domingo, 22 de enero de 2023

Otilio, el don Nadie que se enamoró de una mujer prostituida

Otilio era uno de esos tipos duros nacidos en la posguerra, un don Nadie que solía robar gallinas y otros animales para revenderlos a algún avispado adinerado.

Era un verdadero delincuente que abusaba de las putas en los callejones oscuros y robaba carteras asaltando a sus víctimas en la oscuridad de la ciudad.

Un día hizo un trabajillo robando en un chalet y le salió tan bien que rebosó su cuenta particular con mucho dinero. Se creyó rico y comenzó a vivir como tal comprando una casa solariega con un pequeño jardín a la entrada del recinto y se paseaba por los cafés presumiendo ante mujeres de alcurnia. Pronto conoció a un hombre muy amable que se hizo muy amigo de él.

Poco a poco su nuevo amigo lo fue introduciendo en un círculo de personas con altos ingresos y conoció a un verdadero capo de la ciudad que pasaba por ser un gran empresario y casi sin darse cuenta el grupo lo absorbió como matón contra su voluntad.

Un día lo enviaron a sacarle los cuartos al dueño de un hotel y comprobó atemorizado cuan violentos eran los sicarios viendo cómo dejaron muy desfigurado al hotelero y hizo que echara la papilla de todo lo que había comido quedando su barriga revuelta asqueado de aquella violencia.

Agarró a su amigo por el cuello y este se revolvió poniéndole una gran navaja a punto de ser clavada en su estómago. Entonces comprendió que su amigo lo había captado y que aquello era un grupo organizado.

Eran los dueños de algunos de los mejores puticlubs de la ciudad. Llevaban una vida de lujo, secuestros y asesinatos. Comprendió que él no era ni la mitad de malo que aquellos matones, que solo era un delincuente común.

Ante su negativa a dar palizas lo colocaron de proxeneta a vigilar putas. Allí conoció a Magda, una puta de la que se hizo muy amigo hasta el punto de enamorarse de ella. Ella le contó que habían mujeres que se revelaban y desaparecían.

Llevaban una vida de deuda continua que nunca desaparecía. Aquellas que habían conseguido salir de aquel infierno tuvieron que abonar una considerable fortuna casi imposible de conseguir.

Un día se acercó al puticlub fuera de su horario y contrató a Magda. Pasaron una noche entera juntos y le pagó una gran cantidad considerable de dinero para pagar su libertad. Magda lo rechazaba pero Otilio la convenció para que se lo guardara y pagase su deuda.

Al otro día fue a su trabajo de vigilar putas y no encontró a Magda. Preguntó a algunas chicas dónde estaba pero no consiguió información, excepto de una chica morena que le dijo que le habían encontrado un montón de dinero y se la habían llevado.

Un Otilio enfurecido asomó por su rostro crispado. Fue a buscar a su amigo y sin contemplaciones le estrelló la cara contra un banco de piedra una y otra vez hasta que desfigurado le dijo dónde estaba.

Corrió hacia el muelle donde vio un yate precioso a punto de zarpar con el nombre que le había dicho su captador. Con una fuerza brutal asaltó el yate provocando un reguero de heridos ensangrentados.

Encontró al capo en el interior y sin mediar palabra lo arrojó contra los cristales de las ventanas una y otra vez hasta dejarlo casi muerto.

Se oyeron tiros y eso atrajo la atención de la Guardia Civil del puerto y sonó la alarma de zafarrancho. En unos minutos la guardia costera y guardia civiles a pie rodearon el lujoso yate, pronto se sumaron brigadas de la Policía Armada y todos apuntaban al interior esperando la orden de abordaje.


Empezaron a sorprenderse de ver salir a cubierta mujeres desnudas que habían sido violentadas, golpeadas, ultrajadas, muy delgadas con llagas profundas en sus cuerpos por las palizas.

Las ambulancias las abrigaban con toallas y sábanas mientras lloraban de miedo diciendo a los guardias que las iban a matar.

Empezaron a detener sicarios muy malheridos y los introducían en las furgonetas esposados a la espalda unos con otros.

Subieron a bordo observando la cubierta repleta de charcos de sangre y vieron salir del interior del yate a Magda siendo ayudada por Otilio.

Los guardias se abalanzaron sobre Otilio y le dieron un golpe con la culata derribándole al suelo, pero Magda lo protegió llorando pidiendo a los guardias que lo respetaran.

Un mando que estaba cerca lo oyó dio el alto y detuvo el acoso a Otilio. Los guardias se cuadraron ante su jefe y la mujer le dijo que él las había salvado, que las iban a matar. Magda no paraba de llorar y el mando aprobó las palabras de la dama.

- ¿Han oído a la señora?. Dejen a este hombre en paz y sigan buscando.

- ¡Sí, mi Comandante! - los guardias afirmaron bien fuerte y se cuadraron.

- Pues respeten. ¡Es una orden! - se cuadraron de nuevo y ayudaron a Otilio a levantarse con cuidado.

Lo esposaron y lo bajaron a puerto. No lo metieron en el furgón sino en una ambulancia para que fuese atendido por sus heridas no tan graves. Le esperaba unos cuantos años de presidio pero no le importaba. Sonrió por primera vez en su vida.


Otilio, el don Nadie que se enamoró de una mujer prostituida


sábado, 21 de enero de 2023

La llamaban Elo, la enchufada heredera de un puesto del ferrocarril

 

La llamaban Elo, y su único objetivo en la vida era tener un trabajo fijo en el ferrocarril gracias a su padre, cuyo único oficio fue heredar también de su padre el puesto en los ferrocarriles para llegar a ser jefe de tren y pretendía que su hija favorita heredara aquel puesto aunque ya tenía un hijo mayor que trabajaba de maquinista.


Ella conoció a Xavier en un concierto en la plaza toros y lo empezó a besar simplemente porque lo tenía al lado que fue donde ella miró.

Decidieron salir juntos y no había día que no fuesen a su casa ardientes de deseo para pasar horas desnudos en aquella cama dando rienda suelta a los placeres.

Así transcurrieron seis o siete meses, cada día una historia parecida para apagar el ardor de los deseos sexuales, hasta que ella cambió y empezó a crear problemas en la relación.

Le pidió que la esperara al menos durante un mes o dos meses y él como no sabía qué hacer o decir aceptó y la dejó ir.

Los dos tenían veinte años y toda una vida por delante. Al principio sonreía porque no tendría que quedar con ella pero pronto la echó en falta.

Un día fue a la casa de ella y la madre le dijo que no estaba y ninguneó al chaval con risitas y otras tonterías. Esto provocó en el chico una serie de preguntas cuyas respuestas eran incomprensibles. Él se preguntaba por qué no le trataban tan bien como habían tratado a ella en su casa.

Otro día en navidad fue a la casa de ella y antes de subir llamó al telefonillo y le contestó su padre con un insulto. El asunto terminó en la puerta de la casa de ella siendo detenido por la policía.

Dejó de ir a la casa de ella pero un día iba al cine y se cruzó con ella yendo con otro hombre. Ella le miró y agarró fuerte la mano de su amante. Él no se detuvo y siguió su camino hacia el cine. Fue uniendo cabos poco a poco de aquel "espérame uno a dos meses" y ya llevaba un año.

El chico fue creando un patrón de comportamiento de la actitud de ella. Un día se encontraron cara a cara y ella le sonrió muy amable. Pensó que lo tenía hipnotizado con su sonrisa pero ignoraba que su magnetismo estaba muy deteriorado. Xavier vio a dónde lo quería llevar ella y aguantó aquel tirón de voluntad que ella quería ejercer sobre él.

Pronto ella vio que su influencia estaba siendo nula, contrarrestada por la enorme rebeldía y naturaleza de él. Así que un día que ella quiso enmendar aquel magnetismo y influencia sobre Xavier se dejó encontrar y estuvieron paseando, hablando un rato muy largo.

Había pasado más de año y medio y en aquellos momentos ella le pidió a él vivir juntos. Lo que pasó por la cabeza de Xavier, todos los momentos amargos que le había hecho pasar la energúmena que tenía enfrente, provocó que la pusiera a prueba.


Empezó a darle cachetes en la cara mientras la chica lista esperaba se sorprendía de no haber obtenido una respuesta afirmativa, y se puso a llorar.

