."
El primero de mis hermanos menores, ya se las traía de intruso varios años antes cuando yo estaba coladito por una chica cuya familia trabajaba en un local cercano a una peña que mi padre tenía por entonces arrendada.
Quizás fue enviado por mi padre, pero el niñato insistió en que estaba coladito por la misma niña que yo.
El desgraciado se las arregló para meterse en la vida de ellos y vivir en el hogar de aquella familia, y consiguió cambiar las tornas que yo tenía previstas para salir con aquella chica.
Un día, un individuo gordo que conocíamos y teníamos como amigo, se cruzó también en esta historia y se metió de lleno en la familia de la chica.
Me lo encontré al bajar un día del autobús y me hizo sentar en la mesa de un bar cercano aunque mostré desinterés por lo que me quería contar sobre mi hermano y la historieta que tenía montada con la chavala, y me dijo que mi hermano ya no era novio de la niña.
El imbécil me explicaba una y otra vez con un orgullo pasado de revoluciones, que era un cornudo consentido, que mi hermano ya no era el novio porque lo era él y que no quería problemas.
Y me insistió con la historieta una, y otra, y otra vez, contándolo de manera distinta cada vez. "Tu hermano ya no es novio de la niña. Ahora soy yo el novio de la niña." ¿A mí qué cojones me cuenta?.
Cuando cumplí dieciocho años la cosa se puso mucho peor. Estaba harto de las palizas, así que opté por huir de mi hogar, y tal como lo pensé, lo hice.
Empecé a recibir dinero de mi madre que se convirtió en mi sostén.
Pasaron los años y mis hermanos menores tenían su vida y sus mujeres, y la apariencia de opulencia y vida holgada.
Casados o en parejas la vida parecía sonreírles como si yo no supiera del dinero que le sacaban a mi vieja para montar sus fracasados negocios que no repercutían para nada en la riqueza de mi madre, que seguía limpiando suelos.
Me tenían bien lejos y intentando que terminara de romper los lazos que me unían a mis padres. Tenían sus vicios y necesitaban vía libre para que alguien que se los pague porque sus negocios eran montajes que nunca iban a salir bien.
Presumir de opulencia y pedirle dinero a la vieja para montar sus negocios provocaba acoso hacia mi persona. Era un estorbo que podía descubrir lo que tenían montado saqueando a mi madre.
Sus derechos de pernada con sus queridas eran costeados con el dinero de mi madre, porque de sus mujeres no tenían por dónde rascar.
A la mujer de mi hermano menor le gusta "heredar" las pulseras de oro que pertenecieron a mi abuela.
Lo de comprarse ella sus pulseras de oro o que se las compren sus padres ni se le habrá pasado por la cabeza.
Pero pensar y decirme que yo vivo del cuento sí que se lo pensó bien.
La historiets de mi hermano pequeño, que se cree un gran cocinero y llegó a ganar cada mes trescientas mil pesetas, es la historia de alguien que siempre pedía dinero porque le faltaba para sus vicios.
No hubo ni un solo día que no estuviera pasado de rosca con la bebida o que se hubiese metido algo por la nariz.
Otro de la peor calaña que nunca devuelve el dinero ni las pertenencias que se le prestan y que además las pierde o desaparecen de forma bastante extraña.
Un día llegué a decirle que se gastaba el dinero en putas, en referencia a los derechos de pernada con las amigas de los antros donde trabaja.
Su inmediata respuesta fue la violencia. Actuó como lo que es, un machista que paga sus vicios con dinero que no es suyo.
Desde que murió mi vieja no sé a quién les sacan estos el dinero que necesitan para sus vicios.
Mi viejo, que también murió, no dejó más que un pequeño local hasta los topes de basura y mugre, lleno de documentos y objetos robados que no dudé en tirar a los contenedores de basura.
Creo que nunca le sacaron nada porque también necesitaba pagar sus propios vicios. No es de extrañar que se dedicase a carterista yendo de bar en bar aparentando normalidad.
Lo de la ludopatía de mi hermano, otra cosa oculta, gastarse miles de pesetas en máquinas tragaperras hasta el punto de quebrar la mediocre economía de su mujer, la vividora de las pulseras de oro.
Uno comprende por qué nunca me invitaron a ningún sarao familiar o con amigos. Corrían el riesgo a ser descubiertos por sus amiguetes en las fiestas privadas, no vaya a ser que me vaya de la lengua con un "Oooh, llevas las pulseras de mi abuela."
Yo usaba el dinero de mi madre para vivir y ellos para vicios, tejemanejes y trapicheos.
Cuando protegí a mi madre en la vejez, las caras de ellos se volvieron más petreas que nunca. Ella ya no podía trabajar, no tenía dinero en el banco y me hice cargo del poco dinero que tenía en mano. No tenían donde rascar.
Fui arreglando papeleo durante años hasta que conseguí tener una economía notable. A ninguno se le ocurrió dar ni un duro para mantener a la mama y venían a investigar si podían pillar algo.
Conmigo se les acabó la marcha y incluso me sacaron algunos pocos durillos creyendo que no veía que estaban compinchados.
No dejaría que me estafaran ochenta mil pesetas como hizo mi padre.
¿Cómo iban a dar ellos dinero si el dinero siempre estuvo circulando al revés durante décadas y el estorbo era yo?.
Se pegaron como una lapa a la hermana de mi cuñada, una individua licenciada en económicas que a los pocos años de su matrimonio con un cagao madrileño conductor de autobús ya tenía un chalé junto al mar, una casa en la capital, otra casa en un pueblo y otra casa aquí en la ciudad.
Todo esto viene a indicar que la individua se ha prostituido con los grandes jefes bancarios o que le ha robado dinero a los ahorradores del banco.
Las banqueras como los banqueros no son trigo limpio ni sacándoles brillo. Son unos ladrones de lujo, saqueadores de la propiedad y la riqueza ajena.
En cuanto a mi hermanastra, solo la vi cuando era niño, que la traía su madre a un parque donde también acudía mi madre y jugábamos con ella mis hermanos y yo. A saber por dónde andará.