Los cachetes no eran golpes fuertes ni dejaban marcas pero ella se puso a llorar año y medio después de haberle dicho "espérame un mes o dos" mientras salía con todos los hombres que quiso pensando que podría mantener su influjo sobre él, y ahora la que lloraba era ella.

Xavier no sabía si lloraba por haber perdido el influencia sobre él o por saber que lo había perdido, pero aquella noche Xavier no pudo dormir porque deseaba romper aquel magnetismo e influencia que aún quedaba de ella y decidió ir a buscarla a su trabajo a la mañana siguiente.

Allí le salió un hombre que se entrometió en lo que quedaba entre los dos, saltó la valla que los separaba cuando Xavier le conminó a meterse en sus asuntos y empezó a darle puñetazos en la cara sin que él reaccionase. Se dejó caer al suelo. Le acaban de dar una paliza.
El gentío de mozos y mozas al otro lado de la valla se sintió decepcionado y empezaron a volver a sus quehaceres. Xavier estaba derrotando a toda aquella mierda que ella le metió en el cuerpo y en la mente.

Un día él conoció a una mujer hermosa en la playa, una alemana que estudiaba español para su carrera universitaria. Xavier salió con ella ese fin de semana y cogieron tal borrachera que recorrieron siete kilómetros andando, desviándose para desfogar eventualmente el inmenso deseo sexual que sentían el uno por el otro, antes de llegar a casa y dar rienda suelta a un apetito sexual insaciable de los dos jóvenes, él con veinticinco años y ella con veintisiete.

Ninguno durmió aquella larga noche, y por la mañana temprano Xavier la acompañó hasta la escuela mientras ella intentaba arreglarse para estar presentable. Al despedirse se dieron un largo beso puesto que se verían por la tarde.


Cuando regresaba a casa para bañarse y dormir, Elo se cruzó por la calle pero él siguió andando e hizo como que no la había visto. Continuó hacia su casa soñoliento por la larga noche, llegó y se echó sobre el colchón sin vestirse, y dijo "Hija de puta!. Cinco años después sigue apareciendo cuando menos la espero". Y se quedó dormido profundamente.

Semanas después Xavier seguía manteniendo la relación con la alemana. Pronto se volvería a su país. Ese fin de semana fueron al cine antes de ir por los bares de movida y acabar la noche de frenesí sexual en su casa. Justo tras salir del cine Khristi se estaba arreglando el vestido y se puso al lado la hermana menor de Elo, justo hacia donde Xavier miraba antes de echar a andar.


Él hizo caso omiso, agarró a Khristi de la cintura y echaron a andar dejando en la acera a la hermana de Elo, aquella que le dijo "mi hermana está saliendo con otros hombres", como si la cosa no tuviese su importancia. Lo mismo ella estaba también ahí.

Khristi se fue y Xavier no quiso agobiarse por su partida. Estuvo escribiendo a Khristi más de cinco años hasta que un día él decidió coger la mochila y perderse. Para entonces Khristi se había casado y tenía dos hijos.


Elo había seguido apareciendo y interponiéndose cuando Xavier menos lo esperaba. Así que cuando salió de la ciudad para recorrer mundo, sabía que Elo no lo iba a poder seguir ni aparecer por ningún sitio tan lejos.

Después de varios años Xavier volvía a casa por breve tiempo. Pasó por Granada donde estuvo unos días en un camping. Semanas después sacó un billete para volver a casa y subió al autobús. Al poco llegó una señora mayor y quiso sentarse en el asiento colindante y le pidió permiso porque no tenía número.

Xavier le explicó que tenía que sentarse en el asiento que le correspondía según su billete pero ella insistió. La señora se puso muy pesada y él aguantó aquel tirón hasta que llegó un hombre y intercambió su sitio con el colindante de Xavier que daba al pasillo. Xavier se quitó un peso de encima con la susodicha e insistente señora y cuando el autobús se puso en marcha se durmió.

Cuando despertó un mal presentimiento se apoderó de él. Miró a aquella señora mayor y ella le miró claramente sabiendo quién era él, se lo vio en los ojos, y sintió un malestar indescriptible al reconocer a la madre de Elo, la que se burló de él siete u ocho años atrás, la zorra aparecía justo el día que regresaba a casa después de varios años de mochilero.

Qué coño querían de él molestando con el asunto del billetito y el asiento. Ahí estaba, prácticamente a su lado oliendo su perfume y oyendo su respiración. Con lo grande que es el mundo y siguen tocando los cojones.


La llamaban Elo, la enchufada heredera de un puesto del ferrocarril


domingo, 15 de enero de 2023

8. El marqués que no era marqués pero le llamaban marqués

Él no era ningún marqués pero le llamaban "El Marqués". Tenía un porte elegante, una mezcla de militar y play boy, pero en realidad era pobre y nadie lo sabía. 

Se pensaba que era rico porque vivía en un hotel en la zona costera más deseada y soñada por cuantos podían disfrutar de una embarcación de recreo con carnet de patrón.

Eso era él, capitán y patrón de un barco de recreo sin ser el verdadero dueño, porque el dueño era otro a quién servía por su gran don de gentes.

Le gustaba agasajar casi avasallando, a cualquier dama de su interés que le procurase buena prensa y ser el centro de los corrillos con su impronta de caballero cabal y elegante, en realidad un personaje interpretado por un buen actor.

Un día conoció a una mujer tan bella que no dudó en tomarla por esposa. Se acabó el galán caballero cabal de aquellos años 70. Se convirtió en un patrón de barco sin rumbo y se fue hundiendo poco a poco cada día más, hasta que dejó de interpretar ese personaje de buen actor siendo eclipsado por la belleza y don de gentes de su bella señora.


Afloró entonces el verdadero marqués, una persona sin alma, sin escrúpulos ni empatía, que sintiéndose el perrito faldero de su mujer la encerró harto de que los jóvenes la cortejaran y sus antiguos camaradas admiraran su hermosura y su encanto.

No podía soportar los cuernos ni saber a su mujer en los brazos de otros como él estuvo en brazos de otras. Parecía una sombra oscura de aquel que había sido, antes de que ella llegase a su vida y le llenase la casa de niños que se comían el dinero de su riqueza naval.

El armador y dueño de su embarcación le había derogado los recursos de su barco en favor de los encantos de su mujer y sus hijos. Ello provocó un golpe de efecto en el control que ejerció durante tantos años como suyo. El centro de su hombría se hizo añicos.

La gente le preguntaba dónde estaba su mujer, que desapareció de repente de la escena social. A sus cuatro hijos, dos niños y dos niñas, les había contado que mamá se había vuelto loca y estaba muy enferma. Por eso la tenía encerrada en un zulo que había construido en el sótano de su casa, para que los vecinos no oyesen sus lamentos.

Cada día llevaba a sus hijos a la escuela con una sonrisa amable y respondía a quienes le enviaban saludos para su mujer. Cuando alguien le preguntaba a sus hijos en su presencia, los niños contestaban que se había quedado en casa haciendo las tareas.

Pero lo cierto es que la gente empezó a sospechar algo raro y dieron parte de ello a la Guardia Civil y la policía. 

Él se percató de las habladurías y lo que hizo fue sacar a su mujer del zulo del sótano. La metió en el portaequipajes de su Seat 500 en plena noche y la llevó al barco. La introdujo dentro de un saco de patatas de esparto que amarró bien para que no se pudiera escapar y la dejó en la bodega de almacenaje.

Por la mañana salió de la casa con sus hijos y la gente le preguntaba dónde iban tan elegantes. Los niños contestaban que iban a navegar por la bahía con su mamá que les esperaba en el barco. 

Con una sonrisa en los labios se apresuró a subir sus hijos al coche y partieron raudo hacia el puerto embarcando rápidamente.

Hizo levar amarras a sus marineros sin permitir embarcar a ninguno de ellos con la excusa de ser un viaje familiar, y cuando se distanció del muelle vio llegar la Guardia Civil.

Entonces sacó un maniquí vestido con ropas de su mujer para aparentar que le acompañaba a bordo mientras el barco salía a mar abierto.

Él ignoraba que la Guardia Civil había estado en su casa, habían bajado al sótano y descubierto el zulo, marcado de sangre y uñas arrancadas de las palizas que le había dado a su mujer a diario. 

Al muelle había llegado una avanzadilla con órdenes estrictas de no intervenir para no poner en peligro la vida de la mujer.

Cuando llegó a alta mar, cogió el saco de patatas que contenía a su mujer y se lo echó a la espalda. Lo subió arriba con intención de arrojarlo por la borda al mar. 

Pero la mujer vio a sus hijos a través de los cuadros del saco y los llamó con voz muy débil. Los niños que jugaban en proa la oyeron y agarraron el saco para impedir que su padre la tirara al mar.

El padre los sacudió a bastonazos logrando que los niños soltaran el saco. Los alejó de su víctima y exhausto lo arrastró hasta la borda. 

Dando bastonazos a los niños para mantenerlos alejados, respiro y arrojó el saco por la borda, justo en el momento que una patrullera abordaba su embarcación. 

Le dispararon en las piernas y dos buzos saltaron de inmediato al agua tras aquel saco mientras los niños lloraban por su madre ensangrentados.

Pronto los buzos aparecieron a flote con la mujer viva, sin fuerzas pero viva, siendo izada a bordo de la patrullera, pegada a estribor del barco de recreo.

La mujer, en extremo muy delgada por falta de alimentos y dolorida, fue echada en una camilla para ser atendida por médicos y enfermeros.

Permitieron a sus hijos que la abrazaran un momento, pero tenían que llevarla pronto a un hospital. Así que los guardias se repartieron entre ambas naves sin perder tiempo.

La patrullera se separó del barco de recreo y salió disparada a máxima velocidad hacia el puerto protegiendo a la mujer y los niños dentro de la cabina.


El marqués quedó esposado y vigilado en el barco de recreo siendo asistido de los disparos que habían atravesado sus piernas. 

La Guardia Civil puso en marcha el barco que lentamente enfiló su proa rumbo al puerto.



sábado, 7 de enero de 2023

Me llamo Bruno, el errabundo de la vida

Me llamo Bruno y les voy a contar un poco de historia sobre acoso y derribo hacia mi persona por parte de mi familia.

Soy el hijo mayor de tres hermanos y una hermanastra. Mi padre, un individuo que solía ir con maricones, lo pillaron en una mafia de trata de blancas y películas porno por los que pagó algunos largos años de cárcel.

Las hermanas de mi padre y mi madre me hacían pasar por tonto como si no me supiese y me protegieran de que mi padre estaba en la cárcel, habiendo estado con ellas muchas veces de visita al recluso. 

Incluso me trataban como un iluso pretendiendo que no me daba cuenta de  que mi madre estaba desarrollando una enfermedad como la esquizofrenia o trastorno esquizofrénico, que la iría consumiendo cincuenta años más tarde en la dependencia durante la vejez.

Durante los años que mi padre estuvo preso, apenas teníamos para comer. Mi madre llamó a su hermano mayor y nos sacó del barrio donde vivíamos para llevarnos a vivir a otra ciudad a vivir con mi abuela, una mujer que había criado un cuervo psicopatológico de los peores, que dado a la bebida cometía sus peores atrocidades, como pegarle a su madre hasta hacerla sangrar poniendo su vida en peligro durante muchos años.

Cuando mi padre salió de la cárcel fue a buscarnos a aquella ciudad donde ya vivíamos en casa propia, hogar que no fue impedimento para que mi madre siguiera abriendo la puerta al borracho de su hermano menor, que nos seguía pegando. 

Viviendo mi padre con nosotros, el borracho se presentó una noche por sus santos cojones y mi padre le abrió la puerta majándolo a golpes con una barra de hierro. El individuo, acribillado, no volvió a presentarse en nuestro hogar.

Mi padre se portó aparentemente bien durante mi adolescencia y cuando cumplí catorce años nos llevó a mi hermano menor y a mí a Ibiza, tras hacerme falsificar una copia de mi certificado de Estudios Primarios a nombre de mi hermano, gracias a mi excelente escritura y caligrafía.

Así que mi hermano menor con doce años estuvo trabajando "legalmente" con nosotros en la hostelería en la primavera del 76 como si fuese un chico de catorce años.

Cuando volvimos mi padre se buscó otros trabajos por la zona de la Costa y me metió a trabajar con él en un hotel de pinche de cocina, sin darse cuenta que había dejado de ser un niñito y que necesitaba espacio.

Fue cuando entré en rebeldía. Harto de no disponer del dinero que yo trabajaba que se lo quedaba él. No llegaba precisamente a las manos de mi madre porque el individuo tenía sus vicios como buen señor machista, supuesto renegado franquista, y de puro serlo haber pasado por hasta cuatro cárceles distintas.

Mi madre por entonces llevaba más de dos años sin vivir en casa, su casa. Cuando aún tenía catorce que me operaron de amígdalas al individuo le dio por maltratarla volviéndola loca y la metió en el manicomio porque le estorbaba.

Después de esto, cuando mi madre salió del manicomio, se colocó en una clínica y vivía en un piso compartido que tenían las enfermeras en la entreplanta del edificio.

Una vez que entré en rebeldía y trataron de volverme loco entre unos y otros, me convertí en un asiduo de las discotecas. 
Para ello necesitaba mi dinero, que salía "prestado por adelantado" pidiendo al jefe del hotel donde trabajaba adelantos, cuando mi padre, que se había ido o lo habían echado, ya no trabajaba allí.

Así que cuando llegaba mi padre a cobrar mi sueldo, mi jefe le entregaba la parte del dinero proporcional excepto los préstamos que usaba para ir a las discotecas después del trabajo sin pasar por casa a dormir.

Ya cuando comenzamos a trabajar en aquel hotel estando él de jefe de partida, comenzó a darme palizas delante de toda la plantilla incluido el jefe de cocina. 

Cocineros, pinches, lavaplatos y camareros le reían las gracias hasta que un día dejaron de reírle las gracias y supongo que fue cuando lo despidieron, que me dejó a mí trabajando.

Cuando faltaba dinero de mi sueldo, entraba en cólera, me llevaba a un descampado y me metía de palizas. Lo mismo cuando me pillaba bailando en las discotecas. 

Me sacaba de la discoteca y me llevaba a un descampado. Recibía palizas de un delincuente que quería vivir de mi dinero y no me dejaba vivir mi vida.

En los primeros meses del 79 tenía arrendada la cocina de un local donde acudía mucha gente a desayunar el estilo americano con bacon y huevos fritos además de diversos tipos de bocadillos y tapas calientes, como callos madrileños con garbanzos y otras variedades. 

Allí trabajaban camareros tan sádicos como mi hermano menor que llevaba varios años en el local porque el individuo le dio lo que a mí me quitó.

 Siempre tuve clarísimo que "quien tenga vicios que se los pague" y no que sus vicios se paguen con mi dinero. 

Mi padre me hacía trabajar dieciocho horas diarias para cobrar del bote. Me compró una moto vieja de poca cilindrada que podía conducir sin carnet pensando que apaciguaría mi rebeldía, pero se equivocó.

No había día que entrando a trabajar a las seis de la mañana, tuviese que soportar el mariconeo de los camareros del bar, que me veían muy bello. 

Aparecía mi padre a las once de la mañana y tras escuchar supuestas quejas que los "maricones" le contaban, que entrara en la cocina dándome puñetazos y patadas.

No hubo día que los degenerados de los camareros no se inventaran alguna queja en mi contra, que mi padre entraba en la cocina como un perro sarnoso, me metiera una paliza y me hiciese salir al salón a servir a los clientes riéndose tras haberme echado por la cabeza una olla de comida hirbiendo.

Los clientes, los camareros y mi hermano menor, se reían con el espectáculo.

Pertenecían a ese grupo de sádicos que mi presencia les molestaba. Y es que al borde de cumplir los dieciocho años les parecía demasiado bonito y por entonces mi padre ya me llamaba "Guapito de cara."

El primero de mis hermanos menores, ya se las traía de intruso varios años antes cuando yo estaba coladito por una chica cuya familia trabajaba en un local cercano a una peña que mi padre tenía por entonces arrendada. 

Quizás fue enviado por mi padre, pero el niñato insistió en que estaba coladito por la misma niña que yo. 

El desgraciado se las arregló para meterse en la vida de ellos y vivir en el hogar de aquella familia, y consiguió cambiar las tornas que yo tenía previstas para salir con aquella chica.

Un día, un individuo gordo que conocíamos y teníamos como amigo, se cruzó también en esta historia y se metió de lleno en la familia de la chica. 

Me lo encontré al bajar un día del autobús y me hizo sentar en la mesa de un bar cercano aunque mostré desinterés por lo que me quería contar sobre mi hermano y la historieta que tenía montada con la chavala, y me dijo que mi hermano ya no era novio de la niña.

El imbécil me explicaba una y otra vez con un orgullo pasado de revoluciones, que era un cornudo consentido, que mi hermano ya no era el novio porque lo era él y que no quería problemas. 

Y me insistió con la historieta una, y otra, y otra vez, contándolo de manera distinta cada vez. "Tu hermano ya no es novio de la niña. Ahora soy yo el novio de la niña." ¿A mí qué cojones me cuenta?.

Cuando cumplí dieciocho años la cosa se puso mucho peor. Estaba harto de las palizas, así que opté por huir de mi hogar, y tal como lo pensé, lo hice.

Empecé a recibir dinero de mi madre que se convirtió en mi sostén. 

Pasaron los años y mis hermanos menores tenían su vida y sus mujeres, y la apariencia de opulencia y vida holgada.

Casados o en parejas la vida parecía sonreírles como si yo no supiera del dinero que le sacaban a mi vieja para montar sus fracasados negocios que no repercutían para nada en la riqueza de mi madre, que seguía limpiando suelos. 

Me tenían bien lejos y intentando que terminara de romper los lazos que me unían a mis padres. Tenían sus vicios y necesitaban vía libre para que alguien que se los pague porque sus negocios eran montajes que nunca iban a salir bien.

Presumir de opulencia y pedirle dinero a la vieja para montar sus negocios provocaba acoso hacia mi persona. Era un estorbo que podía descubrir lo que tenían montado saqueando a mi madre.

Sus derechos de pernada con sus queridas eran costeados con el dinero de mi madre, porque de sus mujeres no tenían por dónde rascar.

A la mujer de mi hermano menor le gusta "heredar" las pulseras de oro que pertenecieron a mi abuela. 

Lo de comprarse ella sus pulseras de oro o que se las compren sus padres ni se le habrá pasado por la cabeza. 

Pero pensar y decirme que yo vivo del cuento sí que se lo pensó bien.

La historiets de mi hermano pequeño, que se cree un gran cocinero y llegó a ganar cada mes trescientas mil pesetas, es la historia de alguien que siempre pedía dinero porque le faltaba para sus vicios. 

No hubo ni un solo día que no estuviera pasado de rosca con la bebida o que se hubiese metido algo por la nariz.

Otro de la peor calaña que nunca devuelve el dinero ni las pertenencias que se le prestan y que además las pierde o desaparecen de forma bastante extraña. 

Un día llegué a decirle que se gastaba el dinero en putas, en referencia a los derechos de pernada con las amigas de los antros donde trabaja. 

Su inmediata respuesta fue la violencia. Actuó como lo que es, un machista que paga sus vicios con dinero que no es suyo.

Desde que murió mi vieja no sé a quién les sacan estos el dinero que necesitan para sus vicios. 

Mi viejo, que también murió, no dejó más que un pequeño local hasta los topes de basura y mugre, lleno de documentos y objetos robados que no dudé en tirar a los contenedores de basura. 

Creo que nunca le sacaron nada porque también necesitaba pagar sus propios vicios. No es de extrañar que se dedicase a carterista yendo de bar en bar aparentando normalidad.

Lo de la ludopatía de mi hermano, otra cosa oculta, gastarse miles de pesetas en máquinas tragaperras hasta el punto de quebrar la mediocre economía de su mujer, la vividora de las pulseras de oro. 

Uno comprende por qué nunca me invitaron a ningún sarao familiar o con amigos. Corrían el riesgo a ser descubiertos por sus amiguetes en las fiestas privadas, no vaya a ser que me vaya de la lengua con un "Oooh, llevas las pulseras de mi abuela."

Yo usaba el dinero de mi madre para vivir y ellos para vicios, tejemanejes y trapicheos. 

Cuando protegí a mi madre en la vejez, las caras de ellos se volvieron más petreas que nunca. Ella ya no podía trabajar, no tenía dinero en el banco y me hice cargo del poco dinero que tenía en mano. No tenían donde rascar.

Fui arreglando papeleo durante años hasta que conseguí tener una economía notable. A ninguno se le ocurrió dar ni un duro para mantener a la mama y venían a investigar si podían pillar algo. 

Conmigo se les acabó la marcha y incluso me sacaron algunos pocos durillos creyendo que no veía que estaban compinchados.

No dejaría que me estafaran ochenta mil pesetas como hizo mi padre.

¿Cómo iban a dar ellos dinero si el dinero siempre estuvo circulando al revés durante décadas y el estorbo era yo?. 

Se pegaron como una lapa a la hermana de mi cuñada, una individua licenciada en económicas que a los pocos años de su matrimonio con un cagao madrileño conductor de autobús ya tenía un chalé junto al mar, una casa en la capital, otra casa en un pueblo y otra casa aquí en la ciudad. 

Todo esto viene a indicar que la individua se ha prostituido con los grandes jefes bancarios o que le ha robado dinero a los ahorradores del banco. 

Las banqueras como los banqueros no son trigo limpio ni sacándoles brillo. Son unos ladrones de lujo, saqueadores de la propiedad y la riqueza ajena.

En cuanto a mi hermanastra, solo la vi cuando era niño, que la traía su madre a un parque donde también acudía mi madre y jugábamos con ella mis hermanos y yo. A saber por dónde andará.


Ana, la amante controladora del amor platónico de la playa Maro

Conocí a Ana un caluroso día de verano de 1989 en el bar restaurante Cuevasol y nos vimos de forma habitual en el camping de la playa tanto en invierno como en verano. 

Yo era un chico moreno y atlético seis años más viejo que ella y escasamente más alto.

Vivíamos en la misma ciudad a cuatro kilómetros uno del otro y la acampada donde nos conocimos dista de nuestra ciudad sesenta kilómetros en una zona de la provincia de Málaga de gran valor ecológico. 

En verano ella pasaba por la playa Maro algunos fines de semana. Yo vivía así en la tienda de campaña prácticamente todo el año y los últimos años acampaba en el cortijo de un amigo.

Recorría grandes zonas de Europa en invierno y en verano tenía Nerja y Maro durante al menos los meses de julio y agosto.

Aquella noche hacia ventisca y disfrutamos al lado del fuego bajo una sombrilla contándonos historias, acompañando nuestros sueños con buenos vasos de tinto de verano lo suficientemente fuerte para nublar la mente.

Ana solo tenía ojos para mí y yo para ella. Pronto me pegué a ella para dejarme atrapar por sus besos durante toda la noche.

Dormimos juntos dentro de mi saco de dormir y por la mañana el calor intenso y el bullicio playero nos despertó. 

A última hora de la tarde ella recogió sus cosas y volvió a la ciudad y yo seguí mi estancia en la acampada con el número de teléfono de ella en la mano. Me dijo que cualquier día la llamase.

La llamé a los pocos días, un jueves, y gasté todas mis monedas sueltas en la cabina telefónica para oír sin quererlo su desprecio. 

La oía por el micro darme explicaciones sin sentido de no venir a la acampada este fin de semana y cuando me quedé sin monedas la cháchara que me estaba infringiendo a través del teléfono se cortó y no la volví a llamar. 

Comprendí perfectamente lo que pasó. Sin duda no iba a venir porque no tenía ningún interés conmigo, así que la olvidé y aquella misma noche en la playa conocí a Micaela, una hermosa alemana que acababa de llegar.

El viernes del siguiente fin de semana, el autobús de la línea Málaga - Maro hizo parada en la puerta del Cuevasol y Ana bajó del vehículo mientras desayunaba con mi hermosa acompañante, me miró celosa arrojando su mochila contra el suelo.

Volvió a recoger la mochila y se fue directa para la playa. Lo siguiente que se le ocurrió fue hacerse la víctima contándole a un alemán de la acampada amigo mío un cuento amoroso en el que yo era su verdugo y ella mi víctima, la amante desesperada no correspondida.

Aquel alemán se tomó el cuento tan en serio que no se lo pensó dos veces antes de tomar la decisión personal de pedirle a Ana irse a vivir con él a Alemania. 


Por lo que me contaron, Ana se hizo la sorprendida, pero después pidió al alemán declararse delante de todo el grupo de amigos en la playa, o sea esperar a que yo estuviese en la playa en el grupo de amigos bebiendo en el merendero de El Tripa.

Me pilló por sorpresa. Hizo que el alemán se le declarara delante de todos. Miré a ambos extrañado sin salir de mi asombro y la oí aceptar aquel compromiso con una rara actitud.

Ana estuvo dos años conviviendo con el alemán hasta que rompió su compromiso.

Aquel mismo verano retornó a la acampada de la playa los fines de semana buscando sitio en el grupo de amistades con el que me juntaba. No se iba con otro grupo, venía donde estaba yo.

Apareció por la playa un amigo navarro, bajito y mucho más mayor que nosotros que trabajaba en el ayuntamiento de un pueblo cercano a Pamplona y se pegó a él como una lapa. 

No llevaba ni cinco horas que lo hizo declararse delante del grupo en el merendero. Nada más sentarnos en las mesas, Ana hizo que el navarro se le declarase y ella aceptar como si aquello fuera un juego.

No salía de mi asombro y comprendí que la puesta en escena estaba preparada por ella como también ocurrió dos años atrás.

Ana se fue a vivir con el navarro tres años hasta que un día cortó la relación y regresó a casa con su familia.

Era un invierno muy frío y aquel año no me había ido aún a ninguna montaña. Me acostumbré a ir por las tardes a tomar café al bar de un hermano mío en la zona de ocio de la ciudad y un día,
 rara casualidad, apareció Ana con sus amigas y se sentaron en una de las mesas de la terraza.

Hablando con mi hermano decidí iniciar una relación con ella y desde el inicio de aquellas salidas empecé a experimentar sus desequilibrios y paranoias. 

Era inestable y cualquier simple movimiento fuera de la atención hacia ella provocaba una actitud violenta y desagradable por su parte.


Una vez entramos en un bar para comer un campero y beber algunas cervezas y una vez  fuimos servidos sufrí una de sus agresivas puestas en escena. 

Me arrojó por la cabeza la bebida y me restregó por la cara el campero vaciando el bote de la mostaza y el tomate en mi cabeza. 

No le gustó que mirara a otras mujeres que pasaban por la calle. Los camareros y el dueño del local observaban sorprendidos esperando una agresión violenta por mi parte, pero no respondí a aquella agresión.

Fui al baño y me limpié. El dueño me trajo una toalla limpia. Salí del baño, pagué y me fui directo a la calle para volver a mi casa.

Ella salió tras de mí pidiéndome perdón y cuando llegamos a mi casa se desnudó intentando seducirme.

No fue la primera ni la única vez, porque en otra ocasión, siempre en público, sentados en una terraza empezó a insultarme, a acusarme de mirar a otras mujeres y no tener vergüenza.

Me escupió varias veces gritando, haciéndose la víctima mientras yo aguantaba otra de sus escenas en público.

En otro de sus prontos rabiando, me dijo que no quería volver a verme. Así que aproveché y desaparecí de la escena creyendo ella que volvería y me haría rogar.

Cavilaba en mi casa solo, pero hacía tiempo que lo tenía decidido: di por terminada la relación. L
a llamaría una última vez por teléfono. 

Hacía tiempo que yo sabía por qué ocurrían todas estas escenas. Ana buscaba una relación conyugal seria, pero yo no iba a subir de nivel con semejante tipeja.

Cuando la llamé por teléfono se hacía la víctima creyendo que me comportaría según sus caprichos como los otros hombres con los que estuvo. 

Creyó que le hacía una llamada de reconciliación para ser oficialmente novios. No mostró ningún atisbo cercano de pedirme perdón verdaderamente. Se creía mi dueña. 

Cuando corté la llamada fue para no volverla a llamar nunca más. 

A lo largo de todo un año y medio ella intentó por todos los medios que reconsiderara la situación. 

Usó al camarero del bar de mi hermano para que hablara conmigo y el individuo intentó darme lecciones. 

Se dejó ver por los alrededores del bar donde jugaba por las tardes al dominó en el momento que yo salía para volver a casa cruzándose en mi trayectoria, pero yo pasaba de largo.

Llegó el verano y me la encontré en la acampada. Me observaba y me vigilaba desde la distancia sin cruzar palabra, y vio cómo me hice amante de una extranjera con la que comencé a dormir por la noche en su apartamento. 

Ana, rabiosa, se hacía la víctima entre los campistas diciendo que yo era su novio, que rompí la relación porque era homosexual.

No obtuvo ningún resultado pero un día conoció en Málaga a un italiano bajito y desventurado, y consiguió un noviazgo.

Se lo trajo al pueblo para que yo lo viera como si a mí me importara con quién se relacionaba. Estuvo muchos días paseándose con él y la perdí de vista cuando cogí mi mochila y mi tienda de campaña y me fuí a los montes Pirineos.

Me alegré de no volver a verla.



Ana, la amante controladora del amor platónico de la playa Maro



La alemana que me abandonó en un pueblo de la Alpujarra granadina

Yo veraneaba en la acampada de la playa de Maro cuando conocí a unos alemanes recién llegados en sus motos de gran cilindrada.

Pronto nos hicimos amigos y pasamos todo el día compartiendo juntos cualquier cosa. Un día llegó una alemana muy rubia y grande, ignoro si era amiga de ellos o un familiar, y se quedó prendada de mí.

Por las noches en la acampada prendíamos una fogata y había reunión alrededor de ella, diversión y bebidas nunca faltaban, y supe que los motoristas alemanes se irían al día siguiente.

La alemana coqueteó conmigo y de alguna forma intentó llevarme a su lecho pero fue regañada por mi amigo Arno en un alemán incomprensible para mí.

Me daba la impresión de que eran hermanos o ya se conocían íntimamente por alguna razón. Me resultó extraño. No entendí qué pasó.

Dos años después estaba en la playa y aparecieron motoristas con sus resplandecientes motos.

Se quitaron los trajes de motoristas locos por darse un chapuzón y raudos corrieron al agua sin pensarlo saltando a palo, salpicándose ellos.

No los reconocí pero eran Arno y sus compañeros. Él sí me reconoció y se me echó encima abrazándome. Yo fui muy amable aunque no me acordaba de él en ese momento.

Al día siguiente seguí sin recordarlo. No importaba, yo me comportaba amablemente con muchas personas que conocí en la playa y con los alemanes compartía todo, bebida, comida, leña, como si no los conociese de antes.

Los días pasaron maravillosos hasta que un día Arno me dijo que venía Emma. Yo, que seguía sin acordarme de él, me quedé de piedra. No tenía ni la más remota idea de quién era Emma.

Por la mañana me encontraba al otro lado de la playa, cuando oí a una rubia que se acercaba rápido por la orilla y me abrazó besucona como hacen los familiares con los niños chicos que les provoca recelos y malestar.

Me sentí descolocado mirando fijamente los ojos de la rubia tan guapa y tan grande, una total desconocida, de mi misma estatura. Sus besos eran tan dulces y acaramelados que provocaría vértigos a un elefante.

La rubia desconocida no paraba de acariciarme y abrazarme, dándome besos tan tiernos que hubieran derribado al más pintado. Sorprendido, era incapaz de pensar con claridad, ni reconocerla ni recordarla. Yo llevaba una vida intensa de largos veranos de playa durante los que conocía a muchísima gente.

Yo seguí en las sombras tenebrosas tan temeroso hasta que un golpe de luz vino a iluminar mi memoria y recordé aquella noche de discusión en alemán incomprensible.

Casualidad o no, los motoristas alemanes se fueron al día siguiente. Ella se quedó en la playa conmigo y aquella primera noche me dejé seducir por Emma y nos amamos en su pequeña tienda de campaña.

Mareado por la estrechez y el calor, salí fuera para respirar el aire límpido de la noche. Le pedí a ella que saliera pero no quiso y yo no volví a entrar en la tienda de campaña porque me asfixiaba. Fuera me quedé dormido bajo la luz de las estrellas.

Por la mañana me había despertado y miraba el mar pensativo. No me di cuenta de que ella salió de su tienda de campaña hasta que se sentó a mi lado.

No hablaba español y yo ni una palabra de alemán ni inglés ni nada. Chapurrear se llama.

Nos vestimos y pasamos el día juntos vagando por el pueblo. No nos tocábamos. Algo pasaba.

Por la tarde nos sentamos en un parque y me enseñó una foto de su madre. Me dio algo de pánico. Parecía una forma comprometida mostrar fotos familiares tras un día juntos.

Experimenté un bloqueo que no entendía y me pareció que todo me daba vueltas. Seguíamos sin abrazarnos. A mí me pesaba mucho aquella discusión en alemán incomprensible que recordaba con temor. No me atrevía a abrazarla porque había algo en ella que me provocaba rechazo.

Ella me habló que quería conocer la Alpujarra y quedamos que por la mañana iríamos.

Aquella noche no nos acostamos juntos y a la mañana siguiente metimos todo en el coche cochambroso de ella para llevarla a conocer la Alpujarra granadina.

Cuando nos pusimos en marcha vi que había cometido un error yendo con Emma a la Alpujarra.

Tenía un perro pequeño muy fiero con muy malas pulgas que en cualquier movimiento me gruñía dando avisos como una serpiente de cascabel. Ella nunca lo sacaba del coche pero yo con mucho gusto le hubiera retorcido el pescuezo.

Por lo pronto había salido de mi zona de protección y confort y para empeorar las cosas intenté sacar dinero en la Caja de Granada en Capileira, donde estuvimos un día, y no me dieron ni una miserable peseta.

Yo tenía bastante dinero en mi cartilla de la entonces Caja de Ronda y según me dijo el cajero del banco, no me daban dinero porque llevaba muchos meses sin poner la cartilla al día, mi caja denegaba la operación. No habían máquinas proveedoras en aquellos pueblos pequeños por entonces.

A pesar de que el cajero llamó a mi entidad no me dejaron sacar dinero, se lo negaron y me dejaron sin poder invitar a comer a la alemana con la que intentaba romper el hielo.

Me quedé bloqueado con muy poco dinero en el bolsillo a más de cien kilómetros de distancia de la sucursal bancaria más cercana para poner al día mi cartilla.

Fue terrible!. Emma cada vez estaba más agresiva y a mí me hubiese gustado invitarla a comer para romper la frialdad que nos devoraba.

Nos fuímos a Trevélez y pasé un calvario entre ella y su asqueroso perro. Ninguna entidad bancaria me quería dar dinero porque la puta caja de Ronda lo tenía bloqueado.

No había ninguna sucursal a cientos de kilómetros a la redonda y no me atrevía a decirle a Emma de volver atrás para ir a Motril y arreglar mi problema bancario.

No sabía cómo salir de aquella situación. Por la noche la llevé a un bar del barrio medio y a ella se le cayó la máscara mostrando su verdadero rostro.

Cuando nos sentamos en una mesa, al rato ella se levantó para hablar con unos ingleses que se trajo a la mesa.

Madre, tía e hijo empezaron a burlarse de mí y a increparme intentando provocar una reacción violenta.

Aguanté mirando a Emma que sonreía burlona mientras el capullo inglés se pavoneaba en su idioma escoltado por su madre y su tía intentando fastidiarme.

Cuando nos levantamos todos, Emma caminaba a la vera de ellos. Hablaban y yo los seguía porque mis enseres, mi mochila y demás estaban en su coche.

Cuando llegamos a su coche, ella sacó mi mochila junto con mis cosas y las colocó en el suelo.

Le pregunté por qué hacía eso y ella respondió que necesitaba espacio para llevar a los ingleses al barrio de abajo para coger una habitación solo para ella.

Me entristeció sobremanera pero respiré cuando se fue con los ingleses en el coche. Me quedé un rato en aquel lugar cavilando lo que iba a hacer.

Después cogí la mochila y me la eché a la espalda, crucé las bolsas pequeñas y eché a caminar hacia el barrio de abajo.

Allí vi su coche en el aparcamiento pero ni un pelo de ella. Me senté en una de las mesas vacías de las terrazas de las fondas y los restaurantes cerrados ya a la una de la madrugada.

Estuve cerca de su coche un buen rato pensando en lo que iba a hacer. Ella ni se molestó en aparecer. Comprendí que me dejaba tirado.

A las una y media de la madrugada ya estaba determinado a moverme. Cogí todo mi equipaje y me lo eché a la espalda. Crucé al lado su coche con el puto perro sarnoso dentro y atravesé la plaza principal de Trevélez dejando atrás el aparcamiento y la zona de las fondas, y salí del pueblo caminando muy rápido.

Lo primero, poner la cartilla al día y desbloquear mi dinero. Tenía que llegar a Motril a más de cien kilómetros de distancia. Tenía que llegar a Órgiva a la hora para coger el autobús de Motril.

Cuando estaba cerca de Pitres, se detuvo en medio de la carretera un microbús privado que llevaba gente a Granada muy temprano. Me dijeron que subiese, pero yo les intenté explicar que no tenía dinero para pagarles, que el banco me había bloqueado la cartilla hasta que no la actualizara y no me dejaban sacar dinero, y me obligaban a ir a Motril.

En el microbús me dijeron que no me preocupase por eso y me hicieron subir. Me llevaron hasta Órgiva y cogí un autobús a Motril pero lo mismo fui tonto porque ellos iban a Granada que también hay sucursales de mi caja.

Una vez en Motril, fui a la caja y le entregué al cajero la cartilla para ponerla al día. El cajero me miró preocupado y me dijo que me sentase.

Estuve hora y media sentado mientras las cartillas se sucedían llenándose de actualizaciones y el cajero fruncía el ceño.

No dije nada. Suspiré sentado en un sillón cómodamente. Cuando la máquina terminó de rellenar cartillas, el cajero vino hacia mí y me regañó. Me dio instrucciones para que no volviese a estar meses sin actualizar la libreta. Me dió el dinero que le había pedido y por fin tenía dinero. Salí del banco y miré la Contraviesa. Detrás está Órgiva, Pampaneira y más arriba Trevélez.

No iba a subir. Dirigí mis pasos hacia el mar yéndome al camping de Salobreña para olvidar a Emma.


la alemana que no sabía amar


Las busconas válidas del pasillo de la panadería

La semana pasada fui a comprar pan al supermercado de mi barrio, me puse de lado para dejar pasar a la gente por el pasillo de apenas metro y medio de ancho.

Doblaba medio cuerpo hacia abajo para coger siete bollos que iba metiendo en una bolsa pequeña de papel cuando sentí que me estaban tocando el culo.

Levanté el cuerpo y había una señora mayor haciéndose la tonta con una bolsa. Le dije que retrocediera saliendo de mi espacio personal y escuché a mi izquierda la voz tenue de otra mujer que podría ser la hija.

No sé qué intentaban decirme ni me interesaba, pero volví a decirle a la señora mayor que abriera espacio y que no me tocara el culo. 

Pretendían decirme algo pero yo prestaba oídos sordos y empecé a decirle a la señora mayor "Eso es lo que tiene que hacer", en referencia a que dejase de tocarme el trasero. 

Cogí el último bollo sin que la individua abriera espacio para dejarme maniobrar, aunque ya no me tocaba el culo. Ella insistía en hablar conmigo y me susurraba cosas que no entendía por mi discapacidad auditiva mientras la hija le hablaba a ella otras que yo no podía captar. 

Abandoné el lugar y me alejé por otro pasillo poniendo distancia entre las busconas y yo. Pasados unos minutos volví casi al mismo pasillo buscando una botella de vino Moscatel para pasar la Nochebuena. 

Pensé que se habrían ido pero las muy brujas estaban aún allí observándome con la mirada fija en mis ojos como si no hubiesen roto calzoncillos en su puñetera vida. La madre y la hija buscando farlopa para que las mantenga. 

Que me digan que la vida es así, es lo mismo que lo que me dijo un conocido mío que es gay "Si no tienes pareja no validas." 

A saber este individuo por qué no tiene pareja y valida sin tener de pareja a una mujer, que tiene de pareja a otro hombre. Y que el acoso a mis sesenta años continúe, es para ponerme a cortar cabezas y no dar abasto.

Todavía recuerdo mis primeros años juveniles sufriendo la supuesta decencia de chicas de mi edad que si les dabas un beso llamaban a la madre.

Tuve que buscarme una vida para tener relaciones en las discotecas de la Costa, en plan ligón, para acumular lechos de relaciones eventuales de verano con mujeres de mayor edad que yo, aparentando tener dieciocho años teniendo dieciséis o diecisiete.

Cuando mi cuerpo dejó la adolescencia, muchas chicas me veían bastante guapo y me echaban los tejos sentenciándome con un "Ya estoy preparada" que me dejaba perplejo.

¿Preparada para qué?. Para tenerme de marido perrito faldero imponiéndome una hipoteca y complicándome la vida?.

A los dieciocho años, la víspera de irme a la mili, tuve la desagradable experiencia de una relación platónica de casi año y medio saliendo con individua de El Palo, una mocita de mi edad que me cortaba por lo sano toda vez que quería tener una relación sexual con ella.

Un día nos pusimos de acuerdo para tener nuestra primera relación sexual y cuando estábamos completamente desnudos besándonos, la tía me dejó tirado. Se vistió y no quiso tener ninguna relación. 

Que nadie se engañe, ella lo tenía previsto. Su puesta en escena fue magistral. Lo difícil fueron las siguientes horas que estuvimos paseando juntos por la calle que ni se inmutó ni me pidió perdón. 

Su objetivo fue crearme remordimientos, pero ignoraba que yo estaba muy corrido y sabiendo que ella estaba mucho más corrida que yo. A saber cuántos cabrones habían pasado por sus faldas.

Todavía aguanté con ella seis meses porque tuve que irme a la mili, a León y después a Valladolid, ochocientos y setecientos kilómetros de mi ciudad. Cuando regresé no tardó mucho tiempo en cortar conmigo y yo lo aplaudí. 

Ella por supuesto se hizo la víctima enfadándose porque las cartas mías que le llegaban contenían el apellido materno equivocado y su madre se le quejaba. 

Un día me la encontré en la parada autobús en el centro de la ciudad yla saludé. La maestría con la que me maltrataba era terrible. Me echó una bronca descomunal delante de mucha gente que estaba esperando el autobús. Me amenazó para que dejara de llamar por teléfono a su casa sin preguntarme si era yo quien llamaba. Me volví y me fui de allí sonriendo con alegría. ¡Por fin me liberé de semejante esperpento!.

Transcurrieron muchos meses y un amigo del barrio me invitó a tomar unos vinitos en la bodega cercana, apenas cien metros, y me la encontré allí con su novio. ¡Qué casualidad que un amigo me invite a ir allí cuando nunca me ha invitado!.

La casualidad fue hacerse diez kilómetros y medio para venir a mi zona, a cien metros de mi casa, a beber un vinito con un novio y tener la caradura de no inmutarse. 

Como esta mujer tuve unas cuantas en mi temprana juventud, todas creando problemas. Aprendí que "si en tres días no hay relación sexual, no habrá ninguna." Que vayan a santiguarse con otro!.

Y que me digan que "Así es la vida" respecto a las dos busconas del supermercado me hierve la sangre. La vieja que me toca el culo y la joven que pretende que tenga una relación sexual con ella para mantenerlas.

Los psiquiatras no darán abasto con estas enfermedades mentales. La grave panacea mental profunda inunda la sociedad y la mente de quienes dicen que esto valida. 



Blas, el niño gigante del Virgen del Pilar

 Os quiero comentar mi impresión de aquel día que ya no iba a volver a párvulos aquí cerca, en Regiones, en la Carrera del Perú. No recuerdo que casa era, la cuarta o la quinta casa.

Lo cierto es que cuando entré por primera vez al Virgen del Pilar fue todo un evento familiar. 

No era yo el único que accedía, había más niños con sus familias apostadas en el patio junto a la entrada de la escuela, atentas y casi lagrimosas, orgullosas viendo cómo nos colocaban en fila como soldados, de mayor a menor, y nos hacían cantar el "Cara al Sol."

Yo observaba a todos lados con el rabillo de los ojos porque si no, se venía encima el maestro director de aquella reverencia al régimen y te ponía la cara como un tomate de Almería aunque estuviesen tus padres en el patio.

En las aulas teníamos sesiones en las que aprendimos las canciones que cantábamos en el patio, a diario, por las mañanas y por las tardes, al entrar y al salir.

Tenía la impresión que me habían metido en un recinto militar. El director llevaba la escuela con mano dura y reglas a rajatabla.

La zona del Hogar la gestionaba la Iglesia, monjas y sacerdotes. Incluso tenían su capilla. Era el edificio inmediato a la Bola Azul por su lado interno.

La parte exterior del edificio, junto a la valla que nos separaba del recinto médico, era un limbo con algunas aulas sin conexión directa con el interior del edificio.

Me pareció atroz ese sitio porque para llegar había que rodear y andar hasta el final para acceder a las aulas en el único sitio salvaje de todo el Virgen del Pilar.

Tengo el triste recuerdo de este individuo, Juan el maestro, de lo peor que yo recuerdo, aunque no el peor.

En su clase los niños fuimos víctimas de él. Se burlaba de mi discapacidad auditiva y me aislaba en clase impidiendo que pudiese aprender nada.
De todas formas qué se podía aprender de semejante demonio?. 

Ni de lejos fui el que recibió lo peor. El individuo y su sadismo lo tuvo muy duro con Blas, un niño gigante que nos sacaba mínimo un palmo de alto y vivía en La Loma.

Sí que era un gigante el Blas. Más alto que todos y más alto y grande que el maestro, que era bajito apuntado a calvo con cara de hombre de las cavernas.

A menudo se hacía el diplomático con todos nosotros pero acababa acosando a sus preferidos y Blas era especial. 

Lo acosó con sarna y Blas reaccionó en rebeldía desobedeciendo. El cavernícola montó en cólera y le dio una verdadera paliza. Golpes y puñetazos terribles intentaron amilanar el gigantesco cuerpo del pobre Blas una y otra vez. 

Pero el maestro no consiguió humillarle, salió humillado. No podía con él.

Lo que acabamos de ver nos dejó estremecidos. Yo lo sufrí del director de la escuela el día que me revolqué en el suelo ensuciando mi uniforme. Pero nunca había visto a un maestro con esa violencia gratuita en un aula delantera de todos sus alumnos.

Al sentirse humillado, lo peor llegó tras la primera embestida, que el maestro mostró cansancio físico en presencia de todos los alumnos frente a un Blas fuerte como un toro, un rebelde sin violencia.

Ver cómo lo mirábamos todos los alumnos provocó la rabia del maestro. El pobre Blas recibió una segunda y otra tercera tanda de puñetazos defendiéndose sin responder a la agresión.

El maestro, exhausto, cansado y sin fuerzas, intentó disculparse con todos los alumnos pero a mí personalmente no me convenció, me pareció una malísima persona.

Blas lloraba y le prometió al maestro que se lo diría a su hermano. Juan, el maestro, actuó como hacen los crápulas y le siguió pegando de hostias en la cara.

Al día siguiente suspendieron la clase no pude ver qué sucedió con el hermano de Blas pero creo que este maestro no volvió a la escuela y nos repartieron por otras aulas.

Blas, el gigante del virgen del pilar

La Sagrada Convicción social y sus graves consecuencias

Tengo la Sagrada Convicción de que esta lectura no será en vano. Cuando tenía menos de dieciocho años escribí uno de mis relatos más personales donde describo la voluntad de irme lejos y cuanto más lejos mejor.

Trabajé en restaurantes de mi padre en Torremolinos viviendo una vida que no era la mía. Dieciocho horas diarias sin descanso mientras otros se repartían la riqueza y me pagaban del reparto del bote.

Cuando me escapé de casa, gané mi libertad. No fue gratuito sino a base de palizas y lágrimas. Yo era útil para trabajar, nunca para disfrutar de mi riqueza. Con mi decisión provoqué tanto dolor como me lo habían provocado a mí.

Durante veinte años rulando por media Europa me relacioné con muchísimas amigas que quisieron cambiarme la vida. 

De hecho cuando estuve por primera vez en Chistau, habían transcurrido dos años desde que abandoné una relación de nueve meses con una amiga que comenzó a presionarme hacia intereses que no eran los míos. 

Mal perdedora, pasó más de un año intentando cambiar mi decisión y no tuvo reparos en usar personas conocidas para que intentar convencerme de mi supuesto error.

Vengativa, hizo llegar a oídos de la noruega con la que salía que yo era homosexual. Usaba amistades de nuestro entorno al punto de intimidarla con mi supuesta homosexualidad. Provocó daño moral y reacciones adversas.
 
Yo, que soy maestro en alejarme de todo lo malo, hace décadas que tengo capacidad para poner tierra de por medio, porque nunca aceptaré una vida de trabajo donde mi dinero ganado se use para propósitos que no entran dentro de mis proyectos personales.

La lejanía para alejarme de todo lo malo y de no pocas personas en la ciudad donde resido. 

Los viajes para la contemplación de paisajes increíbles que me han hecho sonreír disfrutando de la vida. 

En Chistau conocí personas tóxicas que quisieron cambiar mi forma de vivir. Me castigaban a base de berrinches. No son personas del valle pero tienen relación. 

Menospreciaban mi trabajo en el pueblo como una verdadera mierda. Quizás porque el dinero que ganaba era mío y no tenía a mi lado nadie que me controlara ni me lo quitara de las manos. 

Alquilaba coches una semana cada tres meses aproximadamente para pasar tres días con mis padres y otros cuatro días recorriendo lugares por donde peregriné con la mochila durante más de veinte años. 

Usé mi dinero para lo que quise. Algunos pensaron que tenía vicios secretos porque me movía con nocturnidad. La gente mezquina ignora que nunca necesité pagar por servicios.

Cuando aparecían por el pueblo el berrinche lo tenía asegurado. Les dejé claro que nunca me sentí más a gusto que barriendo calles en Plan, limpiando hierbas, echando arena o sal durante las nevadas para que las personas no resbalaran, pintando las barandas de los puentes, haciendo mortero o grava. Además se ofuscaban porque mi risa loca les dejaba claro que me gustaba. 

Tener familia y casarme nunca estuvo en mis proyectos, no en la forma que pensaban ni en la que me quisieron inculcar. Algunos diseñaron para mí una vida donde me olvidase de trotar mundos, según ellos, para no perder mis derechos sociales como persona e individuo. 

la sagrada convicción social






La Flor de Maro que amando se marchita

Yo llevaba muchos años veraneando en aquel pueblo de la costa. Soy un chico moreno, guapo y encantador que enamora a las chicas guapas con unos ojos preciosos marrones castaños.

Del pueblo a la gran ciudad habrá unos sesenta kilómetros y el autobús de línea solo tarda hora y media realizando un montón de paradas a lo largo de todo el recorrido por la antigua carretera nacional 340. Por entonces no había autovía.

La chica enamorada se llamaba Flor y estudiaba en la capital para convertirse en letrada. O sea una abogada.

Ella conociendo mi trayecto habitual por entonces se dejó coincidir muchas veces por la calle con la intención de atraer mi atención.

Pero ocurría que yo llevaba una vida muy intensa conociendo a mucha gente y no me permitía pararme a pensar en ella.

Flor, como muchas mujercitas, le importaba un pimiento los conceptos que uno pudiera tener y que apenas teníamos veinte años los dos. 

Conforme pasó el tiempo Flor creyó que yo la rechazaba, cuando lo cierto es que ella no me ofreció nada para tenerla en cuenta, me fijará en ella y hubiese entre nosotros un vínculo.


Flor era una de esas chicas que creen que yo la iba a seguir por su cara bonita y con amor platónico, como un bobo tieso que no se come un rosco ni ha probado nunca una almeja. 

Supongo que su idea no era una conexión natural, entre los dos teniendo sexo, y recatada no conectó conmigo por el qué dirán en su pueblo. 

Así que con el tiempo la fui olvidando y no la volví a ver hasta pasado unos años. Era la novia de un guardia civil recientemente entrado en el cuerpo. 

Cuando nos reencontramos en el pueblo, yo la traté como la simple amiga que era, una amistad de años atrás sin más.

Los Pinos era un bar disco con música para bailar hasta altas horas de la madrugada. Estaba en una calle trasera de la calle principal de Maro.

Por las noches, tras un largo paseo itinerante por otros bares del pueblo, pasaba por Los Pinos y la veía sola o con amigos. Sentada en la mesa de la terraza yo la saludaba con alegría como chica guapa que era. Varias veces se me quedaba mirando el individuo que salía con ella, el guardia civil.

Un día que yo entraba en Los Pinos el gilipollas se levantó de la mesa una vez saludé a Flor antes de entrar al interior. 

Me dijo que nunca más volviese a saludar ni dirigirle la palabra a su novia.


El individuo, a pesar de tener la misma altura que yo, se le veía muy hombre y muy crecidito, con cierto rebufo de buen cornudo y tener una personalidad mediocre. Yo le miraba a los ojos al gilipollas que no dejaba de pestañear.

No quise herirle por simpatía que tenía con los habitantes del pueblo que me acogía. Desconocía si el tipejo era familiar de alguien en el pueblo.

Le respondí que saludaba a Flor porque era una amiga. Miré a la chica pero ella tenía la cabeza agachada y no me miraba.

Me di cuenta que era una puesta en escena de ella y podía haberle dicho una mentira al individuo. Permanecía con la cabeza baja sentada sobre su silla de espaldas a nosotros sin volverse siquiera. 

Presentí que algo raro manejaba la mamarracha, y cuando el individuo me espetó que no quería que volviese a saludar a su novia nunca más, le di el okey de que no la saludaría nunca más.

Miré a las chicas y chicos parejas del pueblo que estaban sentados con ellos en la misma mesa con los ceños fruncidos, y frente a la actitud de los hipócritas me volví adentro del bar.

Pero como último recurso le dije al energúmeno que "si no quiere que la salude que me lo diga ella misma." 

El individuo se puso en guardia y me interpeló. Me contestó con un "ya te lo digo yo, que soy guardia civil y soy su novio."

Ridículo total. Me reí en su cara. Le reafirmé al machista medio hombre que no la volvería a saludar. El individuo se sentó y entré en el bar a tomarme unas copas. Desde entonces nunca más la volví a saludar.

Un día me encontré en Málaga con unos amigos y decidimos ir a Maro donde bebimos y disfrutamos de la playa. 

A uno de mis amigos se le ocurrió pasar por Nerja. Dejamos el coche en un aparcamiento y recorrimos las calles hasta el Balcón de Europa.

Tras un rato grande en el mirador contemplando el paisaje, bajamos a la caleta de Calahonda justo debajo del Balcón.

Nos estábamos quitando los pantalones y la camiseta para quedarnos en bañador, que me di cuenta que teníamos al lado a Flor y al medio hombre con una pareja de amigos. 

Flor con la cara pétrea de quien no vive o está muerta en vida, no desvió su mirada ni un solo momento de mí. 

Ni siquiera participaba de la verborrea que tenía su ya seguramente marido. Me miraba de una forma que no iba a olvidar nunca. Tampoco olvidará jamás la afrenta de aquella noche.

Aquel día yo tenía el cabello muy largo que me había dejado crecer nunca durante años. Cuando me bañaba con los amigos en el agua el pelo mojado me cubría por completo la cara. 

Entre los huecos yo miraba hacia Flor y la individua seguía mirándome pétrea, ajena a la verborrea de su cónyuge con la pareja que les acompañaba. 

Mis amigos y yo jugábamos en la playa justo al lado de ellos, y tuve la maldad de hacerle a Flor una exhibición de mis atractivos personales sin que mis amigos o el marido de ella se dieran cuenta.

Ella me miraba sin mostrar la menor desvergüenza. Y el marido que no le prestaba ni la más mínima atención seguía con su charla con la otra pareja.

Una hora después nos íbamos y me dejé observar por Flor en apenas medio metro, vistiéndome. La miraba y ella seguía sin quitar su hermosa mirada de ojos celestes de mi cuerpo.

Y en la despedida la miré por última vez mientras permanecía al lado de su marido ausente en la charla con la otra pareja.

Me alejé sabiendo que esa chica me amaba. Con lo que acababa de pasar degusté mi venganza por el trato recibido aquella lejana noche en el bar Los Pinos. 

Pasaran un montón de años y cualquier día volveré a ver a la infeliz Flor.

La Flor de Maro que amando se marchita


Cosas que las mujeres no quieren que sepas cuando mantienes una relación

Me considero un corredor impresionante y me gusta experimentar todo tipo de sistemas de entrenamiento. Estas experiencias me llevaron a la c...